Este pasado sábado, en plena movida madrileña, en Malasaña, ya en la madrugada, con las calles abarrotadas y decenas de jóvenes en las puertas de cientos de bares, una Iglesia, la de San Ildefonso, permanecía con sus puertas abiertas, y grupos de jóvenes invitaban en la calle a los transeúntes, jóvenes y menos jóvenes, a cruzar sus puertas, a encender una vela y dejarla ante el altar.
A rezar si eso les hacía bien, a escuchar la voz de Dios. La Iglesia como casa de acogida, siempre la última casa de acogida para todos, sin preguntar si creen o no ni a qué Dios rezanJóvenes, fuera, invitando a entrar. Y a la entrada del templo más jóvenes recibiendo a los que cruzaban el umbral, muchos, casi todos jóvenes, acompañando, sin pedir nada, sólo ofreciéndose para escuchar. Y jóvenes cantando en directo. Preguntas abiertas, testimonios personales, una invitación a encontrarse con la verdad más íntima. De dos en dos, como Jesús mandaba a los discípulos a evangelizar. También hay sacerdotes que escuchan, que atienden y que confiesan, si alguno lo desea.
Era un gran contraste. O no. Fuera la fiesta del alcohol y de la noche, de los amigos, del ruido, a veces también de las drogas… Dentro hay fiesta también, porque está expuesto el Santísimo, y es una noche alegre, con sonrisas, donde se brinda la amistad que no pide nada a cambio, donde hay tiempo para la paz, para la reflexión íntima, para el desahogo, para la oración. Jóvenes que se arrodillan con los brazos sobre los hombros del amigo o amiga, para rezar durante unos minutos, como, posiblemente no habían hecho desde hace años. Jóvenes que se abren de pronto de par en par para volver a ser ellos mismos de verdad. Es un hermoso espectáculo ante el que muchos se rinden, sorprendidos positivamente. La Iglesia en la calle, en los lugares que pisan los jóvenes. Como debería hacer la Iglesia en otros muchos lugares. Iglesias abiertas de día y de noche, sacerdotes dispuestos a escuchar, laicos haciendo Iglesia, hablando del Dios que comprende y del Dios que perdona.
Este movimiento, Una luz en la noche, nació en Verona de la mano de un sacerdote italiano y se ha extendido por Europa. En Madrid, en Santiago, Bilbao, Valladolid, Ponferrada, Cáceres… han compartido noche, un sábado al mes, con los que viven la noche de otra manera. Este verano estos jóvenes estarán en los lugares de playa, en aquellos donde parece que Dios no cuenta. En Santa Eulalia, Ibiza, y en otros lugares de la costa.
Si se cruzan con una de estas Iglesias abiertas, no duden en entrar. Pregunten a los jóvenes qué les mueve. Conozcan cómo se preparan para llevar el mensaje de Dios a la calle -después de cenar juntos y de hacer un tiempo de adoración al Santísimo-, sepan qué piensan. La fiesta, esos sábados por la noche está en la calle. Pero hay otra más intensa en algunas Iglesias abiertas de par en par. A veces creo que no es tan difícil contar la buena nueva con lenguaje de hoy. Sólo hay que saber hacerlo.
Francisco Muro de Iscar