Moderado, ambicioso, realista, trabajador y bien parecido. Esas son las coordenadas del primer vistazo -no ha habido tiempo para más- al nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. De entrada los analistas tienen dificultades para encajar en tan apresurada caracterización la primera decisión cargada en su cuenta de flamante líder socialista. Me refiero al voto de los eurodiputados socialistas españoles en contra del conservador Juncker como presidente de la Comisión de la UE.
Sánchez ha tenido prisa por dejar claro quien manda. Del realismo y la moderación que se le atribuyen se deduce que lo suyo hubiera sido esperar al congreso federal (26-27 de julio), que es donde realmente será investido. No ha guardado las formas. No esperó a asumir los poderes de hecho y de derecho antes de tomar una decisión de este calibre: exigir, sugerir, indicar (eso no está claro) a sus 14 eurodiputados que votaran contra del candidato pactado previamente por los socialistas europeos.
Durante los días que faltan para el congreso, sólo es un líder en funciones, provisional, interino, como se le quiera llamar, pero aún no investido con todas las consecuencias. Por tanto, lo realista y lo prudente hubiera sido endosarle esa decisión a Rubalcaba mientras él se pensaba dos veces las consecuencias de reprobar a Juncker sabiendo como sabía que los socialistas europeos se habían comprometido a apoyarle y sabiendo como sabía que su discurso ante el Parlamento iba a estar lleno de guiños al centro-izquierda. No lo hizo. En vez de aprovechar este margen de dos semanas para pensarse dos veces una decisión controvertida. De hecho, el grupo de los socialistas españoles estaba claramente dividido, aunque estos se atuviesen disciplinadamente a la consigna del jefe.
Sánchez ha debido sopesar las razones encontradas para apoyar o no a Juncker
Sánchez ha debido sopesar las razones encontradas para apoyar o no apoyar al ex primer ministro de Luxemburgo. Por un lado, la reprobación a las políticas de austeridad representadas en la figura de un candidato conservador. Era lo coherente con la campaña electoral del PSOE en las europeas del 25 de mayo. Por otro, la sintonía política con los socialistas europeos, que habían decidido apoyar a Juncker. Votar junto a ellos le hubiera conferido de entrada la vitola de político fiable que pone su compromiso con Europa por delante de las cruzada de su partido contra el llamado austericidio.
Está claro que ha preferido seguir apostando por alternativas de izquierda ante las políticas de austeridad y no tener prisa por demostrar que es un político realista y puede comportarse como un hombre de Estado cuando llegue el caso. Debe haber pensado que para eso ya habrá tiempo.
Lo peor es que en los ámbitos políticos y mediáticos nadie ha visto su decisión como un gesto de izquierdas sino como un gesto antieuropeo, al aparecer alineado con esas franjas euro-escépticas y anti-sistema que juegan a la desestabilización de la UE.
Antonio Casado