No hubo manera de que Durán i Lleida concretara cuál sería su posición si su socio y supuestamente amigo Artur Mas convocara una consulta ilegal, cuando él –Durán- que siempre dijo que no era independentista y que sentía un respeto absoluto por la legalidad. Lo más lejos a lo que llegó cuando se le preguntó si en esa situación podría romper el acuerdo de Unió con Convergencia fue responder que él no respaldaría nunca una consulta o referéndum ilegal y que, sobre la ruptura de CiU, sería su partido el que tendría que tomar la decisión. Se comprende que no quiera tirar por la calle de en medio cuando defiende una tercera vía y, sobre todo, diálogo entre la Generalitat y el gobierno central.
El TC ha dado un buen palo esta semana al presidente de la Generalitat, pero Mas no se inmuta, sigue impertérrito en el monte sin moverse ni un milímetro del camino marcado, sin importarle las consecuencias –nefastas- para Cataluña ni el desprestigio creciente para su partido. Se empeña en que hay desafecto generalizado hacia su comunidad, lo que es falso de toda falsedad porque lo que hay es desafecto hacia su política secesionista, y lanza mensajes que abundan en esa línea y que desgraciadamente calan en determinados sectores que se apuntan a lo que les conviene creer y no a lo que es real. A sus sucesivos papelones se ha sumado estos días el oportunismo de las declaraciones realizadas al acudir a dar el pésame a la familia de Adolfo Suárez.
Suárez dio motivos para criticarle tras ganar las elecciones del 79, pero fue fácil olvidar su actitud de esas fechas ante lo mucho que hizo en los dos años anteriores
El expresidente merecía el homenaje multitudinario, el reconocimiento a su trabajo en la Transición. Es verdad que dio motivos para criticarle tras ganar las elecciones del 79, pero fue fácil olvidar su actitud de esas fechas ante lo mucho que hizo en los dos años anteriores, cuando elegido por el Rey para presidir el Gobierno del cambio y pusieron en marcha de forma modélica el tránsito de la dictadura a la democracia. La muerte de Suárez, dolorosa por muchas razones, solo tiene un aspecto positivo: los artículos y reportajes de estos días, algunos de ellos espléndidos, han servido para que las generaciones jóvenes hayan tenido oportunidad de conocer el esfuerzo realizado aquellos tiempos tan difíciles. Si hoy viven como viven, es en buena parte gracias a los protagonistas de la Transición, el Rey y Suárez y la media docena de dirigentes políticos de todos los colores que les acompañaron en aquella apasionante y arriesgada aventura.
Así se hacían las cosas entonces, con diálogo, consenso y con respeto a las leyes y a los derechos de los ciudadanos. Nada que ver con las salvajadas que estamos viendo, con una serie de grupos antisistema que pretenden cambiar el país con actos vandálicos y una violencia que merece una respuesta más contundente de los responsables de seguridad y, también, que los jueces actúen con el rigor correspondiente. El noventa por ciento de la gente que se manifiesta para expresar su disconformidad con la precariedad y los recortes es pacífica y tolerante, pero se encuentra trufada de auténticos bárbaros a los que apoyan ciertos partidos que presumen de ser democráticos. Vaya democracia la que se quiere imponer a palos… Siempre ha habido jóvenes rebeldes, y además es sana la rebeldía, pero el espectáculo de estos días, con una agresividad llevada al límite, amenazas, golpes, destrozos y fuego, es absolutamente deplorable. Y, por qué no decirlo, sectaria. Porque no se movieron cuando un gobierno de izquierdas empezó a llevarnos por el pésimo camino y, en los últimos meses de su mandato, Zapatero aprobó recortes drásticos y demoledores.
Rajoy y Rubalcaba siguen hablando de lo que a todos importa. Eso al menos provoca cierta tranquilidad, porque al menos son dos hombres que tienen claros en qué asuntos es obligado coincidir y en cuales pueden tirarse los trastos a la cabeza. Los dos conocen perfectamente qué hizo muy bien Adolfo Suárez.
Pilar Cernuda