sábado, septiembre 21, 2024
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Cándido, o el optimismo

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Uno va reafirmándose, a medida que pasa el tiempo, en aquello que hace años fue mera sospecha y que hoy en día es casi certidumbre. Bien es cierto, me digo, que la lectura es importante, pero lo es mucho más la relectura. Es entonces cuando el asombro de una escena inesperada, o la sorpresa de una trama bien urdida, dejan paso a la reflexión más detenida. De poco valen los libros que no superan esa definitiva prueba que es el regreso a una historia ya contada. Más aún, hay muchos libros, como el que narra la historia de Cándido, a los que conviene que el lector vuelva, no una segunda vez sino todas las que pueda a lo largo de su vida. De la misma manera, hay muchos otros – uno sospecha que son la mayoría – a los que el benévolo lector nunca hubiera debido dedicar su escaso tiempo.

En estos momentos en los que los pocos lectores que quedan en España se afanan en las ferias del libro eligiendo las últimas novedades editoriales, quiere uno recordar a Monsieur le Docteur Ralph, traductor de esa extraordinaria narración que es Cándido, o el optimismo.

Decía Machado, a través de uno de sus heterónimos, que nada hay que no sea impeorable

Sabido es que este cuento filosófico, cuya autoría Voltaire nunca asumió del todo, se publicó por primera vez en 1759. Desde entonces, todo y más se ha escrito sobre tan magnífica obra. Quiere uno, sin embargo, recordar que solía explicar una y otra vez el doctor Pangloss que, por grandes que sean las desgracias que a uno le acechan, el resultado de padecerlas no puede ser otro que reafirmar que se está en el mejor de los mundos posibles. El bueno de Cándido, a pesar de sus múltiples y dramáticos pesares, no perderá la fe en las enseñanzas de tan ilustre maestro, manteniendo siempre alto el pabellón de un optimismo a toda prueba. De nada servirán entonces los naufragios, los terremotos, los autos de fe, los robos, los asaltos, ni tan siquiera las mutilaciones: Cándido se mantendrá firme hasta el final, incluso cuando, renunciando al mundo, se dedique a cultivar su pequeño jardín a orillas del Bósforo.

Releyendo una vez más las páginas de Voltaire, y sobre todo al ver cómo evolucionan los acontecimientos nacionales, descarta uno caer en la tentación de seguir el ejemplo de Cándido. No tanto para negarse a cultivar un jardín, como para rechazar que no existan otros mundos mejores. Decía Machado, a través de uno de sus heterónimos, el profesor Juan de Mairena, que nada hay que no sea impeorable. De la misma manera, piensa uno sin pretender emular a don Antonio, ni mucho menos contradecir al sabio doctor Pangloss, que todo ha de ser entonces mejorable.

Si tal es verdaderamente el caso, no nos queda sino aceptar que, a pesar de nuestros muchos pesares – siempre escasos y de poca monta comparados con los padecidos por Cándido –  avanzamos en la buena dirección. La crisis económica, la inconsistencia de nuestros políticos, el desapego institucional y el desbarajuste territorial del Estado, aunque ahora no nos lo parezca, tienen solución.

Ignacio Vázquez Moliní

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