miércoles, octubre 9, 2024
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Recuerdos del servicio militar

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Uno, que en su momento no tuvo que hacer el servicio militar, ha tenido siempre la tendencia, por motivos que ahora no vienen al caso, de divagar sobre el mismo.

Tal vez algunos de los lectores recuerde que, no hace tanto, rememoraba en esta columna alguna de las muchas narraciones que existen sobre la Primera Guerra Mundial. Qué duda cabe que disponemos de muchas otras, que merecería la pena recordar, sobre toda clase de conflictos bélicos. Son muy numerosas, en particular, las de la guerra del Rif, algunas realmente excelentes, como las de Sender o Giménez Caballero, o las que narran las desventuras de la guerra civil española, de la que esos mismos dos autores, por supuesto, también se ocuparon.

Mucho más escasas son las narraciones que se refieren más específicamente al período dedicado al servicio militar, aunque tanto Sender como Giménez Caballero, o incluso Arturo Barea, redacten las primeras cuartillas de sus obras de ámbito militar durante ese característico período. Uno no sabe si tal vez sea porque los autores prefirieron olvidar cuanto antes las experiencias vividas, o si por el contrario, quizás les resultó más fácil concentrar después sus esfuerzos narrativos en otros aspectos de la vida, por lo que a la postre los años dedicados al servicio militar en la mayoría de los casos tienden inexorablemente al olvido.

Quizás todo esto sea muy saludable, ahorrando al lector la pesadez de aquellas batallitas interminables que los que habían hecho el servicio militar gustaban de repetir una y otra vez, hasta provocar el hastío de sus oyentes.

Existen, sin embargo, dos excelentes libros que tratan sobre este tema y a los que conviene que el lector preste la debida atención. El primero es la magnífica historia que narra las aventuras del soldado Svejk, situadas en el kafkiano ambiente de la disolución del Imperio Austro-Húngaro, en el que el valeroso soldado presumirá de haber sido declarado definitivamente idiota mientras realizaba el servicio militar y, por tanto, de alguna manera haber alcanzado ese supremo grado que es el de ferviente súbdito y devoto admirador del decrépito Emperador.

Es una auténtica lástima que la obra de Jaroslav Jasek se quedara a medias cuando al autor de tan excelente libro le sobrevino la muerte, apenas dos años después de la publicación de los primeros volúmenes de Las aventuras del valeroso soldado Svejk. El lector se queda, por tanto, con las ganas de saber cómo habrían continuado esos disparatados disparates cuarteleros.

El segundo libro que uno cree merece la pena recordar es el de Paul Guth, Le naïf sous les drapeaux, tal vez ni siquiera traducido todavía al castellano, en el que se retratan desde la crítica más sarcástica, los últimos esplendores del ejército francés destinado a la imposible misión de mantener un imperio colonial en descomposición. Y ahora, cuando uno escribe estas líneas, le asalta la duda de si es en esta obra de Guth en la que un oficial monta en cólera al ver que un recluta usa monóculo, o si no sería más bien en otra de Giraudoux. Seguramente, alguno de los amables lectores tendrá la deferencia de aclararnos tan peliagudo asunto.

Ignacio Vázquez Moliní

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