lunes, noviembre 25, 2024
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El valor de la derrota

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Nada reemplaza a la victoria salvo el coraje y la lucidez que lleva a aceptar la derrota con dignidad; sin buscar culpables imaginarios o ideando excusas para no reconocer el mérito ajeno. La Selección Española de fútbol llegó a Brasil como campeona del mundo y regresa al cabo de tres partidos, con la tristeza de haber sido eliminada en la primera fase del campeonato. Es triste. Pero no debería hacernos olvidar que la estrella que lleva la camiseta de la «Roja» -como símbolo de haber conseguido un Mundial-, es para siempre. El grueso de los jugadores que perdieron frente a Holanda y Chile (ganando, después, a Australia), son los mismos que hace cuatro años regresaron campeones de Sudáfrica. Entonces se les abrieron todas las puertas y se encendieron para ellos todos los focos. Todos: políticos, famosos y anónimos ciudadanos de a pie querían compartir una foto. La fama les sonreía, la gloria les acompañaba. Eran los astros del momento, las estrellas brillando a pleno día. Ahora, el regreso es el reverso.

Los mismos que nos llevaron al éxtasis no pueden ser ahora los villanos de la película

Algunas crónicas hablan de caras largas, incluso del calentón de boca de algún jugador. Es la derrota. Amarga en la medida en la que la vida está diseñada para los triunfadores. Y más en el efímero mundo de la fama asociada con los deportes de masas. Sin embargo, hay valores que nacen de la derrota y enseñan incluso más que la victoria. La derrota nos hace más humanos porque nos enseña que nada es para siempre y ése es el camino de la humildad. Camino que invita una y otra vez a volver a empezar; a confiar en uno mismo, en el trabajo bien hecho. Los jugadores que triunfaron en Sudáfrica enseñaron a jugar al fútbol de otra manera. Con acierto en el toque, con precisión en el pase, con armonía en el juego. Apoderándose del balón sin violencia, reteniéndolo con elegancia y metiendo goles. Ante los ojos  y el asombro de los aficionados de todo el planeta aquél equipo de futbolistas de talla media venció a escuadras de gigantes. Fueron días de gloria y victoria. Nadie nos podrá arrebatar aquél recuerdo. Sería mezquino empañarlo pasando ahora factura por lo ocurrido en Brasil.

Los mismos que nos llevaron al éxtasis no pueden ser ahora los villanos de la película. Hay que recibir la derrota como lo que es: un percance en el camino. Incluso como un acicate para intentarlo de nuevo. Enseña mucho más la derrota que la victoria. Recibir a los jugadores con cariño, sin reproches. Jubilando en las tertulias televisivas a los predicadores de rencor y a los destiladores de bilis. A mi juicio, es la mejor y más hidalga forma de dar por cerrado un capítulo triste, a la espera de volver a entrenar para conseguir la próxima victoria.

Fermín Bocos

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