lunes, noviembre 25, 2024
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El «intolerable» Antonio Herrero

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No estamos en una fecha redonda, como puede ser el décimo aniversario de su muerte, o el 15 , que fué el año pasado, en el que participé en un entrañable acto público para recordarle en el que estuvieron su viuda, Cristina Pecker, los hijos de Antonio Herrero, José María García, Manuel Martin Ferrand,… y muchos de los que a él estuvimos ligados personal o profesionalmente.

No es una fecha redonda. Es el 16 aniversario. Pero para mí, cuando se trata de recordar a Antonio Herrero, todas son fechas redondas. Todos los días le recuerdoY cuando veo como se ha degradado el periodismo, que es todos los días, y con no poca indignación, le recuerdo más aún. Así que no puedo por menos que escribir de él, singularmente en este diario digital en cuyo nacimiento, por cierto, también tuvo que ver Antonio Herrero.

Marcó un hito en la historia del periodismo español. Algo que dudo que jamás se le reconozca debidamente en este país, imperio de mediocridades, sectarismos y demás. 

Su forma de ser rebelde y bravía, incontrolable. Y pagó por ello en un reino donde el poder, político y económico, si es que pueden diferenciarse, quiere tenerlo todo controlado. Aún recuerdo la publicidad televisiva de su programa de Antena 3 de radio, «El primero de la mañana», en el que yo iniciaba mis pasos periodísticos allá por 1988. El anuncio, que todavia puede buscarse por internet era retador. Aparecía Antonio Herrero afeitándose. Y una voz en off decía: «Antonio Herrero no se corta». Y entonces Antonio , con cierta templada chulería decía «ni con nada, ni con nadie».

En Antonio prevalecía el deseo de enfrentarse a lo que fuese para contar la verdad, o para acercarse al menos a buscarla, siempre sabedor de que uno puede equivocarse. Era ése entender el periodismo como una causa no exenta de riesgos, donde el valor es importante. No arrugarse. No ser genuflexo. Ser un poco como el Cid en la jura de Santa Gadea. Intentando mantener a raya los abusos de los poderosos.

Entender que todo periodismo que no ejerza de contrapoder es, por definición, pseudo-periodismo. Propaganda al servicio de unos u otros. O mero entretenimiento.

Tenía contradicciones. Cometía errores. Pero tenía cosas de una grandeza tal que contrarrestaban, y mucho, todos sus defectos. Una de ellas era la defensa de los profesionales que, como yo, trabajábamos con él cuando se producía cualquier tipo de presión o afán de silenciar sus informaciones. Daba igual que el que lo intentase fuese un gran empresario, un miembro de un gobierno, un capitoste del propio medio de comunicación,… Daba igual. Si una cosa era veraz y tenía interés para el oyente, se contaba. Sin más. 

Hoy mucha gente jóven ni siquiera sabe quien fue Antonio Herrero y lo que Antonio Herrero representó. Me duele en especial cuando son jóvenes periodistas los que no saben éso. Los que no saben que, muy probablemente, nada marcó más el principio del fin del verdadero periodismo en España, al menos es mi opinión, que la muerte de Antonio Herrero aquel 2 de mayo de 1998. 

Creo firmemente que este país sería hoy otro, y mejor, si la guadaña de la muerte no hubiese segado su vida aquella primavera. Y que por mucha carrera que estudien los periodistas jóvenes no sabrán nunca más que sucedáneos de lo que es el periodismo si no tienen el referente básico de lo que era el verdadero periodista: Antonio Herrero. Con sus sombras y sus luces. Con sus defectos, sí, pero con sus grandiosas virtudes, de las que fuí testigo directo. Una y otra vez.

A mi me cupo el privilegio, casi diría que providencial, de trabajar 10 años con él. 10 años de vértigo. De denuncias periodísticas sobre infinidad de temas. De no dormir. De no parar. Casi cada vez que Antonio me presentaba en antena, solía hacerlo diciendo «nuestro infatigable especialista, don Carlos de Prada, buenos días». ¿Infatigable?. No lo sé. Aún no me he recuperado de los años sin dormir en aquella vibrante aventura. Buscando temas de medio ambiente, la mayor parte de ellos de investigación, que estuviesen a la altura de aquel volcán en erupción que eran sus programas.

Porque con Antonio el periodismo era aventura. No cómoda vida funcionarial. Para empezar, tenía una capacidad de todo terreno que podía hacerle tratar temas mucho más variopintos que los vergonzosos monocultivos de los que hoy vemos que no se sale. Hoy ver un programa de radio o televisión es hoy, casi siempre, sota , caballo y rey. Un siempre lo mismo enfermizo, que se repite como en un bucle. Un bucle nefasto que me recuerda al de los movimientos repetitivos de los animales salvajes cautivos en el zoológico, tarados por la falta de libertad. Es como la tara de una libertad de expresión maltrecha. 

