miércoles, octubre 2, 2024
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The kids are all right

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Si este hubiera sido un partido aislado de las corrientes del tiempo, hablaríamos de un Madrid feliz, arremolinado en torno a la pelota, autoritario en el rechace y tan generoso desperdiciando ocasiones como siempre que el foco apunta a Karim. Pero el fútbol es tiempo dramático; condensado. Memoria y revelación. Y han pasado muchas cosas esta semana; y hay demasiados símbolos en el camino que cargan de tensión cualquier decorado de la obra. Una puerta a medio abrir puede ser Guardiola que se insinúa con bellos modales. Venga, entren ustedes aquí, salgan al ataque, son el Madrid, los príncipes del fútbol. Es el Bernabéu, el teatro de la distinción. Serán masacrados ordenadamente, a ritmo constante, sólo la dignidad quedará intacta. La dignidad, que en el Madrid es la victoria. Esa frase tatuada en la residencia de los chicos, borrada por anticonstitucional y por ser una verdad indiscutible, no sujeta a revisionismos. También pasa, que cayó Cristiano, y a partir de ahí, cualquier victoria importante se conseguirá con la plantilla visitando el sagrado corazón. El madridista se apoya en pequeños resquicios, como Casemiro y su juego ronco, de carácter y empeine. En la promesa de lo que puede haber detrás de Bale. En la tiranía de Pepe y Ramos y la paloma de Casillas. En que el Bernabéu se encienda, y todo arda.

Di María, el rey de la escaramuza, navegó por las diagonales que Cristiano había dejado libres. Pareció que Carlo le daba una libertad absoluta, casi infantil, para que descosiera el vestido del contrario en una hora que se antojaba espesa. No estaba Xabi y su irritante disciplina, así que Modric, Illarra e Isco, aparecieron por cualquier lugar y a la hora que les vino en gana. Como, a pesar de lo que digan por ahí, el equipo está hecho -por lo menos para la media distancia- , no hubo desajustes entre el caos inteligente del ataque y las políticas represivas de los defensas y los medios. Muy juntos, perfectos en el repliegue y lo suficientemente listos en la presión, para dar la impresión de que cuando el Madrid apretaba, se jugaba en una ratonera de dirección única.

Un travesaño instantáneo del argentino, marcó el comienzo del encuentro. Al eco del disparo, acudieron los delanteros y los medios en feliz comilona, y en los primeros minutos, la mitad del campo donde defendía el Almería, estuvo sembrado de líneas de pases provocadas por el movimiento perpétuo de los madridistas. Benzemá encuentra posiciones de disparo sin cesar, pero parece que antes de engatillar, está pensando en la siguiente jugada ya perfilada en su cabeza. Ese manantial de ocasiones falladas o inconclusas, aleja al Real de los grandes títulos, tanto como le acerca al dominio del balcón del área.

Hay un slálom precioso de Bale, en el que se come el campo en dos zancadas y se introduce en el área dando una sensación de velocidad incontenible. Yerra. En la siguiente jugada, Nacho oficiando de extremo derecho le devuelve una pared a Di María, con el balón culebreando entre sus pies y tres contrarios orbitando a su alrededor. Un amague sudamericano después, y los figurantes tropiezan entre ellos. Se activa de forma automática la comba que le sale de la cadera y el balón entra purísimo a media altura. Ángel está feliz por el gol, y sigue jugando con la electricidad justa, la que suele encontrar en los partidos en los que no está la muerte detrás de cada balón perdido, o una telaraña táctica que le lleva a girar sobre sí mismo para intentar desaparecer.

Durante todo el partido, hay una suerte de corrector gramatical del juego madridista que sólo se hace obvio en algunas regalías atacantes. Se llama Nacho, y su profesión es no fallar. Más discreto aún que Varane -que es silencioso y elegante, como un pájaro mestizo que se abate sobre la jugada rival y la seca con delicadeza-. Está siempre en el lugar que demanda la jugada, es rápido y con él no ha lugar a la heroicidad, porque saja la ocasión antes de que comience el drama. Acompaña el ataque con cierta precisión y hace fácil la ortodoxia, como el centro al segundo palo. Dan ganas de que se lesione uno de los trascendentes, para comprobar cómo compone la figura delante de un asesino de masas.

Hubo unos minutos de la 2º parte en los que el Madrid sopló más fuerte y cayeron dos goles con tal facilidad que dio vergüenza. Una triangulación en el borde del área entre Di María, Karim -que pausa como si el destino del mundo estuviera en sus pies-, y Bale, sobre raíles, disparando al portero con tal fiereza que lo atraviesa por la mitad. Dos palmadas, y el siguiente balón lo controla Benzemá en posición de extremo derecho. Centra muy pasado hacia Isco, al que se le escurre el balón, se da una media vuelta para alejarse del defensor y gana un metro con un regate hecho con la elasticidad de su tobillo. Dispara raso y al palo corto y el Bernabéu estalla jubiloso. Todo gusta de este chaval. El caracoleo, la afición al gol pegado al palo, el regate seco tan español, el gusto por los focos, la plenitud en el área. La hechura imperfecta. El genio.

Morata ya estaba corriendo por el césped, y eso era señal de que el partido se apagaba. Este jugador ha ido tallándose a partir de la energía oscura de un banquillo que él cree injusto. A veces torpe, otras elástico. A veces lento de reacción, otras rapidísimo de zancada. Hoy fluyó con el juego, como si fuera un invitado más, ejecutando la intendencia -esas caídas a banda que con Karim son arte- y bordando la posibilidad; lo que va más allá del oficio. Tres momentos: Un pase desde banda, con la comba justa a un Karim al que dejaba delante del portero. Un taconazo lleno de orgullo, también dirigido hacia Benzemá, que volvió a fallar con el portero a unos metros de su empeine. Un desmarque a la espalda de la defensa, muy bien leído por Illarra, y mejor ejecutado por el canterano, que controla con el pecho, deja botar sin mostrar ansiedad ninguna y la pone en la escuadra de una forma rara, pero inapelable. Como si quisiera mandarnos un mensaje.

A Morata lo derriban en el área y nadie pita nada. Quizás haya que desplomar un piano sobre un delantero madridista y luego ejecutarlo con un tiro en la nuca. Quizás así la autoridad pite penalty; y hay dudas. Después de este pequeño show, Morata se iba del partido encabronado, con ganas de pelea, y deja una duda en el madridista: puede que su estatura como futbolista esté empezando a llenar su orgullo de canterano redentor.

REAL MADRID, 4 ALMERÍA, 0

Real Madrid: Diego López; Nacho, Varane, Pepe, Coentrão (Llorente, m. 72); Modric, Illarramendi, Di María (Casemiro, m. 64); Bale (Morata, m. 69), Benzema e Isco.

Almería: Esteban; Nelson, Torsiglieri, Hans Martínez, Mané; Verza, Corona (Soriano, m. 71), Tébar; Barbosa, Zongo (Óscar Díaz, m. 68) y Rodri (Aleix Vidal, m. 56).

Goles: 1-0. M. 28. Di María. 2-0. M. 53. Bale. 3-0. M. 56. Isco. 4-0. M. 85. Morata.

Árbitro: Martínez Munuera. Sin amonestados en ninguno de los dos equipos.

Unos 75.000 espectadores en el estadio Santiago Bernabéu.

Ángel del Riego

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