Encajo un mensaje publicitario efectivo y canónico: cuarenta y dos palabras en veintidós segundos, precisamente elaborado, contundente y, a mi juicio, de una toxicidad afilada, sutil.
Os sonará: “Puedes comprar una casa pero no un hogar, puedes comprar un reloj pero no tiempo, puedes comprar un libro pero no conocimiento, puedes comprar sexo pero no amor. Puedes comprar un coche: BMW Serie 3 Essential Edition desde 27.900 €”. Recuerdo a Bauman, de nuevo ineludible: “Compro luego existo. Comprar o no comprar ya no es el dilema”.
El juego de la publicidad es conocido. Buscará compradores mediante una información atrayente y competitiva del producto en el mejor de los casos. O simplemente lo exaltará como algo deseable, sin información alguna. Se trata de una actividad persuasiva en sí misma, imprescindible además de proclive a la banalización y la simpleza, que manejará sentimientos, necesidades y deseos hasta donde la sensibilidad de los destinatarios lo tolere y la protección de personas y valores lo permita.
Del anuncio en cuestión me llama la atención el manoseo de bienes básicos y conquistas preciadas, aunque al parecer inaccesibles para este sujeto (objeto mejor dicho) cuyo única opción es comprar y su debate el qué. Ahí nos lo imaginamos, sin hogar, sin conocimiento, sin amor, pero, eso sí, con dinero. Ah, y sin tiempo, sobre todo sin tiempo. El imprescindible para estar y ser con tu pareja, el obligatorio para leer y hacer con libertad y sin propósito, el necesario para vivir y convivir íntimamente, de un modo afectuoso y solidario.
¿Acaso ese coche incuestionado le liberará de sucedáneos y espejismos? No. La compra le proporcionará autonomía para llevar su carga a cualquier parte, afirmará su narcisismo mediante la posesión de un objeto del que un atributo más es el no estar al alcance de todos.
Lo que se le propone adquirir es nada menos y nada más que un coche: ante el hogar o la casa, su cubículo; frente al conocimiento y la placidez del libro, una sugerencia evasiva; para la falta de tiempo y todo lo demás, un multiplicador de potencia.
Aunque tengo la intuición de que el individuo (varón por los indicios) al que se sugiere la compra, casa y reloj ya tiene, por lo menos. Convencido. Lo que ese tipo que el anuncio imagina necesita no es un coche, es un caballo del que caerse de una jodida vez.
José Luis Mora