lunes, noviembre 25, 2024
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Miley Cyrus instruida por Susana Estrada

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El pobre Karel Capek estaba desolado. Ni por muchas golosinas con que le regalaba yo en su jaula de escritor hallaba consuelo. A ratos se tapaba los ojos, a ratos los oídos, a ratos la boca, como los monos san saru del no ver, no oír, no decir, o Mizaru, Kikazaru e Iwazaru.

-Estas dos payasas -me dijo-, que se empeñan en que les escriba una obrita con robots que se las follen en sus números cabareteros.

-Oye, oye, sin faltar, ¿eh? -lo reconvino Susana Estrada.

Miley Cyrus parecía muy divertida con la querella.

Susana Estrada, legendaria en lo de quilarse a un robot en la escena, que ya lo hiciera allá por los años finales de la década del 70 del siglo pasado, había llamado por teléfono a Miley Cyrus, luego de observar que los muñecones con que la gringuita simulaba el coito en uno de sus números musicales eran menos convincentes que una novela policíaca de Lorenzo Silva.

Se puso muy seria Susana Estrada, al dirigirse a Miley Cyrus:

-Hija mía, lo que tú te tiraste el otro día en esa actuación era un vulgar muñecón de látex. Mira, cariño, te presto mi legendario robot. Calíbrale lo suyo.

Miley Cyrus se puso a palpar, muy sonriente, deliciosamente golfilla, el trasto con que el robot legendario de Susana Estrada parecía un ariete rompedor. La niña Miley se deshizo en exclamaciones de gozo y carcajadas.

Susana Estrada, dada su veteranía, se mostró ilustrada, aunque, por ventura, no a la manera de un Jovellanos cualquiera, o de un Feijoó, o de un Mayans, que al fin y a la postre no fueron más que reformistas borbónicos y sopaboberos, y prosistas más plúmbeos y aburridos y moralistas quisicoseros, que una novela de María Dueñas (no tanto, caramba; ya quisiera la mentada, para sí, alguna prosa de aquellas, a pesar de todo; por ejemplo, la del hombre-pez de Liérganes, de Feijoó).

La dama Estrada, pues, discurseó sobre los autómatas del gran músico y narrador soportable, ETA -con perdón- Hoffmann (él mismo se consideró mejor músico que literato), recomendando a Miley que lo leyera, para llegar a los karakuri ningyó japoneses, esos robots que lo mismo te limpian la casa, como te preparan un té o te echan un polvo.

La jovenzuela Miley Cyrus estaba encantada.

Karel Capek tomaba notas, contrito, el tío, a pesar de la presencia y decires y risas de las damas. Hay escritores que son así. Se pretenden dostoievskanos, como se lo pretendía Karel Capek, a veces… En sus peores momentos. Los hermanos Karamazov ya eran los tales. Nada más y nada menos.

-Pues, ¿sabes una cosa? -dijo la linda Miley-. Mira lo que hago…

Tomó su muñecón de látex, hinchable, y lo pinchó con uno de sus descomunales tacones de aguja.

Sin más, contemplada por una muy sonriente Susana Estrada, y por un cada vez más avinagrado Karel Capek, comenzó a desnudarse. Luego se quiló muy galanamente al robot de Susana Estrada.

-A ver si me mejoras el bicho, capullín -dijo Susana Estrada al abatido Karel Capek, tan orgullosa de las prestaciones de su robot como un hortera lo está del tuneado de su automóvil, pero usando cariñosa el diminutivo, pues resulta ser asturiana.

Ofrecí más golosinas al monito Capek, pero ni por esas. Volvía a hacer el tres en uno de los san saru, ahora de espaldas a nosotros, no obstante lo cual le recomendé que leyera al jesuitón Padre Isla, pues sólo en las formas se distinguía del ilustrado Mayans, de igual manera que, en el fondo, tampoco se diferenciaba tanto su robot del del Susana Estrada, para qué nos vamos a engañar. Mucho más rupturista y enormísimo, Karel Capek, en La guerra de las salamandras, obra menos recordada acaso por tratarse de una profunda biopsia intelectual del fascismo y sus colaboracionistas disimulados. Y mejor también su relato Sistema, que prefigura ya la pieza escénica R. U. R. (Robot), que esta obra misma.

-Cuando nos follamos al robot somos una versión de Helen Glory, tu heroína -dijo Susana Estrada a Karel Capek, y eso, al menos, consiguió que el buen checo esbozara una sonrisa-. No lo olvides, chatín -concluyó la dama.

(Nota: La niña Miley Cyrus y la dama Susana Estrada no me dejaron presenciar los ensayos con el legendario robot de la asturiana. Queda, pues, coja esta crónica, que no obstante acaso pueda completar, salvándola, la imaginación de los lectores)

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José Luis Moreno-Ruiz

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