lunes, noviembre 25, 2024
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El fin del amor

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Las ceremonias de inauguración son como el prefacio de los libros. Un mostrenco imposible de evitar porque así lo quiere el que paga. En teoría dan lustre y profundidad simbólica al juego; en la práctica provocan una cantidad de palabrería vana igual o superior a la abdicación de un rey. La pentacampeona, dicen de Brasil, como si tuviera una enfermedad incurable. País de contrastes, suelta un señor al que le pagan por hablar. Se juega como se vive, dice un tercero de nacionalidad argentina: y en Brasil la vida tiene ritmo y fluye por ahí sin ataduras, como el fútbol de la favela, que es el real, porque en la miseria late una verdad impenetrable a cualquier explicación. Ese mismo argentino sumado a la tribu de los ilustres, gime de dolor al recordar el fútbol brasileño de toda la vida (similar al fútbol de ataque del madrid de toda la vida); pleno de magia, excitación y deseo; y ahora se encuentran con un equipo apelmazado y coñazo que cambia el erotismo por el músculo. Bien, algo de verdad hay en eso, pero desde 1986 no vemos ese Brasil. En esa fecha cayó en cuartos de final, como en 1982 aquella selección dibujada por niños enamorados de sí mismos y que era algo así como una utopía libertaria con la pelota como animal doméstico. Esa utopía se estrelló contra la mezquindad del refranero, y ya nada fue igual.

En el césped, la sucesión de cachivaches inútiles y de niños de diversas tonalidades provocaba la abstracción de la grada sobre sí. Allí estaba el espectáculo y ellas lo sabían. Mujeres danzando por toda la eternidad en un sobresalto erótico continuo como si estuvieran manejadas desde las alturas por el doctor orgasmo. Apareció por fin Jennifer López con su culo diseñado por ordenador (pompis que diría doña Carmen polo) y a su lado un paisano de mediana edad -un tal pitbull- vestido con mocasines y pantalones blancos arremangados; muy propio de las terrazas más frecuentadas de Quintanilla de Onésimo. Luego llegaron tres niños bastante horribles vestiditos de blanco,  llevando palomas apretujadas entre sus manitas inocentes, y en un abrir y cerrar de ojos las soltaron al cielo contaminado de Sao Paulo.

Este es un acto extraño que se repite inauguración tras inauguración y al que no es fácil encontrarle el significado. Quizás los niños vestidos de blanco simbolicen la maldad pura de los poderosos que tienen bien agarrados a la plebe (la paloma, de apariencia inocente pero que lo caga todo hasta la extenuación); y ellos, los que mandan, le dan la libertad al pueblo en forma de paloma, que vuela y vuela sin saber muy bien porqué, hasta que es cazada por un depredador, muere en una chimenea en horrible agonía o es utilizado en los barrios altos como diana para el tiro al pichón. 

Echó a rodar el balón y se paró la respiración del estadio. Los jugadores brasileños llevaban un tonelada de escombros encima y se agitaban lo mínimo, con miedo, vértigo y todas las emociones negativas del principio de la ceremonia. Croacia parecía mejor plantada, más equipo, con Modric y Rakitic apuntalando un centro del campo con inteligencia y una capacidad de despliegue superior al brasileño. Modric, un jugador secreto, se sacudió la pelambrera en un momento cualquiera y comenzó la primera jugada limpia del partido. Era el minuto 12. Demasiado pronto para una jornada inaugural, pero había muchos espacios y los defensas brasileiros corrían hacia atrás con pavor a romper el escenario. Hubo un centro malvado y Marcelo metió una pezuña la única vez en su vida en la que se adelantó a su defendido. 

Fue un gol en propia puerta y callaron los gritos.

Marcelo y su efecto; mariposa y caos, quedó cabizbajo y penó un buen rato con mucho hielo en los tobillos. Brasil no se desmoronó, pues es un equipo apuntalado línea a línea; hecho contra el miedo. Sufrió una discreta ráfaga de Croacia que llegó un par de veces sin mucho peligro, pero con sensación de apocalipsis en la grada que se contagiaba a los jugadores, paralizados, con la cadera tiesa y el pie duro, insensible; de pedernal. Fue Óscar, un jugador al que todavía el fútbol no ha descifrado, el que comenzó a cavar duro en zonas intermedias para provocar esa sensación de peligro que elevara el grito de la torcida. Primero logró un córner de una recuperación que aprendió en casa de José. Luego conectó con Marcelo, que comenzaba a desperezarse, pero aún con las piernas tiesas y el cerebro mandando señales contradictorias a la pelota. Al fin, fue Neymar el que hizo una jugada de niño del área y se la puso a Óscar que a punto estuvo. Y llegó otra recuperación de Óscar, que la pelea en zona inocua y se la pasa a Neymar, dueño de la escena, da dos zancadas y dispara raso a la parte interior del palo, muy lento, y el portero que mira incrédulo a la bola y se lanza por ella torpemente, como abatido sobre el gol de Brasil.

