lunes, noviembre 25, 2024
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De cuando Linda Fiorentino y yo pusimos una academia para macacos

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Fue Don Miguel de Unamuno nuestro primer matriculado en aquella academia que inauguré con la bella, siguiendo el ejemplo del mono kafkiano. Don Miguel quería dejar de ser mono para convertirse en hombre, pero no por el mismo afán –ímput sensitivo– que el mono del Informe para una Academia, de Kafka, sino por ser buen cristiano y filósofo.

El tipo empezó a crisparse, empero, con la primera lección de la actriz y mucho más que actriz, de la que había sido yo médico de cabecera y drug dealer durante los rodajes de La última seducción, de John Dahl, y Hombres de negro, de Barry Sonnenfeld.

He aquí el discurso inicial de Linda:

–Esa teatralidad de Schopenhauer, al que usted, Don Miguel, tanto ha plagiado, sí es puridad de sus criterios, filosofía autoerótica: el ombligo cual culito autofollable. Véase: «Seres que perturban la tranquilidad de los demás, eso son los filósofos». Ante un narcisista capaz de escribir eso valen todos los prejuicios –dijo Linda Fiorentino, aún muy bella con sus 56 años a cuestas, haciendo valer sus licenciaturas en Ciencias políticas y en Literatura, por la Universidad de Rosemont, Pennsylvania, y continuó–: Ni siquiera lo salva la pretensión de Erik H. Erikson: Según este psiquiatra, la voluntad, en Schopenhauer, anticipaba el concepto que Freud acuñó como libido. Pero ya denostó bien Cervantes a los médicos ilusorios como Erikson, en esa maravilla italiana escrita en castellano que es El Licenciado Vidriera. Y el neurólogo Jean-Pierre Changeux, digno de ser leído en serio –o sea, no ilusoriamente, ni divertidamente, como puede hacerse con la literatura– porque no es literato, dice en Razón y Placer que «en Francia, estas últimas décadas han descuidado demasiado nuestro encéfalo: el estructuralismo, ocupado en la definición formal y en la clasificación de los significantes; el marxismo, centrado en la historia y la economía, y, por último, el psicoanálisis, que valora sobre todo lo subjetivo y el inconsciente. El enriquecimiento metodológico y conceptual que de ello ha resultado es precioso, pero conduce a veces a tomas de posición difícilmente aceptables». Pues si eso ha ocurrido en Francia, échense a temblar y recuerden lo sucedido en el soleado corral que es España, que decía Max Estrella.

Cuando hubo concluido Linda, nuestro primer alumno macaco se levantó iracundo para gritarnos una de sus frases más célebres:

–¡Me cago en el vapor, en la electricidad y en los sueros inyectables!

–¿A que te follo? –lo amenazó Linda Fiorentino, como hiciera en México María Luisa Gómez Mena, segunda esposa de Manuel Altolaguirre, dirigiéndose a Cernuda, una noche de tertulia en un jardín, cuando a la dama se le cayera un pendiente, y todos, menos Cernuda, se pusieron a buscarlo con ella. «¡Luis, busca tú también, o te follo!», le dijo la dama al poeta (referido por Pío Caro Baroja, el hermano de Don Julio, en El Gachupín, precioso libro memorialístico de sus andanzas mexicanas).

Ni modo. Don Miguel, al contrario que el mono kafkiano, no quería ser un hombre libre. Sólo quería rezar, incluso filosóficamente.

–¿Y del seductor Kirkegaard, a quien también has plagiado? –siguió diciendo Linda, en su afán de reducir a Don Miguel, mono gramático–. Su apellido, en danés, se parece a la voz con que dicha lengua designa al camposanto. Pero, en realidad, sólo deseó que el pensamiento fuera su campo de Agramonte, si no su lecho de Procusto. Otro esteta de la ipsación. De Kirkegaard, de su filosofía fundamental para rebatir a Hegel, esta jesuítica tontería: «Dios es inescrutable y sus designios aparecen rodeados de misterio».

Bueno, hubimos de escapar a toda prisa, antes de que Don Miguel volviera con el profesor falangista Bartolomé Aragón para quemarnos la academia como si fuese una alpargata.

A Linda Fiorentino me la llevé después a un merendero (que no estaba en el monte de Venus, empero, sino en la Casa de Campo, de Madrid) para quitarle el mal sabor de boca que le dejara el choque con semejante alienígena.

José Luis Moreno-Ruiz

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