Los vi sentados en la terraza del Café La Flore. Eran Darwin y los hermanos Boch i Grau, creadores del gran anís del mono, que conversaban animosos aunque bebiendo pernod.
Unas mesas más allá, Simone de Beauvoir cruzaba y descruzaba las piernas para hacerle ofrenda de sus bragas a Arthur Koestler. El mico Sartre estaba en los servicios cascándosela como un ídem, pero ella no podría referirle luego, para encachondarlo aún más, coitos memorables con el húngaro, toda vez que Mr. Koestler ya le tenía echado más de un asalto a la actriz y documentalista Jill Craigie, esposa del Michael Foot, líder histórico de los laboristas británicos, si bien no queda claro que ella no consintiera (véase el libro The Homeless Mind, de David Cesarani, profesor de la Universidad de Edimburgo, donde se cuenta que el hungarian Koestler fue un violador en serie, especialmente con Jill Craigie, como según Jesús Pardo en su libro Autorretrato sin retoques lo intentó César González Ruano con la novia de su hijo, lo cual viene a demostrar que en lo de la baja violencia verrionda de los bajos no hay ideologías).
Bien, pues fue que allí estaban también las mocísimas Megan Fox y Amanda Seyfried, las cuales celebraban el final de su película Diabólica tentación. Iba yo a entrevistarlas para mi medio, sin más intenciones (que no en vano esto de la mass media queda como de mediapicha), pero ellas, que si quieres arroz, Catalina… Las damitas me tomaron el pelo como no podría ni decirlo. No hubo entrevista.
Fue que yo, una vez y otra, les planteaba una cuestión, y ellas, tras partirse de risa el higo, se besaban como en la película. Luego me miraban sonrientes, yo les hacía otra pregunta, y lo mismo. Digo en mi favor que, empero, no perdí la contención. Ni siquiera el oremus ese, tan mentado.
En esas estábamos (Sartre salía de los servicios con la bragueta del pantalón salpicada, como si hubiera cruzado el Tiberiades), cuando, mirando como sin mirar, por allí que llegó muy mono Don Miguel de Unamuno, altivo su mentón, las manos a la espalda. Acaso pues ya andaba con su dolor de España o algo de eso, y con lo de sus sentimientos trágicos, ni se acercó a saludar a su otrora admirado Darwin (había participado Don Miguel, en 1909, en el homenaje rendido a Charles Darwin en la Universidad de Valencia, con motivo del centenario de su nacimiento, acto organizado por los estudiantes de Medicina con la participación de profesores e intelectuales de distintos rubros). Fuese derechito Don Miguel, por el contrario, ante la mesa que ocupábamos Megan Fox, Amanda Seyfried y yo, y tras proclamar aquello tan suyo y conocido de «creo en Dios porque creo en Dios», se puso a cantar lo de Conchita Bautista en Eurovisión (1961): «Tengo millares de estrellas y tengo la luna y el sol».
Las damitas Fox y Seyfried se encantaron; luego de ver bailar a Don Miguel, y de oírlo cantar, pidieron confesión.
Roger Garaudy, sucesivamente marxista, católico e islamista, aplaudía emocionado.
Nunca hubiera supuesto el gran Joan Fuster que su decir memorable en el artículo El caso de Don Miguel, tuviese caracteres proféticos. Ahí había señalado que Unamuno es la Conchita Bautista de la filosofía española, o acaso la Carmen Sevilla, pues, a fuer de su españolidad desgarrada y doliente, trágica y pedestre, consiguiera epatar por ahí fuera.
En cuanto a las otrora divinas guarrillas Megan Fox y Amanda Seyfried, es sabido que los artistas gustan mucho de las sectas… Ahora intentan arrebatarles fieles a la Cienciología de Tom Cruise, Chick Corea y John Travolta.
El ministro Fernández Díaz tendría que condecorar a las guarrillas Fox & Seyfried.
José Luis Moreno-Ruiz