No es que algunos de los temas que se traten no sean importantes, o no sean noticiables, sino que aparte de ésos temas que son los que hoy dominan, hay muchos otros temas importantes que apenas son tratados. Y muchas veces, acaso más importantes que los que tanto se tratan. Temas que Antonio sí trataba en sus programas.

El programa de Antonio era una especie de bazar persa en el que había de todo. Y cuando digo de todo quiero decir de todo. De todas las inclinaciones políticas, de todas las sensibilidades, de todos los intereses,… una parte importante de su fuerza estaba en éso, en la diversidad, en la riqueza de temas, en la enorme cantidad de noticias que trataba y , sobre todo, que descubría. Porque no se regía por la vagancia de tantos periodistas de radio que creen que todo es trasladar a la radio lo que leen en los periódicos de la mañana. 

Con Antonio si un tema era importante era difícil que no entrase en su programa. Molestase a quien molestase. Un ejemplo de ello eran mis temas. Temas muy importantes, pero hoy en día reducidos a la mínima expresión en los grandes medios. Temas como los de los riesgos radiactivos, los riesgos de la contaminación química, las mil y una agresiones que padece el medio ambiente,… Y como pasaba con mis temas, sucedía con otros que hoy apenas son abordados en los medios. Unos medios cada vez más mediatizados, cada vez más controlados, por unos intereses que nada tienen que ver con el verdadero periodismo. Unos medios convertidos ya con frecuencia en tristes caricaturas de lo que eran los auténticos medios de comunicación.

Los grandes medios se están convirtiendo, cada vez más, en algo parecido a ésas pantallas de la novela de la novela 1984 de Orwell que presentan una realidad determinada y dan a las masas motivo de conversación, para que piensen y hablen de lo que interesa. Y no piensen ni hablen de lo que no interesa. Es como Matrix.

Antes, en especial con Antonio Herrero, uno tenía la sensación, épica, de poder ir contracorriente. No a favor de la corriente de los intereses creados. Y de poder sacar en un gran medio, como era suyo, líder de audiencia, ésos otros grandes temas. El profesional tenía libertad y se sentía respaldado para adentrarse en cualquier territorio hostil con el afán de descubrir cosas cuyo conocimiento podía ayudar a mejorar la sociedad y evitarle males.

El periodismo de verdad es, necesariamente, «gamberro», como era Antonio Herrero. El «periodismo» demasiado «considerado» , demasiado atento a los intereses políticos o económicos que puede «perjudicar» no es periodismo, es servilismo vergonzoso. 

Cuando uno compara a Antonio con tanto pusilánime como hay suelto hoy en día. Responsables de medios, de programas,… mirando de reojo a tal o cual partido o gran empresa para no desagradarles, se le abren las carnes. Debería caer fuego del cielo sobre ellos. A mi, alguna vez se me ha acercado alguien, tras algo que yo he sacado, y me ha dicho: «oye Carlos, que esta empresa sobre la que has sacado esto es un importante anunciante nuestro». Y he tenido que contestar «¿Y si la mafia siciliana o los batasunos favorables a crímenes fuesen anunciantes nuestros debemos callarnos sobre los crimenes? ¿El periodismo es para contar cosas o para callarlas? ¿Si hay datos serios sobre una empresa que indican, por ejemplo, que puede estar envenenando una población, y causando muertes de cáncer, hemos de callarnos porque sea anunciante nuestro?». Jamás me ví en ésa situación con Antonio Herrero. Antes al contrario, si yo llegaba con un tema que había investigado, y con datos serios acerca de algo, me asustaba de la bravura con la que Antonio entraba a degüello con ello, atreviéndose mucho más que yo mismo.

Recuerdo muy bien como hervían los teléfonos en la redacción cuando vivía Antonio Herrero. Y recuerdo también el silencio atronador después. Vivo Antonio los teléfonos hervían de quejas de responsables de la Administración o de empresas que hacían barbaridades. Se les atendía, pero se tenía muy claro de parte de quien había que estar: de ésa señora que se llama verdad.

