lunes, septiembre 23, 2024
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Envidia de pene o similar

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Cierto es que recorrer los festivales de teatro clásico, que florecen en verano por la geografía ibérica como las gramíneas en primavera, es un estupendo ejercicio tanto para la memoria como para el análisis. A la ya natural facilidad de los textos para recordarnos que ni lo antiguo está obsoleto, ni lo actual es tan nuevo, se suma la inclinación de reforzar estos matices tanto en las versiones como en las direcciones, bien en su afán por demostrar que los clásicos no han muerto, bien con «aviesas» intenciones de crítica política, poco o mucho disimuladas.

Cierto es, también y por consiguiente, que uno termina pensando «de aquellos polvos vienen estos lodos», casi sin querer y por inercia. Pero malo será que ese pensamiento nos deje el ánimo conformista, en lugar de removernos y pensar, en alto incluso, YA ESTÁ BIEN, HOMBRE. ¿Es que acaso no sabemos cómo terminan ciertos manejos, no tenemos ejemplos suficientes que nos lleven a rebelarnos en lugar de a consentirlos?

Saltaba a la prensa esta semana la noticia, de que después de montar un comité de expertos, muy competentes todos ellos, para elegir la dirección de los teatros municipales de Madrid, la última palabra, se la reserva la alcaldesa, no vaya a ser que tan competentes sabios olviden que ella es mucho más competente que ellos en ese y en cualquier otro tema. Da mucha pena ver estos quiero pero no puedo o puedo pero no me da la real gana, que no por intuidos, son menos dolorosos. Y da más pena todavía porque el nombre de Ana Botella es el único de mujer que aparece en las noticias, no se nombra a ninguna más, ni del lado de los comisionados ni en el de los posibles elegidos, que aunque sean muy pocas, alguna hay.

Las noticias van uniéndose con el arsenal acumulado en varias sesiones de teatro clásico, que lo carga el diablo, de una España en la que el dedazo es práctica habitual desde los tiempos más remotos, y seguramente por eso, lo tenemos asumido e interiorizado y aceptamos con naturalidad que no haya en este país mayor mal que el del caciquismo y su máxima expresión, el dedazo; en el tribunal de cuentas, la universidad, la administración pública y en cualquier institución que se precie. Porque tantos años de desempeño eficiente, han logrado el mayor de sus objetivos y la más lógica de sus consecuencias, la mediocridad extendida como una balsa de aceite sucio, asfixiando el agua y a los pobres seres que la habitan. Porque, no nos engañemos, el único objetivo que se persigue con el dedazo, es acabar de raíz con cualquier independencia del nombrado o la nombrada. ¿Hay algo más peligroso para un mediocre, que las gentes sabedoras de su valía ocupando puestos en las organizaciones?, profesionales elegidos por sus capacidades y que no le deban su puesto a nadie. A quién se le escapa que, hasta el más brillante de los mortales, al ser tocado por el dedazo, puede perder sus virtudes ante el miedo a que ese dedo dirija sus ondas benéficas hacia otro humano más proclive a entender bien y realizar mejor, los mandatos del dueño de la insigne extremidad.

Al menos cuando alguien nombra abiertamente, asume la responsabilidad de haberlo hecho (si es que aquí alguien asumiera alguna responsabilidad, bien es cierto). Pero mucho peor aún, es ocultarse detrás de un paripé de bases, convocatorias y comisiones aquí y allá, que sirven para ayudar al «nombrante» a esconderse. Y con tales mimbres, ahí nos quedamos todos, con cara de sota, esperando que algún dedo nos toque o deseando tener la facultad de designar.

Lástima que Freud no hubiera pasado por aquí, en lugar de su desafortunada teoría de la envidia de pene, hubiera podido lucirse más, desarrollando una buena hipótesis sobre la envidia del dedo.

La dama boba

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