En tiempos de la Dictadura del general Franco, las notas de Prensa oficiales, cuando daban cuenta de la detención de un grupo «subversivo», o sea, contrario a la Dictadura y favorable a la Democracia, solían incluir entre los materiales peligrosos confiscados «una máquina de escribir», como si la máquina de escribir fuera una pistola parabellum 9 milímetros o un fusil ametrallador.
Esta exageración tiene su correspondencia en estos días, cuando se habla de regalos de un jamón o de una entrada para los toros, como prueba irrefragable de corrupción. ¡Hombre! Alguna vez, más de una, me han regalado un jamón, y no me considero un escritor o un periodista corrupto, y alguna botella de licor o alguna cesta de navidad, también han llegado a mi casa, sin que yo tuviera la sensación de que me compraban la voluntad y me estaban corrompiendo.
Alguna vez me han regalado un jamón y no me considero un periodista corrupto
Junto a esta exageración comienza a circular una demagogia de derechas, según la cual, cualquier persona de izquierdas debe hacer voto de pobreza y no comer jamás una gamba, ni siquiera en privado. Es coherente que se critique a CC.OO y UGT por gastarse una pasta gansa en la instalación de sendas casetas en la Feria de Abril de Sevilla, pero me parece desproporcionado que se intente prohibir que los líderes sindicales prueben el jamón o los langostinos. Se puede ser de izquierdas y sentir afición por los langostinos, de la misma forma que se puede ser de derechas y no haber pernoctado jamás en un hotel de cinco estrellas. Es decir, para que nos entendamos, que hay cientos de miles de personas que gozan de buena posición económica y son de izquierdas, de la misma manera que hay otro número similar de personas de ideología conservadora que viven con lo justo.
Lo que es difícil de encontrar es a un millonario comunista que viva en un paraíso comunista. Charles Chaplin, por ejemplo, que simpatizaba con los comunistas, decidió instalar su domicilio en Suiza, porque hasta las simpatías tienen un límite. No es bueno exagerar. Y tampoco confundir a un izquierdista con un monje trapense. Ya sé que esta alteración de la taxonomía obliga a pensar. Y, como dice Pedro Ruiz, a los tontos se les hacen llagas.
Luis del Val