Este país nuestro admite mal las autocríticas, pero, a pesar de ello, quiero reconocer una equivocación que he venido sosteniendo en artículos y tertulias radiofónicas y televisivas desde hace meses, demasiados meses. Me refiero a la por mí proclamada necesidad de una progresiva, pero rápida, abdicación del Rey, lógicamente en la persona de su hijo, el Príncipe Felipe, el futuro Felipe VI. Hablaba yo acerca de una cierta crisis moral y de una indudable decadencia física del Monarca a quien, más como ciudadano que como monárquico, tantos servicios a España le reconozco; me dolió, más como persona que como periodista, el papel, algo patético, que desempeñó en la última Pascua militar. Pensé, y no era la primera vez, que el Rey debería ir pensando en dar paso a su hijo en la jefatura del Estado, por el bien de un país algo convulso, en el que la causa monárquica se va desdibujando, las instituciones se oscurecen y la propia idea del Estado se difumina. Pero ahora, tras esta semana de pasión, debo admitirlo: me equivoqué.
Ha demostrado que sigue siendo lo que principalmente debe ser un Rey: el primer comercial del Estado
El Rey nos ha demostrado a todos esta semana una capacidad física más allá de lo que sería corriente en un hombre casi coetáneo del recién reelegido presidente argelino, Buteflika, y solamente un par de años más joven que el controvertido Berlusconi; lo digo no por comparar, que Don Juan Carlos saldría muy favorecido en ambos casos, sino como indicio generacional. El papel que Don Juan Carlos desempeñó en su rápida gira por países árabes potenciales inversores en España ha sido impecable, según testimonio de alguno de los empresarios que le acompañaron, y ha demostrado que sigue siendo lo que principalmente debe ser un Rey: el primer comercial del Estado. Luego, en el palco del Mestalla, al que llegó desde Kuwait tras una -otra- inoportuna avería en su avión, el monarca volvió a ser un ejemplo de saber estar cuando una parte de los espectadores que asistían a la final de la Copa que lleva el nombre del Rey inició contra él un ineducado abucheo, intensificado cuando sonaron los acordes del himno nacional.
Este Rey doliente y cada vez más solitario sigue haciéndonos falta
Este Rey doliente y cada vez más solitario sigue haciéndonos falta, y no lo digo porque tema que a su sucesor le falten cualidades como jefe del Estado español. Todo lo contrario: el Príncipe de Asturias ha demostrado tener muchas ventajas y muy pocas desventajas para desempeñar el papel que le tocará en un futuro no demasiado lejano. Pero, en estos momentos de convulsión nacional e internacional, quizá haya que requerirle un esfuerzo adicional a Don Juan Carlos, que nada tiene que ver con esa insigne sandez de que los reyes tienen que morir con las botas puestas. Juan Carlos de Borbón ha ido tejiendo unos lazos incluso personales con los máximos mandatarios de casi toda América Latina, de Oriente Medio y del norte de África. Ahora hemos visto que no podemos desaprovecharlo, como tampoco se puede desaprovechar la simpatía con la que saludó, y en algún caso abrazó, a los jugadores de los dos equipos que competían en Mestalla; eso era algo más que una simple foto tras un acontecimiento deportivo. Se necesitan años en el ejercicio del cargo para lograr aquellas relaciones internacionales y estos afectos nacionales.
Creo que el Rey ha reflexionado sobre sus errores, y sus activos son ahora más que sus pasivos. Supongo que a un hombre que dijo, tras entrevistarse con un dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya, que «hablando se entiende la gente» (no todos le comprendieron), el actual clima de silencio entre La Moncloa y la Generalitat ha de preocuparle profundamente, como nos preocupa a muchos que, desde la calle, seguimos la vida política nacional. También por eso, porque precisamos de un poder al margen de los partidos que de cuando nos recuerde que es necesaria una cierta regeneración -palabra que el propio Rey usó en su mensaje de Nochebuena- en la vida política, creo que hay que pedir al Rey que aguante un rato más al timón, mientras, eso sí, despeja el camino a su sucesor. Por lo demás, mea culpa de nuevo: como tantas veces nos ocurre a los periodistas con los 'timings', erré en el cálculo de los tiempos. Debe haber abdicación, sí. Pero probablemente no ahora.
Fernando Jáuregui