domingo, septiembre 22, 2024
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La autocomplacencia

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La crisis se ha terminado. Mariano Rajoy nos ha emplazado a que descorchemos el champán, sirvamos las copas y brindemos por el fin de la crisis. “La recuperación es firme y cada vez más intensa”. Palabra de presidente.

A nadie se le escapa que la macroeconomía empieza a dar signos alentadores de recuperación, de lo que debemos alegrarnos. En España, pero también en el resto de Europa, algo que parece haber sido convenientemente obviado por el presidente en su eufórica comparecencia del pasado viernes pues los bienes compartidos, precisamente por compartidos, son menos extraordinarios.

El PIB empieza a salir de su estado comatoso, se ha frenado la destrucción de puestos de trabajo, comienza a asomar la creación de empleo y la prima de riesgo se mantiene en niveles de tranquilidad después de haber alcanzado hace dos años máximos de pánico tras la chapucera nacionalización de Bankia. Su chapucera nacionalización.

Claro que en su triunfalista relato, al presidente se le olvidó el nombre de quien ha pilotado la institución clave para que esa evolución haya sido posible: Mario Draghi. Fueron precisamente las palabras del presidente del BCE tras las tensiones desatadas por el temor al naufragio de la economía española en el verano de 2012 -“El BCE hará todo lo necesario para sostener el euro. Y, créanme, eso será suficiente”- y las medidas adoptadas desde entonces las que han permitido que la economía europea haya ido entrando en una senda de estabilidad y crecimiento.

Lástima que el BCE no se hubiera decidido antes a actuar como un auténtico banco central, priorizando el crecimiento y el empleo por encima de una inflación que nunca ha estado en el horizonte por mucho que algunos la hubieran anunciado: habría ahorrado mucho sufrimiento a millones de europeos que hoy se encuentran en paro o en situación de necesidad tras haber tragado durante años dosis letales de malentendida e ineficaz austeridad prescritas por el propio BCE, el FMI y la Comisión Europea.

Pero esa no era su prioridad. Al contrario, la crisis brindaba la oportunidad para acometer el objetivo de la derecha europea, la ruptura de los consensos que dieron lugar a la creación del Estado del Bienestar tras la devastación de la segunda guerra mundial. Sólo hay que ver la lista de damnificados de la crisis para comprobarlo: educación pública, sanidad pública, servicios sociales públicos, pensiones públicas. Los pilares de la cohesión social.

Como alumno aplicado, el Gobierno de Mariano Rajoy se ha dedicado con fruición al desmontaje del sistema de protección social erigido por la sociedad española a lo largo de todo el período democrático. Con un objetivo en el centro de la diana: la demolición de la política laboral y su entrega, en bandeja de plata, a la patronal para que sea esta la que fije unilateralmente las condiciones de trabajo. Las consecuencias no se han hecho esperar: se está sustituyendo empleo de calidad por empleo precario, temporal, a tiempo parcial, barato. El empleo que asoma en la última EPA. Empleo que no permite sostener un proyecto de vida autónomo, empleo que dificulta el sostenimiento de una familia, empleo que está detrás de un fenómeno nuevo en nuestro país: el de los trabajadores pobres. Y con él, la cara más cruel de la crisis: la pobreza infantil, con nuestro país a la cabeza de Europa en tan dramático ranking.

No ha tenido el presidente palabras para esa realidad. Como tampoco las ha tenido para los indicadores que prueban, día sí y día también, el crecimiento exponencial de la desigualdad en nuestro país, el aumento de la pobreza, la pérdida constante de poder adquisitivo de los salarios o la devaluación sostenida de las pensiones. Esa realidad, esa amarga realidad que vive la inmensa mayoría de la población española, no es plato de buen gusto para un presidente eufórico y autocomplaciente.

Puede que la macroeconomía empiece a mejorar, pero es en la microeconomía donde se desarrolla la vida de las personas. Si el presidente lo hubiera tenido en cuenta, quizás no habría habido lugar para tanta autocomplacencia. Cuestión de prioridades.

José Blanco

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