Lo malo de tomarse unas vacaciones es, que ahora, no sabría decidirme entre todas las funciones que he visto en este tiempo. Tras mucho meditar, no he conseguido inclinarme por ninguna. Por eso he optado por tomar una voz que generalmente no se escucha.
Siento gran admiración por todas aquellas personas capaces de emocionar, hacer vibrar, conmover, transformar o, al menos, entretener al respetable con su arte y su talento. En este espacio ha quedado patente y demostrado en muchas ocasiones. Pero hoy me voy a tomar la licencia de adoptar el papel de espectadora impertinente. Daré voz, aún sin que me lo pidan, a todas esas personas que no encuentran espacio para la queja, después de una mala experiencia con las artes, bien porque no creen que no se les vaya a escuchar, bien porque, sencillamente, viven con tanta entrega y pasión el encuentro con lo artístico, que están dispuestos a pagar el precio no solo de la taquilla, sino también de las penalidades que se les hace pasar, en ocasiones, para poder llegar a vivirla. Los primeros, probablemente desertarán, los segundos no, son más militantes, pero no nos engañemos, hay cada vez menos, en un mundo con tantas posibilidades de ocio, entretenimiento y oferta cultural.
A modo de ejemplo, una mirada diferente sobre los actos conmemorativos del cuarto centenario del fallecimiento del Greco. Las celebraciones del evento están siendo un auténtico éxito, dicen por doquier prensa, autoridades y organizadores. Si miramos las cifras de visitas a la ciudad, de ocupación hotelera, de ventas de souvenir y la repercusión en medios esta afirmación es innegable. Muy probablemente, pasado un cierto tiempo, pasará a engrosar el catálogo de acontecimientos que ejemplifica en los congresos especializados, la potencialidad de la cultura como motor económico. A mi parecer, sin embargo, ese tipo de afirmaciones, en sí mismas, demuestran la falta de confianza en la cultura y el arte, como si necesitaran demostrar su valor, aportando una cuenta de resultados. Lo más grave es que, cuando uno se deja arrastrar por una atractiva oferta y toma contacto con ellos, se hace perfectamente consciente del poco valor que tiene la cultura y su disfrute en la mente de quienes los organizan. Como si lo único importante fuera, que hordas de turistas inunden las ciudades agraciadas, haciendo gasto de esto y de aquello. Todo el esfuerzo organizativo y de comunicación, está invertido en un solo objetivo: “que vengan muchos”, si se me permite la simplificación.
Todo lo que esta espectadora impertinente reclamaría para mejorar dicha experiencia, es gratis, o no supone mucho desembolso económico
La cuestión es ¿podemos considerar un éxito llenar la catedral de Toledo de personas que acuden a un concierto de órganos, si la deserción de público es masiva a partir de la primera hora y muchos de los que, por educación o interés, aguantan hasta el final, salen seguros de que no repetirían la experiencia? ¿Consideramos un éxito que el comentario general en la ciudad sobre la obra escultórica de Cristina Iglesias sea “me ha decepcionado” o que el público que intenta disfrutar de un espectáculo en la calle, se marche cabreado porque las condiciones para verlo son inaceptables. Este tipo de preguntas, solo las hace una espectadora impertinente claro, porque las cifras, darán la razón a los que presuman de sus éxitos. Solo a los que nos importe que la experiencia del encuentro con lo artístico genere espectadores emocionados, deseosos de volver a vivir esa experiencia cuantas más veces mejor en un futuro, podemos sentir lástima de que el resultado de las cosas no sea ese.
Lo más grave es, que todo lo que esta espectadora impertinente reclamaría para mejorar dicha experiencia, es gratis, o al menos no supone mucho desembolso económico. Ninguna de las propuestas que he comentado carecían de calidad artística suficiente para que se hubiese producido ese encuentro mágico, al contrario, algunas de ellas son exquisitas. ¿Qué ha fallado entonces? Se podría resumir en una sola frase: un auténtico desentendimiento por el público asistente, hasta tal punto, que no exagero si lo califico en un arco que iría del maltrato al desinterés: “Pan para hoy y hambre para mañana”.
Falta de información previa al evento que hace que se despierten expectativas irreales que generan decepción, malas condiciones, frío, calor, horas de espera …, cientos de invitados con privilegios variados y evidentes, cual metáfora de lo que significa nuestra democracia para algunos. Hay quién pensará que exagero, pero yo les digo que la democracia se trabaja y se vive en cada experiencia ciudadana, también en los patios de butacas. Lo que pueden parecer pequeños favoritismos, como el que supone reservar un importante número de las mejores localidades para invitados qué nadie sabe cómo y por qué han obtenido esa ventaja, mientras el resto de los espectadores, paga religiosamente su entrada de peor calidad; convierte en derechos lo que no son más que privilegios y a mí eso, no me parece ni justo, ni democrático y me cabrea hasta el punto de convertirme en espectadora impertinente.
La dama boba