Hay datos «macro» que apuntan hacia una lenta recuperación de la economía, no solo española sino de los países de la Europa del Sur. Mariano Rajoy saca pecho aduciendo que ha «hecho los deberes» que le impuso el FMI y el directorio alemán que gobierna Europa. Y desde esa perspectiva, con un aumento espectacular de las desigualdades, disminución de la cobertura social, de la educación y de la sanidad, se presenta a las elecciones europeas con cara de haber triunfado. Las elecciones europeas, que en realidad debieran ser las más importantes, porque quien de verdad gobierna es Europa, son sobre todo una prueba de laboratorio para los partidos españoles.
No hace falta que los partidos tengan pudor. Se dan el lujo de volver a hacer promesas que serán tan falsas como las que hicieron en las elecciones generales. Como la derecha española se alimenta en la falta de vergüenza, luego se ventilan los incumplimientos con frases solemnes con las que patentó Rajoy: «no he cumplido mis promesas, pero he cumplido con mi deber». El cumplimiento del deber es una apuesta en la que quien juega decide si gana; no está sujeto a control democrático, porque no hay forma de tasar ese deber que no sea la voluntad de quien profiere la promesa.
Ahora se anuncian reformas fiscales, se levantan tasas municipales y se prometen puestos de trabajo. Ahora son 600.000 empleos, porque prometer con este cuadro más sería recordar lo que dijo el PP cuando Felipe González prometió 800.000 puestos, que luego en realidad creó.
El electorado es fácil de anestesiar. Los impulsos mediáticos son tan volátiles que se cambian las tenencias con puras operaciones de marketing.
Movilizar al electorado más radical e incondicional aunque se renuncie a la ampliación del voto
En el PP, su sociólogo de cabecera, Pedro Arriola, tiene credos establecidos por los neoconservadores norteamericanos. No inmutarse con la realidad e ignorarla es uno de ellos. Movilizar al electorado más radical e incondicional aunque se renuncie a la ampliación del voto. «Si votan los fanáticos, no nos irá mal», piensa Arriola. Vale más el desprestigio del contrario que la ampliación de los afines.
Por eso ahora se instala la desfachatez de negar el empobrecimiento de una capa importante de la población, la consolidación de los que más ganan y más tienen y la falta de expectativas de los millones de personas que esta crisis ha dejado fuera del sistema. Rajoy nos quiere convencer de que es muy bueno que haya más ricos de verdad. El tiburón devora, pero algo salpica para los pececillos. Ese debiera ser el eslogan del nuevo capitalismo.
Carlos Carnicero