martes, noviembre 26, 2024
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Un rayo de esperanza, al fin…

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 Ya sé que muchos consideran que 'good news, no news'. O sea, que algún lector se puede sentir desalentado al leer el título de este comentario. Pero el crítico solo adquiere plena credibilidad cuando también incluye en sus análisis aquellas situaciones en las que las cosas van bien. O, al menos, mejoran. Y, todo comprendido, me parece que algo, algo, mejoran en este secarral político en el que nos desenvolvemos.

Conste que no hablo solamente, al mirar la botella medio llena, de las cifras del desempleo en los últimos meses: el crecimiento de las contrataciones y la bajada en el total de parados -que no es lo mismo, claro- nos indican que la situación laboral en España no es tan angustiosa, aunque siga siéndolo. Y aunque la calidad del puesto de trabajo sea, claro está, muy diferente: si no fuese por el aumento de trabajadores autónomos y de los emprendedores que se arriesgan, casi nada habríamos avanzado. Pero la estructura laboral, guste o no a los sindicatos -que no les gusta–, se ha modificado tal vez definitivamente en España, para bien o para mal. O para bien y para mal. Mire usted los datos del servicio público de Empleo de este miércoles para comprobarlo.

Pero cuando sugiero que esto mejora me refiero también a las buenas intenciones con las que vienen quienes están tomando el relevo en las instituciones -Felipe VI- y en política -veremos qué ideas nuevas y, quiero creer, refrescantes aporta el debate entre los tres candidatos socialistas el próximo lunes-. Y me refiero también a ese anuncio, como de pasada, hecho por Mariano Rajoy hablando de la puesta en marcha de medidas de regeneración política. Creo que el presidente del Gobierno, cuyo dinamismo renovador es, cuando menos, cuestionable, se ha percatado, al fin, de cuál es la situación global de nuestro país, y de la propia Europa. Yo creo que hemos de ver -incluso- cambios en el elenco ministerial, además de las nuevas medidas legislativas que se propugnan, que, serán más o menos discutibles, que siguien siendo insuficientes, pero que, en todo caso, evidencian una intención de que algo 'se mueva' tras el paréntesis de las vacaciones veraniegas.

Uno siempre se queda con la sospecha sobre el grado de veracidad con el que los propósitos reformistas se pronuncian

Figuro entre los optimistas que creen que la corrupción pasada no podrá volver a repetirse a día de hoy, no, al menos, en sus formas más groseras: se acabaron, pienso, las filesas, los gürtel -a ver cuándo concluye la instrucción, por cierto-, las cacerías de elefantes, los tesoreros impúdicos y los yernos/hermanos aprovechados. Ha habido una vacuna general y tendremos menos aforados, vigilaremos mejor las concejalías de Urbanismo y ni partidos, ni sindicatos ni ciertas instituciones podrán repetir sus fechorías de antaño. Puede que inventen otras modalidades, pero no estas ya conocidas y condenadas.

Ya sé, desde luego, que el optimismo inteligente debe estar siempre entreverado de una cierta dosis de escepticismo. Uno siempre se queda con la sospecha sobre el grado de veracidad con el que los propósitos reformistas se pronuncian, de la misma manera que uno no está siempre seguro de lo que se oculta en realidad tras las buenas cifras macroeconómicas, que tanto tardan en reflejarse en el bolsillo del ciudadano de a pie.

Sin embargo, debo decir que ahora percibo como un sonido diferente en las palabras de algunos de nuestros representantes más recalcitrantes a abrir el melón del cambio, incluyendo las reformas constitucionales, que tanta falta hacen. Cierto que eso que, algo injustamente, ha dado en llamarse 'casta' política -menudo favor le estamos haciendo a 'Podemos' entre los turiferarios y los detractores más virulentos- empieza a ver las orejas al lobo: la oreja del referéndum en el que se sigue empecinando Artur Mas; y la oreja de los resultados electorales del 25-m, que están haciendo reflexionar al bipartidismo. Es decir, sálvese quien pueda. Pero eso no me importa: sea por convicción o por necesidad, la pared del inmovilismo, sin embargo, se mueve. Galileo tenía razón: había movimiento, aunque decirlo casi le cuesta la hoguera.

Fernando Jáuregui

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