Muerto Antonio, no era raro que, la rara vez que sonaba el teléfono, alguien de tu propio medio se te acercara con mirada acusadora diciéndote «Carlos, han llamado del Ministerio, y dicen que lo que has sacado no es verdad». Y yo me quedaba estupefacto,pero disimulando el asombro que me producía ver que había sabandijas tales, capaces de poner en duda al periodista que, jugándose el tipo, había desvelado una trama o una irregularidad que a lo mejor ponía en juego la vida de personas o suponía un hurto de caudales públicos solo porque un asalariado de los intereses denunciados había llamado al medio en el que yo trabajaba. Nunca con Antonio ví tales cosas. Antes estaba más claro en qué trinchera estaba cada uno. Después no. 

Las llamadas de queja de los perpetradores, mucho más abundantes en tiempos de Antonio, no eran más que la saludable música de fondo que se suponía que tenía que tener cualquier redacción. Se sabía que el periodismo es contrapoder, y no se esperaba otra cosa. Ésas llamadas no eran otra cosa que el «ladran, luego cabalgamos».

Pero no, para otros, el periodismo es ser un busto parlante que incluso puede parecer «valiente» por meterse en los temas en los que se ha «convenido» que uno puede meterse. «Valiente» por denunciar cosas de un bando y no de otro, «valiente» por denunciar unas cosas que están mal pero que a lo mejor ha hecho un pobre hombre, pero callar otras muchas que afectan a grandes empresas, «valientes» por muchas otras cosas,... Pero no. Ser valiente es denunciar lo que se sabe honradamente que es denunciable sin pensar en si hay o no bando que pueda apoyarnos. 

Hubo un momento de existencia de cierto periodismo. No perfecto, pero al menos mucho más que ahora. El periodismo vivo, el periodismo «loco», algo más incontrolado que surgió en los tiempos de la Transición, donde el periodista tenía las manos más libres para simplemente cumplir con su función, ha sido exterminado en su mayoría como en un tremendo genocidio. Y hoy hay que buscar con lupa las expresiones diminutas de espacio realmente libre que perduran. Y no culpemos solo a los grandes intereses (ni ahora a la crisis). Culpemos ante todo a la cobarde mediocridad de tantos periodistas y su plácida autocensura. 

En fin, Antonio, no quiero ni pensar lo que te parecerá el panorama que vivimos aquí abajo, en esta dictadura silenciosa de la cobardía y la mediocridad. 

Consuélame recordar aquellos momentos en que no ya como jefe y colaborador, aunque éso también estaba presente, sino como amigos, marchamos por los montes que tanto te gustaban. Eras cazador y yo no. Y me cuidaba de decirte si estaba viendo un corzo, no fuése que sacases la escopeta. Pero, al margen de éso, compartíamos el amor por los espacios bravíos y salvajes. Y creo que en ése amor por lo salvaje e indómito estaba el origen de lo mejor que tenías como periodista. 

Solo lo salvaje se salva, creo que dijo Leonardo Da Vinci. El periodismo verdadero no es profesión de animales domésticos y dóciles, aunque haya quien ha conseguido al fin tener comiendo su pienso a buena parte de la profesión. No ser uno de estos últimos y amar en exceso la libertad, puede tener su precio, aunque merezca la pena pagarlo a fin de ser periodista de verdad o, simplemente, vivir de verdad, sin ser un muerto viviente.

Mi película favorita, que también era la tuya, es Las aventuras de Jeremías Johnson, donde el protagonista luchaba por vivir en absoluta libertad en la Naturaleza salvaje. 

Otra de mis predilectas es Viva Zapata. Recuerdo la frase de un general que, hablandoen ella de Zapata, decía que, a diferencia de otro personaje más dócil, al que podía controlársele, Zapata era un tigre «y a un tigre hay que matarlo». Tú, Antonio, eras un tigre. Y solo la muerte podía silenciarte.

Aquel 2 de mayo de 1998, día, por cierto de los mártires que luchaban por la Independencia, moriste. Y, como si Dios hubiése querido que las cosas coincidiésen, el día siguiente, día de la Libertad de Prensa, los periódicos recibieron la noticia de tu óbito. ¿Casualidad?. No creo en las casualidades.

Moriste de pie, no de rodillas, haciendo enviudar a la libertad de expresión de España. Moriste, según dicen, de un accidente bajo el mar que tanto amabas, como amabas los campos de Extremadura, los Picos de Europa, el Pirineo, las soledades de Africa… Como amabas a Cristina (tu mujer), a Cristinita (tu hijita) y a todos los tuyos. 

Ya no pude seguir mi labor contigo. Ésa labor en la que salvamos tantos valles de quedar anegados por innecesarios embalses, bellezas (como las de Cabañeros) arrasadas por campos de tiro, pueblos a los que ayudamos a no verse sometidos a la amenaza de unos residuos radiactivos,… y , en fin, tantas cosas. Para mí fué un mazazo cruel del que mi último «consuelo» fue sentir tu peso, entre lágrimas, cuando portaba tu ataud a la salida de aquella iglesia en Marbella.

