Como no votan, los árboles no interesan. En la apacible biblioteca de mi heredad de Alcácer do Sal, cien kilómetros al sur de Lisboa, repleta de viejos volúmenes, contemplo aburrido esta especie de campaña publicitaria llamada europea en la que los políticos se entretienen estos días. Apago la televisión y miro por el ventanal los alcornoques y los olivos, lujuriantes tras unas lluvias benéficas e indiferentes al bullicio electoral. Y echo de menos una sola palabra de nuestros ávidos y astutos dirigentes sobre el campo, la naturaleza, las aguas, el paisaje. Nada. Vana esperanza.
Mucha cháchara banal, mucho echarse las culpas los unos a los otros, pero del medio ambiente, ni palabra. Me acompaña mi viejo amigo Ernesto Monteiro, el herrero comunista que salvó mi biblioteca y la mejoró durante los años de ocupación de mi finca, tras el 25 de abril de 1974. Está igual de desolado que yo. Nuestra conversación alterna con la lectura de poesía, de historia y otras filigranas intelectuales.
Ninguno de nuestros políticos ha prestado la más mínima atención al Intergovernmental Panel on Climate Change
A pesar de que un sesenta por ciento de portugueses pensamos que el cambio climático es una amenaza (porcentaje similar en España), sorprende la inmovilidad e indiferencia del gobierno en estudiar, valorar y confrontar este problema. Y si celebramos que no hemos llegado a superar los límites marcados por el Protocolo de Kioto, es porque la economía se ha estancado y no porque seamos más cuidadosos, por mucho que diga el Secretario de Estado de Medio Ambiente Paulo Lemos (por ejemplo, hemos gastado en 2012 la misma electricidad que en 2005 debido al estancamiento económico). Menos mal que tenemos, sin embargo, a Viriato Soromenho Marques, que desde el Jornal de Letras viene siendo una de las voces más autorizadas de la conciencia ecológica en Portugal.
Lluvias casi tropicales, incendios forestales todos los años, sequía en algunos sitios e inundaciones en otros. Pero, nada, el gobierno sigue impávido. Eso no parece ser su problema. Bien es verdad que tampoco los señores diputados destacan por su sensibilidad ante la naturaleza, como demuestra el uso y abuso de automóviles oficiales de lujo para ir la vuelta de la esquina.
Es lógico que sean el paro, los recortes a las rentas de los más pobres y de los jubilados, los asuntos que concentren principalmente la atención de la prensa y de los opinantes. Pero atención porque, mientras, el país seguirá padeciendo los efectos del cambio climático, algunos probablemente irreversibles. Y no interesa ahora si son galgos o podencos, si es inducido o no por la acción – o inacción- humanas. Está sucediendo ya.
Que yo sepa, ninguno de nuestros políticos ha prestado la más mínima atención al Intergovernmental Panel on Climate Change que, tras su reunión en Berlín, emitió el 13 de abril su informe, serio y no alarmista. Me gustaría saber cuántos representantes portugueses y españoles han asistido a esa conferencia, pues no he visto nada en la prensa de ambos países.
Cuanto más frágil es un país desde el punto de vista ecológico, menos atención le prestan los políticos a este asunto.
Indiferencia o ignorancia de los responsables públicos, esas son las lacras en nuestro país frente a los problemas de la naturaleza, que no son considerados una prioridad. Y, eso sí, mucha autopista, mucho hotel, pero ni un euro para mejorar los servicios de incendios (el verano pasado murieron en Portugal varios bomberos forestales). Y la prueba definitiva es que en esta llamada campaña europea, que está resultando más doméstica y provinciana que otra cosa, el tema de la naturaleza, de su fragilidad y protección no son ni siquiera considerados por los partidos que aspiran a conseguir nuestros dubitativos y escépticos votos. Algo parecido ocurre en la vecina España. Cuanto más frágil es un país desde el punto de vista ecológico, menos atención le prestan los políticos a este asunto.
En fin, como parece que no podemos esperar nada de las administraciones y gobiernos, libraré esta batalla por mi cuenta, en plan pacífico y en la medida de mis fuerzas. Me dedicaré a cuidar los árboles y plantas de mi finca, abonarlos con compost y productos orgánicos, sacrificando la producción a la conservación, a plantar más, no fumigaré, ahorraré agua, usaré el coche lo menos posible, intentaré no desperdiciar la electricidad. En Portugal la conservación del medio ambiente debe ser tarea de todos, sin esperar que unos adormecidos políticos hagan algo, pues en ese caso estaríamos perdidos, y la naturaleza la primera.
Mientras, me quedo en mi biblioteca, releyendo La ciudad y las sierras de Eça de Queiroz, pero también La primavera silenciosa, de Rachel Carson, la pionera americana -de los años cincuenta- contra el uso de DDT y otros primores; a pesar del tiempo transcurrido, su lectura es necesaria y urgente en Portugal y España donde seguimos arrasando y fumigando los campos a discreción.
Rui Vaz de Cunha