Reluce el sol por el metro de Serrano. En Madrid ya se ensaya un verano picado en Abriles que yo noto más precoz cuando llego desde mar adentro. Allí comencé en día festivo, poniendo mi ramo de flores en el monolito de Villalar en memoria de los Comuneros de Castilla y en el recuerdo permanente de María Pacheco, mi «leona de Castilla».
Pero en LosMadriles de todo esto nada, claro. Las fiestas que no pasan por la memoria histórica en un día como hoy, clave en Aragón y Castilla, se difuminan entre la Unesco y sus festivales posmodernos que abanderan santos con dragones – tan celebrado en mi querido Reino Unido – y decorados por las repetitivas y cargantes rosas mediáticas. Así los seguidistas mass media se dedican el día a hablar del tema en una tierra donde se lee poco y todo se enfoca en una comunidad donde ni siquiera es festivo.
No importa, los periodistas a contrapié con columna firmada vamos a lo nuestro y mi día comenzó con una reflexión sobre las derrotas, que se celebran mejor – y mas rentables – en toda España menos en mi Castilla que a modo Quijotesco suele gozar mas con las victorias que la terminan destrozando. Lo dijo Sánchez Albornoz con lucidez triste y mejor que yo. Finiquito el pensamiento cuando veo que la aldea se va llenando de banderas con castillos estelados y me abro para no verlo.
En Madrid me espera, como decía, el día recalentado y una noche literaria de encuentro. De la Puerta de Alcalá a la Gran Vía se empiezan a ver un horizonte de puestos de libros al -10%. Mi zona natural para esto es la eternidad de la Cuesta Moyano donde textos permanentes se abren en fiesta diaria desde cajas embaladas para su penúltima venta. Hoy el tono es diferente y toda la Gran Vía es una hilera de hojas que explota en Cuzco. Allí se firman libros con bata de médico de ambulatorio y las cámaras recogen impresiones del personal. Sigo a saludar a Don Quijote cabreado y rodeado de turistas alemanes enrojecidos mientras la corriente me lleva a visitar a mi querido Tío Pepe. Entro en Sol desconcertado porque no lo veo, como me lo cambian de sitio me cuesta localizarlo. Ahora encara el km 0, observando a Salman Rushdie entrar en la Real Casa para hablar de su realidad.
Hace calor de reencuentro entre libros y rosas con espina oculta y una marea tedesca nos indica que va a empezar el futbol. Saltamos con agilidad de la erudición a la cultura popular para reposar en un bareto cerca de San Miguel que sirve calamares y cuya clientela es medio escuadrón de la poli. Acomodados en la esquina , tan custodiados, nos concentramos en la gesta. Y así de Pepe a Pep bajo la sombra del Tio Pepe discurre una tríada de emociones que explota en el minuto 94 donde la fuerza del Bernabéu se traslada al centro de la Villa.
Por la Gran Vía paseamos en cadencia victoriosa junto a alemanas silenciosas mientras paramos a comprar la última rosa espinada y la obra completa de Nietzsche para ver si nos entendemos. Nos iluminan las televisiones de Callao que nos recuerdan Times Square in excelsis.
J.M. Novoa