«El público es el juez del juez». La frase no es mía. La pronunció el magistrado Arturo Beltrán, presidente de la Sala que juzga al todavía juez Elpidio José Silva, tras expulsar a un afectado por la estafa de las preferentes bancarias que había interrumpido la vista diciendo en voz alta que el juicio era una vergüenza y que «estaba amañado». Con serenidad próxima a la ataraxia, el magistrado procedió a ordenar la expulsión del espontáneo, sentenciando en una frase lo que -a mi modo de ver- resume la cuestión de fondo de este proceloso caso.
Es la muy extendida sospecha entre la gente menos informada de que al juez Silva le van a apartar de la carrera, no tanto por haberse excedido en sus atribuciones -encarcelando a Miguel Blesa en dos ocasiones-, como por haberse atrevido con uno de los «intocables». Con un banquero. Con un miembro de la «casta» a la que protegen tanto sus amistades políticas como sus deudores en los medios de comunicación. La realidad no es exactamente así, pero el hecho de que Blesa esté en libertad, pendiente de juicio -de hecho, es quien acusa a Silva de prevaricación pidiendo 43 años de inhabilitación-, mientras el todavía juez se sienta en el banquillo de los acusados, da pie a dar por buena la conjetura. Y ya se sabe que en función de cómo se cuentan las cosas, lo que parece, es.
Lentitud en unos casos, celeridad en otros
Y ése es el problema. Porque la lentitud de la Justicia a la hora de procesar a determinados encausados en casos de corrupción -el «caso Gürtel» lleva más de cinco años en lista de espera; el «caso Palau» otros tantos; el de los ERE de Andalucía, camino de dos años, etc.- da pie a pensar que los tiempos y los ritmos del mundo de las togas ajustan la velocidad de los procedimientos en función de quién o quiénes sean los afectados. Lentitud en unos casos, celeridad en otros. Fue el caso del juicio que se saldó con la inhabilitación de Baltasar Garzón y, a juzgar por cómo se desarrolla la vista en el caso del juez Silva, vamos camino de un final análogo.
No aplaudo la actuación del juez Elpidio Silva. Ni cuando la instrucción del sumario del caso Bankia, ni en estos días, durante el juicio. Me parece histriónica. Fuera de tono y sin fuste procesal. Pero dicho esto, vuelvo a subrayar el corrosivo germen que proyectan las apariencias de lo que estamos viendo que se juzga. ¿Qué es lo que percibe la opinión pública? Cuando menos, una parte de ella. Que la justicia no es igual para todos. Que la Constitución dice que todos somos iguales ante la ley, pero algunos -gracias a su posición y amistades- lo son mucho más que el resto. Y ese el problema, porque como bien dijo el magistrado que juzga al juez Silva: «El público es el juez del juez y tiene derecho a creer lo que quiera». Desconfianza y descrédito, serían las palabras. Mal asunto.
Fermín Bocos