lunes, noviembre 25, 2024
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La Casa de Fieras

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Tal vez aquellos lectores que tengan una cierta edad recuerden el pequeño jardín zoológico que existía en el parque de El Retiro, bordeando la calle Menéndez Pelayo. En aquella Casa de Fieras, en la que hoy existe una moderna biblioteca, sobrevivían más mal que bien unos cuantos animales que hacían las delicias de la chiquillería madrileña de aquellos años, sobre todo porque se les podía dar, sin cortapisa alguna, unos mendrugos de pan duro que vendían allí mismo. Para los monos y el elefante, además, podían comprarse unos cacahuetes ajados y polvorientos. A los monos había que lanzárselos al fondo del foso en el que vivían, con un árbol seco al que trepaban dando saltos enloquecidos. El elefante, atravesando los barrotes de su jaula, los tomaba con la trompa directamente de la mano del atrevido chiquillo.

Había también una cebra, toda llena de moscas y mataduras. Tal vez también, dos o tres osos pardos, cada uno dentro de una jaula demasiado pequeña. En otro foso, con una charca de aguas podridas, vivía una familia de osos polares, sobrellevando con toda la dignidad posible los rigores de los veranos mesetarios. Y había, sobre todo, un león que sacaba la pata entre los barrotes, amenazando sin fuerzas a aquellos niños de pantalón corto de tergal que le incordiaban sin descanso. El pobre animal respiraba tranquilo cuando, al final de la tarde, la Casa de Fieras cerraba sus puertas. Se escuchaban entonces, ya desde la calle, los rugidos terribles que exigían cuanto antes su diaria ración de carne.

Mi familia y otros animales retrata los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial en los que vivió en Corfú con su disparatada madre

Años más tarde se inauguró un nuevo jardín zoológico, en la Casa de Campo, con modernas instalaciones, resultado de los principios naturalistas que Gerald Durrell comenzó a desarrollar, ni más ni menos que en los años cincuenta, en su modernísimo zoo de la isla de Jersey. Los recursos económicos que hicieron posible que Durrell llevara a cabo tan excelente proyecto provenían, no de beneméritas sociedades ni mucho menos de las autoridades británicas, ya que ambas veían con enorme recelo los cambios que pretendía introducir aquel chiflado, si no de los derechos de autor de uno de sus libros más conocidos, Mi familia y otros animales, en el que retrata, con un humor y una frescura incomparables, los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial en los que vivió en Corfú con su disparatada madre y sus no menos desequilibrados hermanos, entre los que resaltaba por sus chifladuras Lawrence, que luego sería el más famoso de todos.

Tal fue el éxito de ese primer libro que Gerald, entre expediciones a las selvas americanas y los desiertos asiáticos, y sin hacer caso alguno de las risotadas de sus hermanos, se lanzó a escribir un segundo libro, que tituló Birds, beasts and relatives, traducido al castellano como Bichos y demás parientes.

Luego vendrían muchos otros libros. Unos, siguiendo con la narración autobiográfica, como Un zoo en mi equipaje o también Un novio para mamá, otros sobre la naturaleza, como su famosa Guía del naturalista aficionado, y unos cuantos más de ficción, como Los secuestradores de burros o La fantástica aventura del dinosaurio. Todos ellos, al igual que aquella entrañable Casa de Fieras de El Retiro,  dignos de que no caigan del todo en el olvido.                       

Ignacio Vázquez Moliní

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