Varios países, tal que España, Portugal, Malta, Chipre o Grecia, además de una serie de islas del Caribe, ofrecen ciudadanía a cambio de dinero. En Portugal también hemos caído en esa trampa. Se llama ARI, Autorización de Residencia por Inversión (Ley 23/2007, y Despacho 1661/2013). También le llaman Visado de Oro, Golden Visa. ¡Si Camoens o Pessoa levantasen la cabeza! Se trata de fomentar las inversiones, sobre todo inmobiliarias, pero no sólo, y a ser posible las angoleñas y las chinas. Antes, se otorgaba la nacionalidad por ser industrioso, inventivo o héroe. Ahora basta con tener dinero, sin importar su origen.
Con tal propósito, he hablado con amigos riquísimos de allende los mares para ver si se querían hacer portugueses. No hablan ni palabra de nuestra lengua, no saben si somos independientes o un trozo de España (tampoco tienen muy claro dónde está España ni qué es –en eso se parecen a algunos españoles-).
Los resultados de mis pesquisas para atraer inversores han dado magros resultados, como me temía. Unos querían encasquetarme su viejo yate, anclado en las Bermudas, que aseguran vale más de medio millón de euros, otros querían traer una bolsita de cuero llena de carbono cristalizado, llamado diamantes, que tienen escondida en un sotanillo en Luanda, por fin, otros –de una antigua república soviética llena de petróleo- me han propuesto traer un par de aviones Tupolev medio oxidados y crear una línea aérea para el Algarve que se llamaría Algarbistán Airlines. Me han dicho otros que lo más tentador es la especulación inmobiliaria y hacer bloques en zonas de playa. Pero de esos negociantes no conozco a nadie.
Aunque sé poco de economía, todo esto me ha parecido un despropósito. Para cerciorarme, me he dado una vuelta por las innumerables tiendas de indios de Lisboa. Que no son indios sino paquistaníes, no cristianos sino musulmanes, y no hablan una patata de ninguna lengua conocida. Con el pretexto de Goa, nuestra diminuta colonia arrebatada en 1961 por Nehru sin disparar un solo tiro, vienen los llamados indios en cantidad y se instalan, sin más trámites. Se están haciendo con la Baixa de Lisboa, con todas las antiguas mercerías. Allí venden fruta pasada, refrescos y baratijas turísticas. Todo feo, malo y horroroso. Hasta el tradicional café O Farnel de la rua da Madalena está ya en sus manos (con un nefasto servicio y un peor café, que ya hay que tener mérito para preparar mal café en Lisboa).
Ayudado por mi amigo Vikram Pandit, indio de Mozambique, que habla su lengua, he intentado sonsacarles cómo es que han entrado en Portugal, cómo se han podido instalar y comprar o alquilar los locales. El más tupido silencio ha seguido a mis inquisiciones. Ellos no han necesitado de ese decreto de saldar nuestra nacionalidad al mejor postor; tienen otros subterfugios.
Bueno, y mis operarios, temporeros, en mi finca de Alcácer do Sal, recogiendo aceituna, podando ramas o arreglando carriles, nunca llegarán a ello, por mucho que trabajen. Dos pesos, dos medidas. Son de Ucrania y no tienen medio millón de euros.
Rui Vaz de Cunha