Un grupo de periodistas españoles coincidimos en un hotel de Salvador de Bahía con el presidente del fútbol europeo (UEFA), el francés Michel Platini, que estuvo receloso al saber de nuestra condición profesional pero bajó la guardia cuando alguien le explicó que lo nuestro no era la información deportiva. De modo que no tuvo mayor inconveniente en sincerarse respecto a lo ocurrido en el partido España-Holanda, dos horas después de terminarse el partido en el Arena Fontenova.
Platini dijo que había encontrado una selección «cansada». No se apartó demasiado de la opinión generalizada entre expertos y no expertos respecto a la lamentable actitud de los jugadores españoles en el segundo tiempo del partido con Holanda. Otros habíamos hablado de fatiga de materiales, falta de motivación, exceso de partidos. Venía a ser lo mismo. Pero, al margen de la interpretación técnica de la derrota, por deficiencias de planteamiento o el mencionado cansancio físico, fue peor la depresión colectiva por la derrota inesperada de la campeona de Europa y del mundo.
Después de la decepción y la autocrítica solo cabe levantarse y marchar erguido hacia el próximo pulso.
Es precisamente en la parte intangible de la derrota, por sus efectos en el ánimo de los seguidores españoles, donde nos toca a todos echar el resto. A los jugadores y a quienes proyectamos en ellos la esperanza de volver a ser los mejores en algo. Dicho sea de cara a nuestro segundo partido del Mundial, el previsto para este miércoles con la selección chilena. Después de la decepción y la autocrítica solo cabe levantarse y marchar erguido hacia el próximo pulso. Y ganarlo. Para que la luz de esa esperanza vuelva a encenderse a un país necesitado de autoestima.
Lo que no logra conseguir la bajada de la prima de riesgo y la subida de la Bolsa, que lo consigan Vicente del Bosque y sus chicos. Nos lo deben después del disgusto del viernes pasado. A la España agobiada por la crisis económica (y la política, y la institucional, y la social, y la territorial…) le hace falta un subidón, aunque sea por cuenta del fútbol. O sea, ganar los dos partidos que nos quedan para el pase a la siguiente fase. Y luego, ya hablaremos.
El fútbol nos retrata en lo bueno y en lo malo, a partir de procesos de identificación emocional con el equipo que estos últimos años ha paseado con tanto éxito la marca España. Lo extradeportivo cuenta, por supuesto. Las emociones colectivas también forman parte de la causa. Y si los argentinos tienen al Papa Francisco, esgrimido a golpe de pancarta al paso de Messi, nosotros tenemos a Manolo el del Bombo. Ese rugido que se escucha en la grada cuando los nuestros se vienen abajo.
A él nos encomendamos en esta hora difícil, después de haber entrado con mal pie en el Mundial de Brasil. Pero, claro, los jugadores tienen que colaborar. Estoy seguro de que lo harán. Necesitan demostrar que lo de Sudáfrica no fue un sueño.
Antonio Casado