Con un par. Para que luego digan que si no «calza» bien. Se levantó y se fue. Como un señor. Y por si fuera poco en plan amenazante (no se oyó la continuación pero sí el principio: «Como sigan hablando…»). Eso es lo que tendría que hacer cualquier entrevistado de Hable con ellas, llegar, decirles a las cinco presentadoras que ese programa es una «bazofia», como dijo José Luis Moreno, y salir por la puerta grande.
Y lo dijo él. Con otro par. El mismo que hacía «bazofias» como Noche de fiesta, con sus desfiles de lencería y todo. Y lo hizo con su propia voz, sin echar mano de la de Macario o de la Rockefeller, los muñecos que le dieron el dinero suficiente para crear su propia productora.
Él llegó para hacer un favor (“me llaman y me dicen, José Luis, del primer día al segundo, el programa se nos ha caído. Échanos una mano porque tú eres un personaje muy popular y muy notorio»), pero, como bien les explicó a sus anfitrionas, «echar yo una mano no es que me la echéis vosotros a mi cuello». Y ahí fue donde les soltó eso de «así que señoras, amigos… ¡no habléis con ellas!”. Faena de dos orejas y rabo, por mucho que lidiara más vaquillas que morlaco.
La una (Sandra Barneda), iba detrás de él, a intentar calmarle, por supuesto sin conseguirlo. La segunda (Ana Millán) permanecía en silencio, como casi siempre, con cara de estupefacción. La tercera (Alyson, ya saben, la americana) iba a su bola, como siempre también, intentando soltar alguna gilipollez más. La cuarta (Yolanda Ramos), no tenía ya ganas ni de soltar una gracia ni de seguir metiendo baza después de haberla «cagado», sí señores, «cagado», recordándole a su invitado que una vez fue a bailar a uno de sus espacios y no la pagaron las 25.000 pesetas prometidas. Y la quinta, sí, en este caso sí hay quinta mala (Beatriz Montañez), intentaba aclararle al realizador, que la mandaba callar por el pinganillo, que ellas no habían hecho nada malo porque sí que había una demanda real por impagos contra el Moreno. Quizás como única vía de no darse ella cabezazos contra el suelo por haber dejado en su día al Wyoming.
Fue un momento surrealista. Ninguna sabía qué hacer (bueno, como casi siempre, con la excepción de Sandra Barneda). Se habían quedado sin invitado, sin papeles a los que recurrir, y sin nadie que las dijera cómo salir del embrollo. No, cosas del directo no. Cosas de su incapacidad para presentar un programa. Mientras, el Moreno cogía su capote y hacía el paseíllo al revés, hacia la puerta de cuadrillas, con la mano levantada aunque sin saludos de por medio. Torero, torero, torero.
A ellas, ya ni El Príncipe las ampara. Están ya por debajo del millón de audiencia y, si no fuera por ir detrás de quien van (Faruq y toda la comisaría de Coronado), ni sus familias las verían. Por mucho que hayan delegado ya en el buen hacer de la Barneda, que ejerce realmente de presentadora, mal que le pese a la Montañez, sólo las salva la caballerosidad de Vasile, incapaz de decirles a todas esas damas que recojan sus bártulos y no vuelvan a pisar un plató de Telecinco (al menos a las cuatro que no son la Barneda).
150 euros, los que quería cobrar Yolanda Ramos para, en un acto de generosidad sin precedentes, donarlos a una ONG, podrían salirles más caros que un collar de diamantes de Tiffany a todas sus protagonistas. Más que podrían, deberían. Lástima que aquí, en la mayoría de los casos, siga valiendo todo en televisión.
La mosca