Pocas veces como ahora tantos factores se alinean en contra de una operación política. La que la Generalitat catalana trata de llevar a cabo con la convocatoria formal del referéndum secesionista del próximo 9 de noviembre es un caso claro. En Escocia ha triunfado, y por once puntos de diferencia, el 'no' a la independencia. Los bancos escoceses, la mayor parte de las grandes empresas instaladas allí y toda Europa habían amenazado con retirarse del territorio escocés, en los dos primeros casos, y con no admitir a Escocia en el 'club' europeo, si el 'sí' ganaba. Lo mismo que ocurre en Cataluña: ¿alguien duda de lo que harán Planeta, Caixabank o multinacionales como Unilever si la consulta, con toda la crispación que está generando, sale adelante? Aunque, claro, el tema catalán es particularmente infeccioso por los índices elevadísimos de corrupción -algo inexistente en Escocia- que se dan en la Comunidad, y no me refiero solamente, desde luego, al 'caso Pujol' y (malas) compañías.
Son muchos los portavoces europeos que han hecho saber que la UE no aceptará así como así una Cataluña independiente, como han sido ya varios los mandatarios europeos que se han mostrado abiertamente en contra de las pretensiones de Artur Mas, el gran rehén de una Esquerra Republicana que pide abiertamente nada menos que la desobediencia civil ante la previsible sentencia contraria al referéndum del Tribunal Constitucional. Merkel, el 'catalán' primer ministro de Francia, Manuel Valls, varios dirigentes de la UE -y, próximamente, aseguran, Juncker–, ya han abandonado el recatado 'no quiero interferir en asuntos internos de España' para advertir a Mas de que un proceso independentista catalán no sería en absoluto bien visto, y puede que ni tolerado, por las instancias europeas. Desde el propio BCI llegan avisos, muy cautos aún, pero avisos al fin, de los riesgos económicos para una nación desgajada del conjunto de España.
Y, pese a todo, Artur Mas parece dispuesto a propiciar el choque de trenes manteniendo, con terquedad, algo que sabe que no sucederá y que, si sucediese, sería aún peor para él: el referéndum. Ignoramos qué hará después el molt honorable president de la Generalitat, pero son muchos los dedos que apuntan hacia unas elecciones autonómicas anticipadas, que Convergencia -y, por tanto Mas- perdería a favor de ERC. Y entonces sí que el choque de trenes será brutal. No podemos olvidar, y lo digo sin el menor ánimo apocalíptico, que fue Esquerra la culpable de aquella declaración unilateral del 'Estat Catalá', en 1934, que acabó como acabó, según nos recuerda, muy oportunamente, el libro que José García Abad acaba de publicar, 'Diez horas de Independencia'.
Claro que también se ha dicho en más de una ocasión que la tragedia de 1934, que ahora nadie quiere comentar, no tuvo un solo culpable, ni puede achacarse la responsabilidad solamente al lado catalán. Las autoridades de la República ni supieron ver, ni analizar correctamente, y menos contener, una riada que se produjo en Cataluña, alentada por una parte minoritaria de la población. Pero esa, claro, es una historia que hoy no gusta recordar ni en el Palau de Sant Jaume ni en La Moncloa.
En todo caso, justo es reconocer que, en estos momentos, el balón está principalmente en el tejado de Mas, que tiene necesariamente que rectificar, antes que en el de Mariano Rajoy, que algún paso importante, decisivo, habrá de dar antes del 9 de noviembre. Porque también Rajoy ha de meditar, naturalmente que sí, sobre los resultados, muy buenos para Europa y confiemos en que muy buenos para España y su unidad, obtenidos en Escocia, donde la sociedad ha quedado dividida, la economía tocada y el prestigio de la 'marca Gran Bretaña', malparado.
Fernando Jáuregui