Lo menos que se puede decir del paseo compostelano entre Mariano Rajoy y Angela Merkel es que les ha sentado muy bien. A los dos. Aparentemente, Rajoy ha conseguido lo que quería -apoyo alemán para 'colocar' a Guindos y posiblemente a Cañete. Además, claro, de una nueva declaración de la canciller contra el independentismo catalán–. Y yo creo que la señora Merkel, también: en el momento en el que medio Gabinete francés se rebela contra la política de austeridad de Manuel Valls, el presidente del Gobierno español reitera su aval a tan incómodo trayecto, que, a la postre, no le está saliendo del todo mal al inquilino de La Moncloa. Algunos afortunados colegas que pudieron estar en Santiago ojo avizor a la 'cumbre del Albariño' y del marisco, hablaban del nacimiento de la entidad 'Merjoy', como antaño se habló del 'Merkozy', cuando la canciller y el entonces presidente galo, 'Sarko', se entendían casi tan bien como ella lo hace ahora con 'nuestro' Rajoy.
A Rajoy, que tantas veces nos desespera con su manejo elefantíasico de los tiempos, hay que reconocerle que ha sabido aprovechar el hueco dejado en la sintonía con la locomotora de Europa por una Francia que da algunos bandazos, por una Italia que ha virado a la izquierda y, por tanto, a la oposición, y por una Gran Bretaña definitivamente ajena a las cosas de la UE. Así que es previsible que, en la 'cumbre' europea del próximo sábado, Rajoy se configure como una especie de nuevo poder asociado a la locomotora. Lo que no le vendrá nada mal a él. Ni al resto de los españoles, que ser aliados de Alemania en estos momentos no es ninguna tontería, pese a quien pese y pase lo que pase en las economías de ambos países, que están lejos de hallarse pacificadas.
Aunque discrepe de esa 'austeridad por principio' impuesta por Berlín, confieso sentir un gran respeto por Merkel, que ha puesto en marcha políticas externas muy definidas e internas -gran coalición- muy valientes. En una era de mediocres al frente de la eurocracia, ha sido ella quien ha marcado unas líneas que nadie más parecía saber definir. ¿Mandan demasiado, ella y su superministro de Finanzas, ese que tanto elogia a De Guindos? Puede que sí, pero hay que reconocer que esta Europa que no pinta nada en el concierto mundial necesita liderazgos.
Pedro Sánchez debe ajustar algunos tornillos en su visión de la política exterior
Claro que también respeto, por cierto, a Rajoy, aunque igualmente me resulte muy difícil coincidir con él en lo referente a los diseños de la política interior, si es que tales diseños existen. Hay que reconocerle que ha recuperado parte del peso perdido en Europa, que su política 'dura' para nuestros bolsillos ha puesto fin a los sarcasmos de la gran prensa salmón anglosajona y que, colocado tras el Apóstol barbado, algo se le parece a la hora del abrazo junto a Merkel: menuda fotografía. Ya veremos por dónde nos sale este septiembre con lo de Cataluña o con su propuesta de reforma electoral municipal. Es la hora del consenso, y me parece que él debe saberlo, aunque me temo que ha habido poca 'diplomacia telefónica' este mes de agosto.
Lo demuestra la salida, un poco extraña a mi entender, de otra figura a la que respeto, la de Pedro Sánchez, en lo referente al nombramiento de un comisario español, que él preferiría comisaria: eso de las 'listas cremallera' me parece ahora extemporáneo. Nunca me ha convencido esa paridad forzada, caiga de un lado o de otro. Y alguna vez he escrito que, apoyando la presencia del líder de la oposición al menos como 'oyente' en los consejos europeos, lo menos que se le puede pedir ahora al PSOE es que respalde al Gobierno español en las propuestas que haga sobre 'nuestros' representantes en Europa, más allá de los errores que alguno, Arias, haya podido cometer en declaraciones absolutamente rechazables. Todos sabemos que Miguel Arias Cañete sería, será, un buen comisario europeo. Y Guindos está perfectamente cualificado para ser un gran presidente del Eurogrupo, y conseguir 'colocarlos' no es 'buscar un empleo' a los del PP, como, temo que algo demagógicamente, nos ha dicho Sánchez. ¿A qué viene torcer la mano de una Merkel que está apoyando lo que 'nuestro' Gobierno, el español, sugiere? ¿Por qué quiere el líder socialista llevarse un nuevo revolcón, como cuando su no apoyo a Juncker?
El sitio de la oposición en política exterior está, creo, junto al Gobierno. Críticamente, claro, pero incluso reconociendo cuándo el Ejecutivo lo hace, como me parece que ha ocurrido en esta ocasión, bien. Me parece que Sánchez, de cuyas reflexiones veraniegas espero mucho -por cierto, bien por su recorrido por sectores olvidados de la política oficial–, debe ajustar algunos tornillos en su visión de la política exterior, de la misma manera que Rajoy debe ajustarlos en política interior. Quizá así llegásemos a un buen entendimiento en cosas en las que es fundamental que ambos se entiendan.
Fernando Jáuregui