Te ahogaste en el mar, nadie sabe exactamente como ni por qué, cuando buceabas en el Mediterráneo. Te ahogaste, sin saber que, unas horas antes, ése mismo día, en La Moncloa, todo un Presidente del Gobierno tramaba contra tí.

Aznar y Antonio Herrero

Es interesante que aquellos que creen que eras un periodista de un bando, como tanto se lleva ahora, sepan el «amor» que te profesaba el que era, supuestamente, el líder de «tu bando». Como si tú tuvieses otro bando, realmente, que el del periodismo. Pero en este país por el que vaga errante la sombra de Caín, no puede esperarse otra cosa de muchos. No puede esperarse demasiado en este, tantas veces, desierto neuronal que llamamos España, en el que la cabeza, como decía Machado, se usa muchas veces para embestir (en cosas como los hueros guerracivilismos), y pocas veces para pensar.

El día anterior a tu muerte, Antonio, el presidente del Gobierno José María Aznar convocó a una cena en La Moncloa a tus amigos Luis Herrero y Federico Jiménez Losantos, sin decirles de qué quería hablar con ellos. La cena, que había empezado cuando aún no era de noche, y se desarrolló con aparente buen humor, tendría unos “postres” agrios que se extenderían hasta las dos de la madrugada, ya en el mismo día en el que amanecería tu muerte. 

Fue cuando Aznar les hizo ver el motivo de la invitación. El relato, muy gráfico, lo hizo Federico en su libro «De la noche a la mañana». No es que Aznar estuviese enfadado, no. Es que , como dice Losantos, estaba «indignado del todo, ilimitada, superlativa, apocalípticamente», contigo, Antonio. Lo tuyo en La mañana le resultaba «intolerable» a Aznar. «Y una y otra vez, mientras cuidaba con eficacia sonámbula la combustión del habano» nos dice Federico «repetía la misma palabra: «Intolerable». 

El Presidente estaba mucho más que alteradísimo e insistía e insistía una y otra vez para buscar el apoyo de los dos periodistas con el objetivo, según el relato hecho por Losantos, de hacer desaparecer de las ondas tu molesta voz críticaDesgranando algunas de las cosas que habías dicho y que Aznar juzgaba inadmisibles. 

Entonces llevaba dos años en La Moncloa, justo a mitad de su primera legislatura como Presidente. Y se ve que tenía claro que tus críticas no convenían a su Gobierno. Debía haber ido acumulando indignación un mes tras otro en ésos dos ejercicios y, ya en el ecuador de su mandato, acaso miraba con desconfianza el escenario que le esperaba de cara a las siguientes elecciones. 

Como repetías en tantas ocasiones, los gobiernos siempre intentan controlarlo todo y no les gustan las críticas. Y tus críticas, Antonio, podían frustrar planes, inversiones,… en fin, muchas cosas. Solo con los temas de los que yo me ocupaba, y que acaso no eran los más relevantes, aunque no lo fueran poco, cosas como un Plan Hidrológico o un plan de residuos radiactivos, por ejemplo, con sus miles de millones de euros de inversión, y las expectativas de enormes empresas constructoras, eléctricas, etc. podían ser más difíciles de llevar adelante. Todo porque, a lo mejor, mostrábamos sus sinsentidos, los verdaderos beneficiarios, que bien podían no ser todos los españoles,…. en el programa más influyente de la radiodifusión española. Y en un medio que algunos suponían que debía estar de parte del Partido Popular. Para qué hablar de todos los demás temas que denunciabas o podías denunciar (corrupción, servicios secretos,…)

Al Gobierno no le interesa que le alboroten el gallinero. Y, Antonio, tú eras un gran «alborotador». Hay que ver como alborota a veces decir la verdad y como apaciguan las mentiras, por poco piadosas que sean.

