Desde Málaga o Sevilla a Valladolid y Palencia, desde Toledo hasta Córdoba o Lucena, del norte al sur, del este al oeste, España entera vive la Semana Santa. Dios en las calles, ese Dios que muere en la cruz, ese Dios del Perdón y de la Paz tan abandonado por todos, católicos y no católicos. Para algunos es puro turismo, descanso, diversión. Para muchos millones de españoles y para no pocos de los turistas que nos visitan es algo más, mucho más. Las procesiones de Semana Santa seguramente están en su momento más alto de atención y de asistencia. Detrás de los cofrades y de un cierto folclore está la esencia de la fe, la tradición, la cultura, la historia que nos ha hecho como nación. Las madrugadas nazarenas son todo un símbolo de las creencias, las procesiones del silencio encarnan el respeto de un pueblo, las Vírgenes dolientes son un reflejo de tantas mujeres que sufren hoy en el mundo.
Detrás de los cofrades y de un cierto folclore está la esencia de la fe, la tradición, la cultura, la historia que nos ha hecho como nación
Decía el cardenal Martini que «Jesús ha ido al encuentro de la muerte porque ha querido ir a nuestro encuentro hasta el final; no ha querido volverse atrás frente a ninguna consecuencia de su estar con nosotros, confiándose completamente». Dios con nosotros y nosotros cada vez más lejos de Dios en esta sociedad que vive al día, que busca el placer inmediato, que no quiere afrontar el sufrimiento ni el dolor ni la muerte. Un tiempo, aunque sea pequeño para la reflexión. Un tiempo para hablar de Dios, para encerrarnos en nosotros mismos, para interpelarnos por lo que somos, por lo que hacemos por los otros. Y por lo que no hacemos.
El Dios del Papa Francisco, que es el Dios de todos los creyentes, habla de misericordia, de acercamiento, de llevar a «cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico que se resume en el anuncio del amor del padre misericordioso, listo para abrazar a Cristo en cada persona». Para el Papa Francisco, la Cuaresma que termina en la Semana Santa, en la muerte de Jesús en la cruz, pero que no tendría sentido sin la resurrección y sin la Pascua, «es un tiempo adecuado para despojarse». Despojarse de todo lo que nos sobra en lo material y en lo espiritual para dárselo a todos los que no tienen nada.
La Semana Santa debería ser tiempo para todo eso.
Francisco Muro de Iscar