«te he reconocido por el anillo»
La barba. Llego a Madrid sin barba y no soy nadie. Menos mal que he traído las joyas para que me reconozca Luz, mi amiga a la que observo, rubia veloz, llegar tarde haciéndose sitio entre el personal que abarrota la plaza. Saludo a Don Amando, “me perdí ayer la tertulia del Gijón, hasta la próxima”.
Yo he llegado puntual, un cuarto de hora antes. Desde Chamartín a Serrano, camino de Ventas, Avenida de los Toreros, faena a las 8 de la tarde bajo un sol de fiesta nacional. Santiago Abascal presenta libro en primera voz, masculino singular, titulado sin edulcorantes: «Yo no me rindo: sin miedo contra ETA y frente a la cobardía política”.
«Más que un libro es una declaración de intenciones» comienza diciéndonos la maestra de ceremonias desde la voz editorial. Una declaración que nace desde las lágrimas indignadas del niño ante la muerte de su amigo Estanis, eterno cartero de Amurrio, hasta el desengaño adulto y seco por la actitud de su partido y que dará nacimiento a VOX.
Entre medias, el testimonio caliente de una víctima, de una infancia en el norte, de una madurez acelerada en ambiente de amenaza, la historia de una guerra y su resistencia.
«Siempre me gusta rodearme de gente mejor que yo» nos dirá Santiago esta tarde. A su derecha le mira con cariño maternal María San Gil, a su izquierda le sostiene Ortega Lara, enfrente la mirada del padre guiando con él a un conjunto de fieles entregados que van entrando poco a poco. Pero, y eso es lo más importante, desde este cielo trascendente de Mayo 857 españoles presiden el evento desde el amor y la memoria.
«Me dijo Santi que quería a gente de distintos partidos para presentar su libro, y yo le dije, y del PP… ¿quién va a venir?… Pues tú María, tú».
Buen comienzo de fiesta: sutil, irónica, chica con chispa sonriente. Hacía tiempo que no la veía y sigue irradiando magnetismo: «Santi es esto, las 13 palabras del título, exacto”. Santi vehemente, sin espera desde la reflexión a la acción, Santi directo: «muy español y muy de pueblo, de Amurrio, Vitoria, España». María va definiendo al personaje entre sonrisas y pinceladas cortas.
La nostalgia llega al hacer memoria. Claro, ese reto para lo que en el fondo nos congregamos aquí todos. Rememorar aquellas elecciones de hace 13 años, 320.000 votos, Mayor Oreja candidato, otros tiempos. Tiempos de hace ya siglos que hay que recordar. Recordar el trabajo conjunto en el parlamento defendiendo la lengua española entre planes e Ibarretxes, recordar con agradecimiento el apoyo y la comprensión que la protagonista recibió de Santiago cuando crecieron las diferencias insalvable con Rajoy; recordar lo necesario de este testimonio ahora que la desmemoria ocupa el espacio público, “incluso ya hay personas en el libro de las que no me acordaba”, reconoce. Recordar, en fin, el reconocimiento de que, tras todo este tiempo, ETA no está derrotada. Termina con rúbrica de honor a Gregorio Ordóñez como ejemplo paralelo.
Faena para el recuerdo pues de San Gil dejando paso a un símbolo, Ortega Lara, el héroe con la sonrisa tímida de los hombres buenos, que augura una gran carrera literaria al autor reconociendo que “se lo ha leído dos veces para retener datos”. Ortega nos matizará el texto y la persona desde el contexto, definiendo a Abascal desde la historia.
Desde este terreno difícil, las tablas periféricas de la España moderna describe con cadencia un entorno forjado a la imagen y semejanza del totalitarismo nacionalista, cruel, infiltrador de miedo. Un mundo pervertidor del lenguaje entre “conflictos”, “internacionalizaciones de conflictos” y demás mentiras que obligan a unos pocos, muy pocos, en una sociedad enferma a resistir y tirarse a la política como una droga como la única esperanza.
La descripción del contexto se hace más sombrío cuando José Antonio lo saca desde el terruño ensangrentado al mundo político nacional, al centro de la plaza ibérica hilando la labor de los gobiernos con muletazos a media altura. Aznar y su ley de partidos como isla, antes y después, para el combate eficiente “el único presidente que cogió al toro por los cuernos”. Excepción que se hunde con aquel que convierte a ETA en interlocutor político y que se terminará consolidando con el siguiente, actual presidente, en fin. El final lo conocemos: sin perdón, ni entrega de armas, sin cooperación, con homenajes y con el propósito intacto de destrucción de España la violencia se hizo poder y avanza.
La lucidez castellana de Ortega no admite pausas en esta historia humillante. Un aplauso estalla al final con el homenaje a lo que queda: la Guardia Civil y la impronta de los padres, la vida como reto para vivir sin miedo.
Un breve silencio reflexivo da paso a la estrella de la tarde. Será esta una faena en redondo, de círculos concéntricos, “que es donde se fragua el patriotismo” según propio testimonio. Brindis al padre y faena dejándose mirar por los ojos de los hijos “la única riqueza cierta de esta vida”.
«si han querido matar al bisa, al abuelo y a ti… ¿me querrán matar a mi? … ¿Tengo que llevar pistola, como tú?»
Preguntas adultas con voz infante. El hijo habla precoz, tan pronto. Las infancias maduradas «buscando gatos debajo del coche» para disimular el registro a las bombas lapa. «La vita é bella» en clave vasca, manufacturando la realidad en versión amable para ser digerida por las mentes infantiles que despiertan tan pronto al horror. Porque los niños lo saben todo, aprenden rápido. Como lo aprendió Abascal convirtiéndose en guardaespaldas de su padre, y éste a su vez del suyo. Testimonio de dinastías que se cuidan entre generaciones para reafirmarse sobreviviendo haciendo de la nación, Patria. Forjadas en la guerra que hacen que los hijos se conviertan en guardaespaldas de los padres. Dinastía, en este caso, de ocho apellidos vascos, de montañas del norte, de la España irredenta.
El libro, nos lo desvela Abascal finalmente, no es más que la historia de un éxito contada a sus hijos. Un antídoto contra el cáncer más peligroso: el miedo.
Faena redonda que culmina en grito conjunto de Viva España para unirnos en esa dinastía nacional, de aquí y de allí, del auditorio unido a los 857 que se convocan desde una Patria, terrena y celestial que no se resigna a morir “ni por la armas, ni por las urnas ilegales”.
J.M. Novoa