No sé Antonio si sabías hasta qué punto alborotabas, concretamente, a Aznar. Ni si conocías por entonces suficientemente la personalidad del Presidente. Tuvistes más tiempo de analizar la personalidad de otros presidentes, como Felipe González, y de ver, más o menos, como podían maniobrar para silenciarte. Pero a Aznar lo habías conocido, ante todo, en la oposición, y no tanto controlando los resortes del Estado, y acaso enardecido con ello. Quizás habrías tenido una idea más clara si hubieses podido verle, por ejemplo, tras las elecciones que ganó, ya con mayoría absoluta, dos años después de tu muerte, en el año 2000. Quizás te habría llamado mucho la atención ver ciertos tics autoritarios. E incluso ver como, sin encomendarse a Dios, ya que el Vaticano estaba en contra, era capaz de lanzarse a una guerra movida por oscuras razones, como sucedióen la famosa cumbre de las Azores. Una guerra en la que se mataría a cientos de miles de personas. Se ve que Aznar era un hombre capaz de muchas cosas. Más acaso de las que podías imaginar Antonio, allá por 1998. Pero tú no pudiste seguir sus dos mandatos, el último de los cuales acabó con el mayor atentado terrorista de la historia de España. Y causado por islamistas. Tampoco pudiste saber nada de las informaciones, de perfil casi novelesco que, tras dejar el cargo de Presidente, le han venido vinculado a cosas diversas como negocios de armamento.

A veces hace falta tiempo para ir conociendo a algunas personas. Sobre todo cuando son personas con cierto carácter hermético como Aznar. Ése Aznar que, como nos relataba Federico en su libro, iba desgranando aquella noche de primeros de mayo de 1998 algunas de las cosas que tú, Antonio, habías dicho y que él juzgaba inadmisibles. Ése Aznar que, cuando vio que tus amigos Luis Herrero y Losantos no querían traicionarte «poseído por una especie de furia muscular, se levantó y empezó a pasear junto a la mesa, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, siempre con el puro por delante, en involuntaria parodia de Groucho Marx». Aunque la imágen que pinta Jiménez Losantos incite a esbozar una sonrisa, no parece que la situación fuése para ello.

«El tira y afloja, o más bien, el tira sin aflojar, se prolongó hasta casi las dos de la mañana. Pese a que al día siguiente debía levantarse a las seis, Aznar no acababa de despedirnos, quiero decir de irse a la cama. Esa parte de la discusión, cuando ya estaba dicho todo y sólo se trataba de comprobar la resistencia del rival, se me hizo eterna» contaba Federico. Pareciera, Antonio, con tanta insistencia, que el Presidente tuviese que asegurarse ésa noche de si podía haber forma de acallarte por ése procedimiento. Pero no lo consiguió. Tus dos amigos , Antonio, no te traicionaron. Dijeron al Presidente que te apoyarían pasase lo que pasase. Y se fueron de la Moncloa muy preocupados. 

En este país, Antonio, en el que a nadie parece importarle nada, no parece acaso tan extraño que todo un Presidente, sacrifique su sueño para hacer éso, en la Moncloa, de una forma tan alterada y grotesca, contra un periodista. Pero imaginémonos que se supiera que un Presidente de Estados Unidos hubiése hecho lo mismo en la Casa Blanca con un periodista de aquel país. Aquí se cuenta en un libro y no pasa nada. La vida sigue. No he visto que se formase especial revuelo cuando esto se publicó

Seguro que cuando hubieses conocido los detalles de la reunión en La Moncloa, tú sí que habrías organizado un considerable revuelo. Bastaba conocerte para saberlo. Las cosas podían estresarte, pero no hacerte retroceder. Ser valiente no es no tener miedo, sino no dejar que el miedo guíe nuestros pasos. Pero no tuviste la ocasión. Aquel mismo día 2 de mayo de 1998 hacia las 17:50 dejaste nuestro mundo en lo que parecía ser un accidente de buceo . Tu cuerpo acabó flotando, muerto, en las aguas del Mediterráneo. 

Quiso la Providencia que ésa última semana hubiese estado yo más tiempo contigo en el programa, ya que como una semana antes de tu muerte, precisamente, tuvo lugar una de las mayores catástrofes ecológicas de la historia de España. La del vertido en Doñana. Era el tema principal de aquellos días. Y eso me hizo entrar infinidad de veces en tu programa, añadiendo mi pequeño grano de arena al enfado de Aznar, por el “mal trato” que le dimos a la Ministra de Medio Ambiente en antena. Ya se sabe, ellos prefieren las entrevistas cortesanas, donde puedan decir todo lo que les plazca sin que nadie les contradiga con datos objetivos. Pero de eso no tenían con nosotros. Y no les gustaba nada. Era «intolerable». ¡Intolerable!

En fin, Antonio, ésa última semana contigo en las ondas, fue para mí como un regalo de Dios, que acaso quiso premiarme con ello, de alguna manera inmerecida, con una traca final de periodismo, antes de que llegasen más oscuros tiempos. Tiempos «intolerables». Tiempos sin Antonio Herrero. El cazador de noticias.

Carlos de Prada

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