Gran algarabía y el equipo de Scolari que se sienta en el trono del partido. Paulinho y Luiz Gustavo -sobre todo el último- tienen un despliegue fenomenal que sube la línea de juego brasileña hasta tres cuartos de la zona croata. Arriba está Neymar con libertad absoluta para desorganizar al rival, seguido por Óscar, que rebaña las jugadas mordidas protagonizadas por la estrella. Neymar regatea, rompe, pica, se lleva una amarilla, es derribado, se encara, chuta y arrastra a su ataque hacia la portería contraria pero sin claridad suficiente para herir. Sólo el jugador del Chelsea y Marcelo le siguen. Fred y Hulk parecen salidos de una liga inferior e invitados a jugar con los gigantes. Cumplen con sus obligaciones pero todo lo que devuelven es peor que lo que encontraron. Los cariocas dominan el partido de forma espasmódica. Presionan y recuperan alto, a la europea, y luego se paran. Neymar y Marcelo pisan la pelota, otean el horizonte, toman prestado el ritmo de sudamérica y son incapaces de desdibujar al contrario. Y si encuentran la trampilla secreta, Fred o Hulk, la atoran con su falta de imaginación, de tacto con el juego, con la pelota y con la historia de los mundiales. 

Allá por el segundo tiempo Modric salta de eje con la pelota controlada y se da cuenta que Brasil ya no está. Su energía ha desaparecido y fuera de eso sólo tiene la electricidad de Óscar y las ganas de aventura de Neymar. Croacia navega sobre los restos de Brasil que se va cerrando sobre su área; comienzan los murmullos en la grada. Hay una llamada. El balón llega al ataque brasileño, Fred intenta un control entre 4 croatas y cae al suelo de forma lastimosa. El árbitro espera unos segundos maravillosos y por megafonía anuncian el penalty como si fuera la sagrada concepción. Neymar en su creatividad sin límites convenientemente patrocinada, da una vueltecita para tirar el penalty desde el ángulo contrario y chuta podrido directo al guardameta, que se vence de nuevo y ayuda con su falsa estirada a introducir el balón en la portería.

A estas alturas el público ya no se llevaba a engaño: había descubierto que Brasil era una filfa. El resto del partido se jugó en los salones cariocas, con Modric saltando entre las líneas de pase que dejaban libre la torpe defensa brasileña. Croacia no tenía delantero centro y eso salvó a Brasil. Una fugaz transición comandada por Óscar acabó en un gol de puntera, eléctrico, el único limpio de un encuentro lleno de trampas. 

Acabó el partido y todo se llenó de una música pegajosa para tapar las grietas de la anfitriona. Fue la jornada inaugural. Geopolítica y miedo al desastre. Montesquieu ha muerto. Lo de siempre.

BRASIL, 3 – CROACIA, 1

Brasil: Julio César; Alves, Thiago Silva, David Luiz, Marcelo; Paulinho (Hernanes, M.62), Luiz Gustavo, Hulk (Bernard, M. 68), Oscar, Neymar (Ramires, M.86) y Fred. No utilizados: Jefferson; Víctor, Maicon, Henrique, Dante, Maxwell, Fernandinho, Ramires, William y Jô.

Croacia: Pletikosa; Srna, Corluka, Lovren, Vrsaljko; Rakitic, Modric; Perisic, Kovacic (Brozovic, m.60), Olic y Jelavic (Revic, m.77). No utilizados: Subasic; Zelenika, Vida, Schildenfeld, Vukojevic y Sammir.

Goles: 0-1. M.12: Marcelo, en propia puerta. 1-1. M.29: Neymar. 2-1. M. 69: Neymar, de penalti. 3-1. M.90: Oscar.

Arbitro: Yuichi Nishimura (JAP). Mostró tarjeta amarilla a Neymar, Corluka y Lovren.

Arena Corinthians de Sao Paulo. 62.103 espectadores.

Ángel del Riego

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