viernes, noviembre 22, 2024
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De vuelta a Guinea

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Guinea quedó marcado en mi memoria, en el año 2006, como el país de entre todos los que había visitado como el que más me había impactado.

Cuando apenas tenía 22 años, fui testigo por primera vez de las heridas que causan las guerras.

La región forestal de Guinea -tierra fértil y rica en minerales- no solo ha traído “prosperidad”, la violencia, la desdicha y la miseria se han unido a ella.

Situada entre Libera, Sierra Leona y Costa de Marfil, esta región ha visto surgir algunos de los conflictos más sangrientos del continente fustigados por intereses ocultos que actúan sin ningún tipo de escrúpulo y se apoyan en los servicios que les ofrecen los odiados y temidos señores de la guerra.

Cuando apenas tenía 22 años, fui testigo por primera vez de las heridas que causan las guerras

Fue en un largo y sufrido viaje en el que junto a otras 14 personas, que apretadas en una pequeña y destartalada furgoneta, viajamos desde la capital Conakry hasta la ciudad de Macenta por viejas pistas de tierra que penetraban la densa vegetación.

Después de doce horas de espera fue cuando el conductor comprobó que en la furgoneta ya no cabía ni un mosquito y que ya podía comenzar el viaje.

Estábamos al inicio de la temporada de lluvias y el calor y humedad se habían apoderado del ambiente. Aun así, los sufridos viajeros, incluidos los bebés, parecían llevar el viaje con absoluta normalidad.

Fueron treinta horas las que tardamos en recorrer unos 700 Km, y en el camino se superaron importantes averías que se resolvieron con improvisadas e ingeniosas reparaciones.

Sentada a mi lado estaba Hawa junto a sus tres hijos. Percibí la animosidad silenciosa que desprendían hacia ellos el resto de viajeros, solo por el mero hecho de ser refugiados.

Hawa huyó de Liberia cuando durante la guerra civil que desangraba su país florecían los grupos rebeldes armados que aterraban a la población con un único afán: hacerse con el control de los yacimientos de  diamantes.

Hawa trasmitía fuerza y yo me sorprendía con su optimismo

Mataron a su familia y ella corrió hacia Guinea huyendo del horror. Cuando cruzó la frontera fue a caer en manos de soldados del ejército guineano que la encerraron en una choza y donde la violaron durante una semana antes de dejarla marchar. Apenas era una cría cuando tuvo que pagar este precio atroz, solo por haber nacido en una tierra rica.

A pesar de todo, Hawa trasmitía fuerza y yo me sorprendía con su optimismo, aunque temía volver a su país, que todavía seguía en guerra, tenía la certeza de que su destino había cambiado para siempre y que su “patria” era ahora ese trozo de tierra que le habían concedido, a ella y a otros miles de refugiados, al otro lado de la selva que rodea el pueblo de Macenta.

Me invitó a visitar el campo de refugiados para que hablara con otros repatriados y pudiese hacerme una idea cabal de las condiciones que les tocaba vivir y los motivos por los que abandonaron Liberia. No sabía, entonces, que la entrada al campamento de refugiados estaba prohibida  y que se necesitaba un permiso especial. Al día siguiente fui retenido por los militares que custodiaban el campo.

Ocho años más tarde camino hacia Macenta con la intención de encontrarme de nuevo con  Hawa y con sus amigos y vecinos, para comprobar como les ha tratado la vida y de cómo se han adaptado.

Las noticias que recibo no son halagüeñas y con tristeza leo que un brote de ébola se expande por la región.

Las voces alarmistas de la prensa hacen que me piense dos veces la idea que tengo metida en la cabeza: visitar a la gente del campo de refugiados de Macenta. Aunque si es en los números en los que tengo que basarme para tomar una decisión tengo más probabilidades de sufrir un accidente de tráfico en las carreteras españolas que contagiarme del ébola visitando Guinea.

Pero en esta región de África desgraciadamente la normalidad es algo demasiado volátil. Hoy puede parecer que todo trascurre de forma moderada, pero en un momento puede que el caos se apodere de todo y de todos y nos conduzca a un escenario henchido de desdichas.

Todo en África es desmesurado, tanto la vida como la muerte.

Javier de la Varga

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