domingo, septiembre 22, 2024
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Simbología de un inicio de reinado

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Admitamos que este reinado empieza como ningún otro en nuestra historia: con un rey constitucional y que se reivindica constitucional, nacido de la voluntad expresada por la ciudadanía española en su refrendo a nuestra Carta Magna. El Rey ha comprometido una Monarquía renovada para un tiempo nuevo. Desde luego, la Monarquía no solo se ha renovado –y rejuvenecido– en la persona de Felipe VI, además se ha hecho nueva y distinta por el carácter de rey, ahora sí, constitucional de origen y no de refrendo. Todo un símbolo de nuestro avance democrático. Pero no el único en un discurso con gran carga simbólica.

En su intervención, el Rey ha plasmado su concepción de su papel institucional: la monarquía como deber. El deber de cercanía con los ciudadanos, el deber de ganarse continuamente su aprecio, respeto y confianza, el deber de observar una conducta íntegra, honesta y transparente, el deber de conducirse bajo estrictos principios morales y éticos de ejemplaridad pública. Es cierto que le va el futuro de la institución en ello. No lo es menos que nos va la legitimidad de todo el sistema democrático en momentos de desafección creciente de los ciudadanos hacia sus instituciones.

Con su llamamiento a agradecer y honrar el trabajo realizado por una generación que alumbró la democracia y nos ha legado los mejores años de nuestra historia contemporánea, el Rey también nos ha recordado la fuerza que anida en nuestro país para salir adelante y alcanzar grandes metas sean cuales sean las dificultades que enfrente. Entonces, era la construcción de una democracia. Hoy es la salida de la mayor crisis en un siglo, pero no de cualquier manera sino ofreciendo “protección a las personas y a las familias más vulnerables” y “esperanza” a los más jóvenes. Cohesión social e igualdad de oportunidades como bases sobre las que construir un futuro de prosperidad. Que tome nota el Gobierno. 

Y junto a la cohesión social, el llamamiento a respetar la diversidad de España y a no romper los puentes del entendimiento y el diálogo entre los diversos pueblos que conforman nuestro país. No es una cuestión menor que el Rey haya citado a Antonio Machado, Espriu, Aresti o Castelao. No sólo representan la diversidad de España, su riqueza cultural y lingüística. Representan también la España exiliada, la otra España, la España culta, cívica y diversa derrotada por el fascismo ahora reivindicada por un rey nacido de una Constitución que hunde sus raíces en esa tradición de tolerancia. No se trata de robar nada a nadie, sino de reivindicar para el patrimonio común lo mejor de nuestro país: su pluralidad, su riqueza, su fortaleza.

Y junto a ello, el llamamiento a la renovación del proyecto común, a superar la resignación y el conformismo, a moverse para alcanzar nuevas metas. Juan Carlos I supo entenderlo invitando, a través de la sucesión en Felipe VI, a aportar sabia nueva a la institución y al país entero. El nuevo rey ha dado un paso al frente con su apelación a la ejemplaridad pública, al diálogo, al respeto de la diversidad de nuestro país. Pero también al poner el acento en el avance científico, la innovación, el respeto al medio ambiente o la eliminación de toda discriminación –empezando por afianzar el papel de las mujeres, tan maltratadas por este Gobierno- como elementos tractores de la modernización del país. 

El nuevo Rey alienta el cambio, la renovación, pero no está en sus manos concretarlo: corresponde a las fuerzas políticas responder a esa llamada con propuestas para actualizar las estructuras de nuestro país, tanto el modelo territorial, como el institucional y el económico. 

Desde el Partido Socialista se han hecho propuestas claras y concretas para una reforma federal de nuestra Constitución, para clarificar el panorama competencial y mejorar la cooperación institucional, para fijar un modelo de financiación justo, equitativo y estable, para aportar transparencia y mejorar la participación ciudadana. Y, por supuesto, para incorporar a la Constitución la garantía de la prestación de los servicios públicos esenciales –educación, sanidad, pensiones– en igualdad de condiciones para todos los españoles, residan donde residan.

Se abre un tiempo nuevo. Un tiempo de cambios en el que el nuevo Rey ha mostrado disposición a erigirse como un Jefe de Estado dispuesto “a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar”, desde su papel constitucional de moderador. Pero me atrevería a decir más, a que el Rey quiere ser impulsor de esa renovación. ¿Podrá hacerlo? El tiempo dirá. 

Mientras tanto, toca exigir al Gobierno que ambicione cambios más profundos que su descafeinada y regresiva reforma fiscal. Parece que el Gobierno no acaba de entender que esto ya no va de no moverse para salir en una foto: es que ha cambiado el marco entero.

José Blanco

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