lunes, noviembre 25, 2024
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Que pare la guerra, que me bajo

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Resulta doloroso ver como se agrava el conflicto palestino-israelí sin que ninguna de las grandes potencias se atreva a levantar la voz contra lo que a todas luces es una masacre de civiles. Independientemente de quién haya comenzado esta guerra absurda, eterna por otra parte y sin visos de solución, lo cierto es que la desigualdad en medios aéreos y terrestres es tan abismal como el número de muertos palestinos. De mujeres y niños cuyo único pecado es haber nacido en una parte del mundo en permanente conflicto. Donde el odio lo impregna todo, donde las victimas se pueden contar por cientos, por miles, donde la vida cotidiana es ya de por sí un infierno, donde sobrevivir a las bombas de Israel es un milagro. Se podrá argumentar que Hamas es un grupo cuyo único objetivo es vencer a sus enemigos al precio que sea, y que los israelíes lo único que hacen es defenderse. Pero también se puede argumentar lo contrario, que los israelíes lo que pretenden es anexionar a su territorio lo poco que le queda al pueblo palestino. Y todos tendrían parte de razón, porque en la guerra como en la paz nunca llueve al gusto de todos. Y esta guerra, junto con la desidia de las grandes potencias es lo que ha permitido que hoy por hoy cualquier resquicio de solución del conflicto sea prácticamente imposible.

En este como en otros conflictos de la zona impera el odio, el fanatismo, la corrupción, y la crueldad, pero también el interés económico por hacerse con un territorio que no le pertenece a Israel

Lo han intentado todos y cada de los presidentes norteamericanos -aunque siempre con la vista puesta en el lobby judío no vayan a enfadarse y les impidan ocupar la Casa Blanca-, lo ha intentado recientemente el Papa Francisco, el presidente Egipcio, todos sin éxito. Lo que demuestra que no hay voluntad real de acallar las armas, vengan de donde vengan los disparos y las bombas, y tengan el objetivo que tengan.

Negar que en Palestina hay fanáticos sería un error, de la misma manera que lo sería creer que el extremismo sionista se limita al aspecto religioso o de vestimenta, porque si así fuera el problema quizá se pudiera solucionar. No sé cómo, ni de qué manera, ni con qué argumentos, pero estoy segura que se podría solventar, como se han solventando otros muchos. Como no se consigue nada es bombardeando ciudades, casas, escuelas, matando niños inocentes, mujeres o ancianos. Así nunca conseguirán la paz, ni siquiera acallar a ese demonio que todo hombre lleva dentro.

En este como en otros conflictos de la zona impera el odio, el fanatismo, la corrupción, y la crueldad, pero también el interés económico por hacerse con un territorio que no le pertenece a Israel y que ha obligado a cientos de familias palestinas a refugiarse en países limítrofes, desbordados por una tragedia que no tiene fin y que se está extendiendo por toda la zona, con grave peligro para Oriente pero también para Occidente.

Rosa Villacastín

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