El Bayern es un equipo replegado hacia sí mismo que lleva dentro el devenir de Alemania. Nunca ha estado interesado en expandir el amor por el planeta, ni en cambiar los destinos del fútbol. Es una voluntad de dominio, la suya, muy pura; algo que lo emparenta con el Madrid. En el Bayern, las cuerdas se tensan hasta que estallan contra la portería haciendo el mayor daño posible. El Madrid ha escogido históricamente todo tipo de caminos: racionales, esquivos, con el corazón en la boca o las ratas en los pies; de formas brillantes u opacas; casi siempre con clase. El Real surge de un deseo infantil, que es ganarlo todo. Y lleva desde su refundación, hecha por Bernabéu, apostando contra el mundo. A estas alturas, todavía no se sabe quién va ganando. A Guardiola se le tienta desde Bavaria, para romper con ese ensimismamiento. Los Alemanes también desean que un telediario de Kuala Lumpur, abra con el esguince de tobillo de su delantero centro. Pero para conseguir eso, deben dejar la crueldad en la puerta y comportarse con mejor modales en la mesa. Hay un peligro y es que se separe la falla que siempre está en el fondo de los grandes equipos y el club se desconecte del mito.
El Bernabéu y sus alrededores, estaban engalanados para recibir al Bayern, como si fuera la novia oscura del madridismo. Mucho jaleo y buenas intenciones pero ningún Alemán se dejó amilanar. El Bayern cosió 15 minutos terribles, en los que despojó al Madrid del balón y del espacio, y lo empujó contra los acantilados con una suavidad morbosa. Había algo irresistible en el vaivén geométrico que comandaba Lham en el centro del campo; líneas de pase que surgían por todos lados, como si Pep tuviera un generador escondido en los bajos de sus pantalones. Una superioridad estética y el silencio del estadio. El fútbol travestido de Guardiola, fluía con laterales en los pasillos interiores; interiores de falsos delanteros; un mediocentro fingiendo ser mediapunta y todos a una, mordiendo a los jugadores madridistas según intentaban parir la jugada, como si fueran los perros de la medianoche. Cada cambio de orientación giraba a la defensa Real y metía a más hombres más cerca del área. Pero la jugada no rompía en ocasión. Si Pep hubiera hecho surgir a Messi en algún lugar de los rastrojos en medio de la tormenta, el Bernabéu habría desaparecido del susto. Pero Leo no estaba. Andrés no estaba y Xavi sigue dictando discursos sobre la eternidad y la posesión. Había precisión pero no había magia. Y los muros de Jericó no se derrumban por aplastamiento; se necesita un grieta en el desfiladero, una mujer que enseñe su piel, y la luz de la luna. Y eso lo tiene Götze y sufría desde el banquillo. Años atrás, a Pepe y a Ramos, les perdían los balones cruzados a su espalda, y sufrían en los centros laterales, como si fueran cosa indigna de defender dada su condición de centrales adelantados a su tiempo. Con Anchelotti, ya no hay un punto ciego a la espalda de los defensas. Algo les ha dicho, que están calmados y son los reyes de la posición. A Mandzukic se lo tragaron, y sólo sacó la cabeza en una dejada sibilina, que erró Müller por exceso de drama.
La jugada más venenosa de estos minutos, acabó en un tiro que repelió Pepe con la espalda y, del rebote, surgió la luz. Karim, algo sintió en la espina dorsal, porque luchó como un poseso por un balón dividido y la jugó con orden, hacia Isco, que hizo el silencio a su alrededor. En la eternidad de su pausa, descubrimos a Coentrao y Benzemá correr pradera arriba hacia la montaña. Cristiano, algo cojo, decidió esperar, recibió el envío de Isco, se acomodó el balón y puso patas arriba la defensa del Bayern con un pase prohibido a Fabio, todo velocidad, quien se la puso al francés, que venía del más allá, y terminó la obra que él mismo había comenzado. Karim, el rey bobo, que se encoge de hombros después de matar al dragón. El gol hizo levitar el frágil andamiaje constitucional. Todo se movió por un instante, y parecía verdad aquello que dijo Illgner en su día: si todos los madridistas dieran una patada al suelo, la tierra temblaría.
El partido se movió unos centímetros en otra dirección. El ruido del Bernabéu, nunca grito unánime, hecho de conversaciones deshilachadas, chillidos fuera del compás, bombos, rechifla, pataletas y un señor que la toma cada día con un jugador diferente; subió de intensidad hasta meterse en las cabezas de los Alemanes. Esa perfección, esa fluidez del principio, ya no volvieron a tenerla. Eran, de repente, un buen equipo «normal». Algo herido. Un equipo al que se le cogía la espalda con facilidad. El Madrid no presionaba arriba y mordía lo justo en el centro del campo, pero los defensas habían subido la línea. De todas formas, con Isco, Modric y Di María -interior derecho- en un 442 que se desperezaba en ataque de mil maneras diferentes; el robo es una posibilidad muchas veces remota. Una vez consumado, eso sí, el talento y el orden de estos jugadores, hacen venenoso el ataque posterior. El dominio del Bayern se volvió aparente, pero la electricidad estaba en las contras del Real. En una de ellas a Cristiano se le apareció el balón, en velocidad, de cara, y con la portería tan grande que parecía la boca del lobo. Falló, y estuvo un rato desesperándose en un melodrama correctamente filmado por las cámaras de campo. Poco después, Isco, tan tranquilo y gigante como siempre que el mundo está pendiente de él, metió un pase que sobrevoló toda la defensa hasta encontrar a uno de los niños de la guerra al otro lado del área. Era Di María, lastimosamente sólo, con tiempo para pensar la celebración y que la mandó al segundo anfiteatro (desde ahí han formulado una queja por todos los balonazos que reciben, por cierto).
