sábado, noviembre 23, 2024
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Dejé de ser un “tubab”, para convertirme en un “branco”

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Dejo atrás Senegal, el país más próspero de África occidental, para entrar en la que fuera colonia portuguesa Guinea Bissau, uno de los países más pobres del mundo.

Aun así, lo que más llama mi atención es que ya no me piden a cada instante regalos ni dinero, como ocurría en Senegal.

Escrito sobre el asfalto vi muchas veces “CR7”,  la persona más admirada en este país y su camiseta la más vestida, junto a los nombres de los candidatos a presidente (las elecciones se iban a celebrar en  una semana).

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El camino transcurrió entre árboles de cajú, que en esta temporada del año están cargados de anacardos. Su fruta, de sabor dulce y que desprendía un olor como si estuviesen fermentando no se despegó de mí durante los 200 Km. que recorrí hasta llegar a la capital Bissau.

Por todos los sitios veía niños que recogían las frutas caídas entre las hojas, y al atardecer las mujeres caminaban hacia sus aldeas con grandes cubos sobre sus cabezas llenos de anacardos, que luego machacarían para hacer zumo, y que en pocas horas fermenta y se convierte en alcohol.

Los hombres, como viene siendo normal, charlan y preparan té bajo la sombra de un árbol desde que amanece hasta el atardecer, solo son interrumpidos  cuando sus mujeres, hermanas o madres les sirven la comida.

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Bissau es como cualquier gran ciudad africana: caótica, polvorienta y gente vendiendo las mismas cosas en pequeñas porciones. Los tomates se venden por unidades, los macarrones en bolsitas más pequeñas que las de las chuches,…..

Por fin encuentro más variedad para comer.

En las zonas rurales solo me fue posible comprar arroz, y con un poco de suerte pan con mayonesa.

¿Con mayonesa?

Seguro que será una gran sorpresa para muchos, pero es uno de los alimentos más consumidos en África (la importan de Holanda). Se presenta en garrafas de 5 l aunque se venda por cucharadas, y la guardan muchas veces sin tapar bajo el radiante y ardiente sol
africano.

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Por la mañana, una buena taza de café (Nestlé por supuesto), y un bocadillo de mayonesa.

El centro de la ciudad de Bissau es diferente. Grandes árboles de mangos levantan lo poco que queda de las aceras, y las antiguas casas coloniales se derrumban poco a poco. Pocos coches, pocos peatones, da una extraña sensación a las grandes avenidas de aspecto todavía
colonial.

Las farolas con aspecto de otra época solo se ven durante el día, ya que hace mucho tiempo que dejaron de funcionar.

Una capital sin luz, y donde, en cuanto se pone el sol, se pueden ver las estrellas desde el mismo corazón de la ciudad como si estuvieras en mitad del mar.

Por eso, los más avispados y emprendedores se agencian un pequeño generador con el que se apostan en las esquinas más concurridas para que los transeúntes puedan
cargar las baterias de sus móviles. Un negocio muy rentable.

Las elecciones iban a ser el día 13, coincidiendo con el aniversario del último golpe de estado, que también casi era el aniversario del anterior, y que los militares suelen celebrar (con golpe de estado) cada dos años, al igual que las elecciones.

Les va en ello su economía – a los altos mandos militares-, pues Guinea Bissau se ha convertido en el punto donde los grandes carteles narcotraficantes de “coca” la almacenan en las viejas y abandonadas instalaciones militares de la época colonial y que están “fuera de control” antes de distribuirla por Europa. Llega, la coca, en barcos o en avionetas que  sueltan su carga desde el aire. No hace mucho los narcos fueron a buscar su mercancía, que habían camuflado en sacos de fertilizantes, y comprobaron que los campesinos estaban más alegres

que de costumbre y que habían abonado con ella sus huertos.

Hacía una semana del fallecimiento de Kumba Yala, un ex-presidente amado y que, también, fue depuesto por un golpe de estado liderado por los militares. Se declaró luto durante tres días, donde quedó prohibido todo tipo de fiesta o celebración festiva, y aunque
coincidió en fin de semana se respetó el luto.

Mientras tanto me fui a visitar el sur, donde quedan las últimas hectáreas de selva virgen, Catanhez, y coincidí con un campeonato de fútbol que se celebraba entre los equipos de la comarca.

Los partidos se desarrollaban entre una nube de polvo, y la gente animaba con gran estridencia a quien marcara, dando lo mismo la portería que fuera. Todos los jugadores (los de los dos equipos) corrían detrás de la pelota, excepto los porteros que se quedaban con las ganas. Tuve la impresión de ver una marea que se movía con cierta armonía de una mitad del campo al otro.  Un equipo vestía la camiseta de la selección española, y el otro la del Elche.

La final se decidió a los penaltis.

La selección española ganó, y después del último penalti todos los espectadores y jugadores, excepto los perdedores, salieron corriendo a celebrarlo a la calle principal (la única que había), a la vez que se levantaba una gran nube de polvo que les envolvió. Yo sólo pude oír sus cánticos acompasados que surgían entre la polvareda. Al día siguiente y vestidos con sus mejores galas, hombres y mujeres esperaban en diferentes filas para elegir en las urnas a la persona encargada de llevar al país. Esperaban que esta vez el ejercito se lo iba a permitir.

Javier de la Varga

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