Al PP le costó dar a conocer su candidato para las elecciones europeas y, ahora que lo tiene, al candidato le está costando hablar de Europa. Porque día tras día tiene que sortear preguntas sobre una polémica artificial en torno a la participación de José María Aznar en la campaña. El presidente de honor del PP se quejó de no haber sido invitado a compartir un mísero mitin con Arias Cañete, el aludido reaccionó ofreciendo fechas y lugares para que pudiera elegir a lo que Aznar respondió finalmente que no podría asistir por problemas de agenda. Es lo que los mortales llamamos tocar las narices.
Las relaciones de Aznar con Rajoy no son buenas desde hace tiempo. Considera el expresidente que su sucesor no está a la altura y no se ha cortado a la hora de proclamarlo cuando ha habido ocasión. En televisión y en horario de máxima audiencia, por ejemplo. Hace ahora un año, en Antena 3, criticó la falta de acción del gobierno, le recriminó el incumplimiento del programa y reclamó un proyecto renovado. Fueron dardos que dejaron heridas y alimentaron venganzas. El gobierno y la cúpula del PP excusaron su asistencia en la presentación de su último libro, Aznar dijo que «tomaba nota», y se vengó meses más tarde al no asistir a la convención nacional de los populares en Valladolid también «por problemas de agenda», sin llegar a saber qué cosa más importante puede tener el presidente de honor de un partido un fin de semana que acudir a la convención del partido que él creó.
Aznar decidió su sucesión a dedo, cree que se equivocó con Rajoy y en vez de asumir su error en silencio se considera con autoridad para horadar la imagen del designado. Ignora Aznar un par de cosas. Una, que cada vez que lo hace quienes comparten que Rajoy fue un error recuerdan que fue el propio Aznar su responsable. Y dos, que sea como fuere, desde que Aznar lo designó Rajoy se ha legitimado en las urnas, tanto dentro como fuera del partido. Y en democracia son las urnas y no los tutores los que deciden.
Isaías Lafuente