El alto el fuego acordado entre Moscú y Kiev, entre los presidentes Putin y Poroshenko, bajo los auspicios de la OSCE pende de un hilo. Hay gente en ambos lados, en el Gobierno de Kiev y entre los separatistas de Donetsk y Lugansk que no quieren el acuerdo, que prefieren continuar dando tiros hasta que las armas decidan quién es el ganador. Mientras tanto la gente muere, huye de sus casas, vive bajo el terror.
Pero a quienes desencadenaron este infierno les importa poco. La guerra es un negocio en el que unos obtienen ganancias y otros mueren.
También es un «negocio» político. A lo largo de la Historia muchos gobernantes han distraído a sus conciudadanos con un problema exterior para que estos pasaran por alto los problemas interiores. Y en eso estamos. Bueno, en eso están algunos. Los de siempre.
Hace unos años, Gorvachov no movió un dedo ante la «caída» del Muro de Berlín. Eso sí, le pidió a sus amigos de Occidente que guardaran las formas. Vamos, que no pusieran sus ávidas manos sobre las repúblicas soviéticas y que, por supuesto, mantuvieran a la OTAN lejos de las fronteras rusas.
Los países occidentales no han cumplido con lo uno ni con lo otro. Hasta aquí lo evidente. Pero, mire usted por dónde, hace cuatro o cinco años empezaron a aflorar algunas voces que cuestionaban la necesidad de la OTAN. Si Rusia ya no era el enemigo, ¿para qué se necesitaba una Alianza Militar? Es más, muchos países empezaron a rebajar sus presupuestos en Defensa. Sin olvidar que con la llegada de la crisis esos presupuestos se rebajaron aún más. En España, por ejemplo, nuestro Ejército se las ve y se las desea para que los soldados hagan maniobras. No hay un euro.
Pero ya digo que la guerra es un negocio, de manera que hay a quienes no les viene nada bien que la OTAN terminara siendo una organización residual. De manera que tener un conflicto en el corazón de Europa, en Ucrania, les viene muy bien a los que se ganan la vida con el negocio de las armas.
Todo lo que ha pasado en Ucrania es un escándalo. Era una escándalo la corrupción del presidente depuesto, Viktor Yanukovich, que, dicho sea de paso, había ganado las elecciones. Pero también es un escándalo que la Unión Europea y Estados Unidos apoyaran a los que desde la plaza de Maidan dieron un «golpe de Estado» técnico contra Yanukovich. Corrupto, sí, pero su pecado, para la Unión Europea, no era ese, sino su decisión de no firmar un acuerdo con Bruselas claramente beneficioso para los interés de la Unión. Ese fue su error. A partir de ese momento vimos a senadores norteamericanos manifestándose en Maidan, a la responsable de Asuntos Exteriores de la UE, amén de otros políticos europeos. Y todo eso ha desembocado en una guerra civil en la que los perdedores son los ucranianos, la gente corriente, los de siempre.
Pero ahora los 28 países que forman la OTAN han decidido que hay que aumentar los presupuestos de Defensa. Todos los países deberán invertir el 2% de su Producto Interior Bruto en gastos de Defensa. Y todo porque quieren sacar músculo ante Vladimir Putin, ante Rusia, para que allí sepan que la OTAN está viva y coleando y más que dispuesta a una nueva guerra fría. Solo que esta vez la guerra fría es más peligrosa, no solo por el armamento que hay hoy en día, sino porque ya no hay países que hagan de colchón entre una parte de Europa y Rusia.
O sea que la OTAN ya tiene un enemigo que le justifica seguir existiendo. Y los fabricantes de armas se pueden frotar las manos porque les viene una época de vacas gordas, habida cuenta de que los 28 países de la Alianza tienen que gastar más en armas. Eso sí, toda esta mascarada se envuelve con palabras grandilocuentes. Es evidente que Putin no es un ejemplo de gobernante demócrata sino todo lo contrario, pero habrá que reconocer que el que tiró la primera piedra no fue él.
En cualquier caso, lo peor que puede pasar es que se quiebre el frágil acuerdo alcanzado entre Putin y Poroshenko, principalmente por la pérdida de vidas humanas, además de las consecuencias económicas que esto tendría sobre Ucrania y Rusia y también sobre el resto de Europa. Porque Estados Unidos y la UE sacan pecho poniendo sanciones a Rusia, pero ¿qué pasaría si Moscú decidiera cortar el grifo del gas a Europa?.
Cuando se juega con fuego, al final alguien se termina quemando. Esperamos que la voracidad de quienes se dedican al negocio de las armas no termine provocando una nueva catástrofe.
Julia Navarro