Acabó el primer tiempo y estábamos todos exhaustos. En los bares, nadie se movía del sitio como si tuvieran miedo a romper el entramado táctico de Ancelotti. La gente se imaginaba las infinitas líneas de pases de Guardiola, contra la irresistible verticalidad de esta nueva mutación madridista. Hay una cuestión y es el talento individual. Los jugadores del Madrid superan en eso a sus pares del Bayern. Es una inteligencia de Anchelotti haber simplificado la táctica. Haber plasmado un molde fácil, reconocible desde el aire en defensa; y un devenir en ataque que le sale a los jugadores de las entrañas. Xabi seca, Modric salta de eje, Isco pausa y pone la sal y el aceite, Karim decide y merodea: hace surgir. Cristiano mata y arrastra el mundo con sus desmarques y, Di maría, está para servirle a usted. Todo esto sin un plan demasiado dibujado; sin un juego de posición de opereta como el de Mou, como el de Pep. Con órdenes básicas y Xabi de encargado: no dejen la puerta abierta; atended la espalda por si hay un impostor. Replieguen por las escaleras laterales, por favor. Cambien de orientación cuando se atasca el asunto, y rompan al espacio mientras modric se presenta en la frontal. En ninguna de las jugadas en las que el Madrid hilvanó más de 5 pases en campo contrario, el Bayern supo por donde iba a caerles el muerto. Ese despliegue azaroso, sólo se puede hacer sobre el talento individual reforzado por un andamiaje claro y profundo. En el otro lado, las intenciones del Bayern se veían venir como si un eco precediera a la jugada. La posibilidad de engaño era nula; sólo con la salida de Göetze y Müller, dos jugadores que se salen de los caminos dibujados por Guardiola, la zaga del Madrid sufrió la posibilidad del gol.
En la segunda parte, el Madrid salió más alegre y un punto más desguarnecido. Presionaba alto y si no robaba, replegaba hasta blindarse en las cercanías de Xabi. Eso dio una imagen bonita y deslumbró a los incautos, pero la producción de jugadas de gol fue inferior a la que hubo en el primer tiempo. Un momento Cristiano, escorado y que tardó más de la cuenta en apoderarse del balón; sacó un disparo inofensivo que mandó a corner Neuer. Un par de llegadas en tromba de Bale, incandescente, pero algo aturullado. Un remate de Di María por ahí, y un cabezazo picado de Ronaldo por allá. A veces parece que a este equipo, sólo se le sueltan los instintos cuando llegan en vuelo al despiece de la res.
Toda la segunda parte, fue procesada por la mente de Xabi, que empezó alto y fue creciendo hasta sobrevolar la zona de guerra. Quitaba el oxígeno donde Robben, muy dispuesto con su truco a cuestas, pero inhabilitado en su carrera hacia el interior del área. Sacaba el balón hacia Modric, Isco, o en cambio de orientación buscando a Carvajal (corajudo, rapidísimo y arremangado). Orientaba los ataques y dirigía las labores de rechace y repliegue en condiciones. Cuando vio que los bávaros ya no dominaban la zona centro y estaban al límite de sus cuerpos; soltó las riendas del ataque, lo que derivó en peligro en el tramo final. Le sacó un remate a Müller, que había dejado plantado a Ramos con una media vuelta tan extraña como su pose. Tuvieron otra los alemanes. Un lío cerca del córner, con tres madridistas que se chocan entre ellos y un bávaro que aprovecha el desconcierto; se la pasa a Göetze, sólo en lo más íntimo del área, que la empalma durísimo. La jugada fue centelleante, y al madridista no le dio tiempo a escupir el corazón por la boca. Iker sacó las manos donde la mayoría ponen las piernas y no hubo gol.
Esa fue la última iluminación de un partido que vuelve a poner al Madrid en el origen de las cosas. Donde el dominio del caos lleva a la materia hacia la luz.
MADRID, 1-BAYERN, 0
Real Madrid: Casillas, Carvajal, Pepe (Varane, m. 73), Sergio Ramos, Coentrão; Modric, Xabi Alonso, Isco (Illarramendi, m. 81); Di María, Benzema y Cristiano Ronaldo (Bale, m. 74).
Bayern Múnich: Neuer; Rafinha (Javi Martínez, m. 66), Boateng, Dante, Alaba; Lahm, Kroos; Robben, Schweinsteiger (Müller, m. 74), Ribéry (Götze, m. 73); y Mandzukic.
Gol: 1-0. M. 19. Benzema remata en el área pequeña un centro de Coentrão desde la banda izquierda.
Árbitro: Howard Webb (Reino Unido). Amonestó a Isco.
Unos 85.000 espectadores en el Bernabéu.
Ángel del Riego