A veces tiene uno la sensación de haber escrito ya un artículo parecido a este. Quizá porque, cuando el observador político se planta ante el mes de julio, le invade a uno siempre la sospecha de que las cosas se desbocan, las prisas preveraniegas quieren llenar todos los huecos que la desidia dejó en el invierno y la primavera. Y, claro, también porque julio es un mes en el que la atención crítica de la opinión pública y publicada se relaja un tanto y, entonces, el poder, los poderes, aprovechan para tomar decisiones que pueden ser polémicas. O, también, se toman decisiones que en otras épocas del año se han ido aplazando, porque siempre había algo más fácil que hacer. El caso es que nos plantamos en julio con un nuevo rey, sin líder de la oposición, con Artur Mas preparando ya el regreso agosteño, es decir, la Diada, y con el conjunto de la izquierda en plena recomposición. Lo único que, aparentemente, no se mueve es el universo genovés-monclovita. Aparentemente, digo.
Algunos periódicos titulaban este domingo con el mes de vértigo, en la política de Europa y de España, que ha sido este junio que ha colocado a Juncker al frente del ejecutivo europeo y a Felipe VI en la jefatura del Estado de España. Un mes de conmemoraciones del asesinato de Sarajevo -¿hemos aprendido algo?- y de endurecimiento de las ya malas relaciones UE-Rusia: ahí está un ultimátum europeo que vence en horas, pero desde ahora le digo a usted que ni Putin cumplirá lo que le piden ni Europa cumplirá sus amenazas. Junio fue también el mes en el que el PSOE se quedó sin Alfredo Pérez Rubalcaba y puso en marcha la maquinaria para sustituirle; y esta semana comienza ya la campaña electoral en la que los tres candidatos a lo que todavía podríamos llamar el liderazgo -aunque sea cada vez menor- de la oposición pretenden convencer a los militantes de que cada uno de ellos es la mejor opción.
Todos miran de reojo hacia Sevilla, donde Susana Díaz ordena la baraja del futuro: esa mujer lo tiene en política
¿Sánchez? ¿Madina? ¿Pérez-Tapias? No estoy seguro de que la opinión pública -sí la publicada- esté demasiado enfebrecida siguiendo los avatares y los orígenes de los avales de uno u otro. No se les percibe como la opción definitiva, y todos miran de reojo hacia Sevilla, donde Susana Díaz ordena la baraja del futuro: esa mujer lo tiene en política. De los otros tres nada me atrevería, aún, a pronosticar, y conste que hablo desde el respeto que me produce el que se hayan atrevido a lanzarse al ruedo. No creo que las cosas, la democratización interna en el centenario partido, sean muy diferentes si la pilotan uno u otro o el otro, que, al final, sospecho que estarán en la misma ejecutiva.
Pero he pretendido enmarcar el duelo, no sé si exactamente de titanes, en el socialismo hispano dentro de un contexto mucho más amplio. El mundo está cambiando muy rápidamente, creo que España también, aunque en el partido gobernante parezcan -parezcan, digo- no darse cuenta, y la elección de un nuevo secretario general del PSOE es, apenas, un episodio noticioso más de los muchos que deberían ocurrir en este julio en el que, por ejemplo sabremos si nuestro ministro de Economía va a poder pasar a tener una voz importante en los destinos económicos de lo que antes se llamó Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea. El hecho de ver a Rajoy tan confiado en que logrará 'colocar' a Luis de Guindos es lo que me hace confiar en que tenga un cierto diseño de cambios, y quizá hasta de Cambio, para 'su' Gobierno, 'su' partido y hasta para 'su' manera de gobernar: ¡pero si dicen que anda ya, con un grupo de expertos, estudiando lo que hay que modificar en la Constitución!
Con todo esto, y con algunas cosas más, hierven los cenáculos y mentideros de la capital, poblada de terrazas y de gentes aparentemente despreocupadas, sin que uno acierte muy bien a ver por qué esa despreocupación. Uno, la verdad, que es un mirón profesional y apenas nada más que eso, ya digo que siempre otea el horizonte de julio con cierta aprensión ante lo que se les pueda ocurrir a quienes nos representan. Aunque también, lo admito, encaro con cierta esperanza estas semanas de renovación, de debate político. Ya digo: tienen que pasar cosas y no tienen por qué no ser buenas.
Fernando Jáuregui