La sociedad es lo que es, y sus redes, también. No escasean, lamentablemente, los cretinos y los miserables, así en éstas como en aquella. ¿Aportan alguna novedad, pues, las decenas de mensajes ignominiosos referidos al asesinato de la presidenta de la Diputación de León? Si acaso, la de que el teclado, el anonimato y el seudónimo, las trincheras en que se apostan, confundidos entre la gente buena, los ociosos y los cobardes, causa cada vez más estragos. Al encanallamiento de la política es natural que le siga, como efecto inevitable y automático, el envilecimiento de la sociedad, o de una parte de ella. Si quienes dirigen se constituyen en chusma, tal es el modelo que se proyecta sobre el total, de suerte que el impulso del ministro Fernández de ordenar que se investigue la autoría de los mensajes execrables, cosa que, por lo demás, sólo puede hacerse por vía judicial y con sumisión a las leyes, no viene sino a cargar la mano sólo contra quienes padecen desde abajo ese modelo, bien que asumiéndolo con la extrema facilidad y prontitud con que únicamente se asimilan los malos modelos.
Muy terrible y muy triste la muerte de Isabel Carrasco, pero mucho también el mundo, el submundo más bien, que desvela. La investigación policial, y con toda seguridad la posterior, la judicial, aporta los ingredientes comunes a los sucesos de los bajos fondos, que, pese a su denominación, se hallan arriba y abajo en la escala social: drogas, armas, dinero, deudas, venganzas… Si fuéramos capaces de tratar el apasionante género de los sucesos, el que nos pone en el espejo nuestro lado oscuro, con la suficiente elevación, perspicacia, conocimiento, discreción y decoro, es seguro que extraeríamos de éste caso enseñanzas que habrían de aprovecharnos mucho. Por desgracia, el dicho tratamiento no suele hallarse en manos ni de los más despejados, ni de los más elegantes, ni de los más instruidos.
El detritus que algunos han arrojado al arroyo de las redes se lo ha llevado ya la corriente, cual hace con toda la materia fecal que producimos. También lo dicho y lo escrito sobre ellos, innecesariamente en la mayoría de los casos, en los medios. Queda el rastro, el eco, de un suceso terrible que ojalá encuentre a alguien que sepa y pueda contarlo debidamente.
Rafael Torres