Las elecciones europeas están a la vuelta de la esquina, el 25 de mayo, y, como siempre, no entusiasman al personal. Con razón, por numerosos motivos, y sin razón, por otros.
Con razón porque los partidos políticos llevan siglos utilizando a la Unión Europea como escudo cuando hay que aplicar medidas necesarias pero impopulares. “Yo no tengo la culpa” dice cualquier gobierno, “la culpa la tiene Bruselas” y se olvidan cuidadosamente de añadir: “Yo estaba sentado en esa reunión de Bruselas en la que se tomó esta decisión de la que ahora pretendo disociarme ya de vuelta en Madrid”. Esta actitud hipócrita es sin duda una actitud censurable.
Sin embargo la UE no es sólo el padre severo que señala la senda de los deberes que hay que cumplir para lograr convivencia y prosperidad, es también la madre que mima a sus polluelos distribuyendo medios y marcando direcciones para modernizar la sociedad democrática europea y asentar su prosperidad. Otra cosa es lo que los polluelos hacen con lo que les entregan y les dicen y sabemos que unos son más diligentes que otros y la culpa de ello la tienen ellos mismos.
Además, la vida fuera del gallinero es imposible. A las gallinas que andan sueltas por la carretera las acaban atropellando. El entusiasmo ciudadano por la UE puede ser más o menos vacilante o más o menos entusiasta pero la realidad que asume toda persona sensata es que fuera de la Unión hace un frío polar. La pregunta sencilla que Más debiera de hacer a los catalanes es: ¿Quieren ustedes una Cataluña independiente y fuera de la UE? Con una pregunta así respondería Mas a la verdad (lo que no hace porque esconde lo que pasaría) y los catalanes, sensatamente, contestarían negativamente dejando de lado pasiones estúpidas e irreflexivas azuzadas artera y equivocadamente tanto desde Barcelona como desde Madrid.
Respecto a la UE, los españoles al quedarse en casa o ir al colegio electoral haría bien en preguntarse si sólo quieren estar en Europa o ser europeos que no es exactamente lo mismo. Los ciudadanos son a veces muy señoritos y preguntan con grandes exigencias que se puede hacer por ellos y no siguen la recomendación del Presidente Kennedy de preguntarse qué pueden hacer ellos por “su” familia, “su” colectivo, “su” sociedad, “su” país y para, también, “su” Europa, “su” Unión Europea. Para esto hay que saber amoldarse al colectivo europeo y no pretender lo contrario.
Para empezar lo esencial es votar, primer escalón para involucrarse más profundamente en el devenir de la sociedad nacional y europea, ambas íntimamente imbricadas. La Unión Europea, distante en la imagen pero cercanísima en nuestra realidad diaria, se sigue transformando institucionalmente, aunque sea lentamente, y el Parlamento Europeo cada vez tendrá más que decir. Para empezar este nuevo Parlamento elegirá al Presidente de la Comisión y está en nuestras manos y papeletas el que podamos volver a tener en ese puesto a un Delors, último Presidente que supo marcar una dirección clara, integradora y modernizante para la UE, en la década transcurrida entre 1985 y 1995, o alguno como los que vinieron luego, apabullados por los Gobiernos de los países miembros y sus visiones parroquiales. Hay pues que votar y quien no vote no tendrá derecho a quejarse luego de nada.
Estas elecciones tendrán, pues, un efecto claro en Europa pero también, en el caso español, en el marco nacional. No sólo el índice de abstención será un mensaje quizás amargo por observar (esperemos que no sea así), sino que también tendrán que tomar nota nuestros políticos de los votos que cada partido recogerá y si los sondeos aciertan tendrán que extraer la única conclusión deducible: España tendrá un gobierno de coalición a partir de nuestras próximas elecciones generales, a lo más tarde en noviembre o diciembre de 2015.
Puede que ese año y medio que quedará tras las europeas lo quiera aprovechar el PP para seguir imponiendo el rodillo de su mayoría absoluta siguiendo la dirección marcada por la Esfinge Muda que habita en la Moncloa. Haría mejor en hablar con unos y otros y trabajar en favor de consensos imprescindibles ya hoy en día e inevitables en un futuro muy cercano.
Carlos Miranda