viernes, noviembre 22, 2024
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PIB VS. Calidad de vida

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La calidad de vida, ese concepto manoseado, ha de partir de una base, que es la suficiencia de medios para vivir. Trabajo, comer, dormir, salud, educación, seguridad. Es decir, salarios, pensiones, servicios sociales y sanitarios. Estamos de acuerdo. Y tiene que haber una cierta igualdad, no esta enorme diferencia entre pobres, marginales, clases medias y la riqueza de los menos (como ha señalado Piketty). Las sociedades muy desiguales son tremendamente egoístas, ofreciendo sólo calidad a unos pocos, y dejando a los demás a su suerte.

Pero a parte de los factores puramente económicos, contabilizables, hay otros menos visibles y menos cuantificables, menos divisibles. No suelen figurar en las estadísticas porque son gratuitos.

Los índices económicos del PIB no tienen nada que ver con la felicidad. Por eso Christian Felber propone otros medidores, hacia la EBC, economía del bien común. Para muestra, los franceses, con el país más bello de Europa, la mayor densidad cultural, mujeres arregladas, bonitas y con estilo, la comida y vinos más sofisticados; y, sin embargo, son infelices y gruñones.

Para mí, unos baremos para medir la famosa calidad de vida que se disfruta en Lisboa, podrían ser éstos, aunque me temo que los irredentos tecnócratas podrán considerar bagatelas:

  • Las puestas de sol.
  • El silencio y sosiego de una plaza con árboles de sombra.
  • La amabilidad y cortesía de las personas, por doquier.
  • La brisa fresca de las mañanas y del atardecer.
  • Unas cuantas buenas librerías donde husmear, como la Bizantina o la Ferin. Pero hay muchas más.
  • Cafés tranquilos, sin ruido ni televisión y con buena repostería.
  • Jardines solitarios, como el Botánico de Lisboa, o el del Monteiro Mor (en Lumiar, al norte de la ciudad).
  • Calles sin agobios, para pasear.
  • Casas bonitas, antiguas o modernas, no muy altas.
  • Museos apacibles y muy interesantes, como el Museu de Macau, en la rua da Junqueira, camino de Belém, o el Vieira da Silva-Arpad Szenes.

En ese sentido, Lisboa nos ofrece esa paz y sosiego, sin excesos. Luz y silencio. No deja de ser curioso que uno de los más famosos libros portugueses –pero no el mejor- sea El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Es que nuestro desasosiego es interno, bajo la apariencia de que no pasa nada.

Esa tranquilidad y parsimonia nos ayuda sin duda a soportar a diario la inacabable crisis –de la que quizá no saldremos nunca, a este paso-. Veremos si la desigualdad creciente no descalabra nuestro apacible país.

Rui Vaz de Cunha

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