domingo, septiembre 22, 2024
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Para qué sirve un Rey

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La vocecilla no llegaba del asiento de atrás del coche, sino de al lado. Llovía sin tregua, perdíamos sin remisión y la voz llegó sin piedad: “Papá, ¿por qué somos del Atleti?”.

La monarquía no es un asunto tan esotérico como la afinidad por las camisetas colchoneras. Esperemos.

Pasado el tiempo, con menos lluvia, en una excursión profesional por El Pardo con compañeros de oficio, el coche pasaba junto a las tapias de los cuarteles de la Guardia Real. Hay que reconocer que había olor a bosta, que es lo que sucede en las cercanías de un escuadrón de caballería. Al observar la presencia de la caballería en la zona, una compañera, con voz igual de inocente, me espetó: “¿Y para qué queremos tener caballería?”.

La caballería es algo desfasado en el arte de la guerra, no cabe duda. Muchos pensarán lo mismo en la cuestión de los reyes, institución secular y hereditaria, que no puede ser más demodé.

Es verdad que al preclaro –y amigo de los periodistas– general Domínguez Buj no se le ocurriría atacar al Pacto de Varsovia con una carga de empenachados lanceros de la Guardia Real, por más que compusiera una bella imagen tipo Balaclava. Pero eso no quiere decir que se tenga que renegar de la hermosa tradición de dar solemnidad y prestancia a nuestros símbolos de Estado con los centelleantes petos y cascos metálicos de los coraceros reales a caballo al son de la marcha “Al paso”. Que haya que cegar y olvidar oficios hermosos como el de los herradores, veterinarios, jinetes, guarnicioneros o talabarteros. Hablamos de los intangibles de la cultura, de valores que sería indecente que quedaran aplastados por la infalible solidez mecánica de un coche de fabricación alemana y su gasolina venezolana.

El de Rey no creo que sea un oficio hermoso o bello. Así, visto desde la distancia, parece más bien un tostón de audiencias, compromisos y, sobre todo, de morderse la lengua casi siempre. Pero eso no quiere decir que no sirva para nada. Templar gaitas, al fin y al cabo, es un trabajo.

Si empezáramos a plantearnos para qué sirve cada cosa, la lista no tendría fin: los procuradores en los tribunales, los notarios en lo suyo, las corbatas en los cuellos, la Guardia Civil en las carreteras, los semáforos en los cruces, la declaración de la Renta, los ministros en general, los directores de periódicos digitales, el cuerpo de Interventores del Estado, la caballería, la infantería, un portaviones, las ferias de ganado, la bandera, las embajadas, los parlamentos…

Para la demagogia todo es superfluo, todo funciona porque tiene que funcionar, no hacen falta los fatigosos y peliagudos instrumentos de un Estado. Nadie ha de pagar la cuenta, por cierto. Es una especie de “simpa” político. A esto, los clásicos, lo llamaban tirar con pólvora del Rey.

Podemos proponer eliminar de un plumazo la existencia del Rey, e incluso, como se oye en la Puerta del Sol y en algún cenáculo indignado, acabar con los consensos del 78. Al paredón con ellos. La principal razón que se esgrime es que se votó por la generación anterior, no por esta. Como si esa generación ya estuviera muerta e inútil. Es una tradición muy española esa de tirar por la borda el trabajo de sus mayores, malgastar los caudales trabajados por quienes vieron el hambre –o la dictadura en este caso– de cerca. En una España cainita, en la que el rencor y las ansias infinitas de venganza sobrevuelan cada movimiento, en una España que se divide en dos con la facilidad de una final de la Champions, los elementos de convivencia pactados no se antojan un lujo caro.

“¿Para qué sirve un Rey, papá?”. Esa es una de esas preguntas jodonas que son a veces más complicadas de contestar que la del Atleti. Sí sé que, en la hora del adiós, es de ingratos no parar un momento en casa con la tricolor y dedicarle un momento de agradecimiento a un líder político que algo habrá hecho porque este país esté viviendo el periodo más largo de libertad, democracia y paz de su historia. Porque cuando le llamaron “Juan Carlos El breve”, nadie se imaginaba que 39 años después se marcharía por su propio y desgastado pie, con un país capeando las mismas dificultades que los demás, desarrollado, con infraestructuras de primer orden, que trata sin complejos a cualquier nación del mundo, en la que cualquiera puede salir a la calle y pedir cosas como el “paredón para el Borbón”, quemar banderas españolas o vituperar a un parlamento en el que están representados los votos de 24 millones de españoles.

Para qué sirve un Rey puede ser discutible. De lo de la caballería aquel día no convencí a nadie, pero ya de lo del Atleti…

Joaquín Vidal

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