(Sueño con Lady Gaga, Michelle Obama y Natalie Portman)
En Madrid.
(En el sueño salen igualmente varias damas españolas de la política, a las que no se mienta por obvias razones de autocensura, aherrojada tradición hispana).
Un motín.
A varias damas suripantonas de la política, los amotinados les seccionan los potorros, como los indios de las praderas se hacían con las cabelleras de los blancos derrotados.
A ellas, empero, les gusta la fiesta.
Después, en bonita ceremonia, los amotinados obsequian a Lady Gaga con los potorros seccionados, para que se haga con ellos un vestido, si bien más de una de las piezas cobradas tendrá que ser pasada por el bidet antes que por el taller de costura.
Lady Gaga dice que, para la escena, ese vestido lucirá mucho más lindo que el suyo tan famoso de los filetes.
Me llaman de The New Yorker para que escriba la crónica del acto, tarea con la que me pongo de inmediato. Como les gusta, me invitan a viajar a los USA, donde me contratan como guionista en Hollywood. Para celebrarlo quemo todos mis libros publicados, así como las traducciones hechas, empezando por las de Chesterton, Stevenson y London.
En la Casa Blanca han leído mi crónica y Michelle Obama, admirada, me invita a almorzar con ella.
Dejo caer varias veces los cubiertos, aunque sin éxito, pues quería ver bajo la mesa si en verdad no usa mutandas, como me aseguraron la noche anterior que lo hace esta primera dama de luminosa y cachonduela sonrisa, Cassius Clay, Joe Frazier, Sonny Liston y George Foreman, con los que anduve de copas
.
Cuento a la primera dama que el nombre de sioux, o siux, se lo dieron los franceses a esos indios dakotas, nakotas y lakotas, por el sonido que al cortar el aire hacían sus cuchillos, en cuyo lanzamiento eran muy diestros. Añado que con aquellos cuchillos se hubieran podido cortar más limpiamente los potorros de las suripantonas españolas de la política, y Michelle Obama ríe a carcajadas. Pero cuando por fin me va a confesar que, efectivamente, no usa mutandas cuando luce vestidos ajustados, entra su marido, muy circunspecto, y me saluda distante y piramidal, como si fuera yo un Rodríguez Zapatero cualquiera, o un Mariano Rajoy cualquiera, y me suelta que él tiene un vino mucho mejor que el más delicioso de los nuestros, mientras me enseña una botella de Screaming Eagle del 94.
No puedo más que darle la razón cuando con mayor displicencia me sirve una copa.
De noche, de nuevo tomando whiskey con los boxeadores, triste porque no he podido quilarme a Michelle Obama, me dicen que Lady Gaga, feliz por mi idea de hacerse un vestido con aquellos potorros, ha declarado a la prensa que como premio me presentará a Natalie Portman.
Cassius Clay añade:
–Qué pena que ya no esté entre los vivos Sammy Davis Jr. Os hubiera llevado ante su rabino para que Natalie y tú os pudierais casar.
–Coño, pero yo no quiero casarme, de ninguna manera –protesto enérgicamente.
Los boxeadores me miran muy serios, e interrumpiéndose los unos a los otros comienzan a discursear sobre las bondades del matrimonio y las indecencias de la fornicación no santificada, con el mismo y duro y pastoral gesto con que Samuel L. Jackson se dirige a Tim Roth y a Amanda Plummber hacia el final de Pulp Fiction, en la escena del atraco.
–Como viene de Europa le gustan las películas de Woody Allen –soltó despectivo, señalándome con su índice, creo que George Foreman, pero a pesar de su aspecto temible le repliqué pidiéndole que no fuera tan tópico en sus juicios morales.
Acabamos pidiendo otra ronda, entre risas.
Observé entonces que Natalie Portman, un poco más allá, se dirigía a los servicios, y me dispuse a seguirla pues me había guiñado un ojo.
(Hubo más escenas, tengo la sensación de que fueron igualmente gozosas, pero como no puedo recordarlas bien me parece indecente decirlas. Eso sería especular, no narrar).
José Luis Moreno-Ruiz