Cuando Alejandro Magno llegó a Frigia en el 333 antes de Cristo cortó el “Nudo Gordiano” con su espada y Zeus se despachó con rayos y truenos para celebrarlo.
¿Quién cortará el nudo catalán? O el de España en Cataluña. ¿Rajoy? De haber sido Alejandro como Rajoy hubiera metido el nudo en una caja al fondo de un arcón. Además, este problema hemos de resolverlo todos juntos renovando la ilusión del proyecto común español. Pero sería conveniente un liderazgo gubernamental que no se nota al respecto. Mas, Homs y Junqueras caminan, empujados por un movimiento ciudadano que les controla, la Asamblea Nacional Catalana (ANC), hacia un precipicio aunque ellos creen que van rumbo a los Campos Elíseos. Si nadie les para se despeñarán y con ellos mucha más gente. Por su parte Rajoy aparenta ser una esfinge, guardiana inmóvil de una Constitución inmutable, y pide a los catalanes que propongan ellos algo que le guste. Estos personajes solo parecen medir su pretendida virilidad política en quien aguanta más sin pestañear mientras juegan al mus con nuestros garbanzos.
Las soluciones ofertadas son varias y van del inmovilismo de Rajoy a la independencia de Mas pasando por la solución federal del PSOE de Rubalcaba. A donde nos lleva cada solución está claro sin perjuicio de que sus detalles no están explicitados. En el caso de Rajoy se entiende: no quiere cambiar nada. En el caso del federalismo se han dibujado detalles que apuntan a un Estado de las Autonomías elevado al rango Federal con un Senado que fuese una autentica cámara regional, como el Bundesrat alemán, y, quizás, algún arreglo fiscal, entre otras cosas. En cuanto al independentismo catalán no confiesa a los catalanes el frio polar que tendrán que soportar fuera de España y de la Unión Europea. “Ya se arreglará” dicen con bastante frivolidad ya que no son capaces de decir ni cómo ni cuándo. Piensan que la UE acabará rescatando la situación porque las incertidumbres en esta materia serían dañinas para garantizar la deuda hispano-catalana así como la estabilidad de la UE y la del Euro. Pero, si lo hiciese, sería ¿apoyando la independencia catalana o la unidad de España? En el primer caso abriría un melón incontrolable en la propia UE.
La respuesta a este embrollo es dialogar. Gente razonable se sentaría en torno a una mesa para negociar proyectos e intereses respectivos para mantener a España unida y satisfecha, la mejor de las soluciones. Esta es la vía elegida por Rubalcaba y Durán i Lleida. A falta de ello, o de un acuerdo, puede que sea entonces necesario cortar decididamente el nudo. Los independentistas lo quieren hacer con un referéndum en Cataluña. Esgrimen ejemplos como Escocia y Quebec. En Madrid afirman que la soberanía es indivisible. El Constitucional avala esta indivisibilidad aunque añade que la Constitución es modificable. La cuestión no es, pues, jurídica sino politica. Por otra parte los hay que dicen que de haber un referéndum debieran de votar todos los españoles porque también se verán afectados por el resultado.
Con un referéndum en toda España se comprobaría a la vez cuanto afecto hay en España por Cataluña y cuanto desafecto hay en Cataluña por España. Se tendría así una foto sobre la que establecer, o no, un nuevo encaje de Cataluña en España del que, evidentemente, no pueden ser ajenas las otras Comunidades. Pero igual resulta que no hay tanto amor en unos por Cataluña y tanto rechazo en otros a España. ¿Quién tendrá más miedo a esta foto de toda la familia? ¿Los españolistas o los catalanistas? ¿O ambos?
Ciertamente, cualquier referéndum dejaría las cosas claras. Si Cataluña decidiese quedarse, permanecería sabiendo condiciones y líneas rojas infranqueables. Si decidiese marchase, sabría que lo haría para vivir peor que ahora y con la enemiga de España, herida y disminuida por esta bofetada incomprensible e innecesaria, y la de otros países europeos que no favorecen el desmembramiento de los Estados de la UE, concepto integrador y no disgregador.
Lo mejor para todos es que Cataluña permanezca en España, pero no hay que temer su eventual marcha. Es la mejor manera de eludir el llamado “chantaje nacionalista”. Si, como hasta ahora, no se hace nada, no se dialoga, no se busca el entendimiento para llegar a un acuerdo, la dinámica en Cataluña se puede descontrolar aún más y abrir puertas irremediables para todos. Los independentistas saben que un referéndum unilateral en Cataluña no tendrá lugar tanto por motivos prácticos como constitucionales. Pero, entonces, acabarán convocando unas elecciones llamadas “plebiscitarias” con el objetivo de tener la mayoría necesaria en su Parlamento para encargar al Presidente de la Generalitat que negocie con Madrid la independencia. En fin de cuentas las urnas, de un modo u otro, serán ineludibles. La cuestión es saber qué modalidad garantiza más una solución integradora o disgregadora.
Por ahora Zeus no sabe ni donde tiene sus rayos y truenos porque no tiene nada que celebrar.
Carlos Miranda es embajador de España.
Carlos Miranda