Siempre he tenido mis dudas respecto a cómo transcurrió, en realidad, la batalla entre David y Goliat. No sé por qué, me he representado al último como una especie de Obelix, más bien gordo y tontorrón, y a David como una suerte de Astérix, listísimo y algo trilero, pero en efebo y sin bigote. Es obvio que Obelix tenía ventaja sobre el pobre Goliat, porque el héroe de los dibujos animados por Uderzo gozaba de la inestimable alianza de la poción mágica, que también, por cierto, beneficiaba a Astérix. Pero en la narración bíblica, se supone que David tiene un aliado fundamental, mucho más importante que el bebedizo que pueda preparar druida alguno. Así que las fuerzas no estaban igualadas y Goliat estaba destinado a perder.
Por tanto, Artur Mas, comparándose -o comparando a Cataluña, que para él parece que viene a ser lo mismo- con David, se arroga de rebote esa protección divina que se sobreentiende que acompaña siempre a los que pelean por una causa justa, especialmente si son más débiles que su contrincante, compendio, como Goliat, de todos los males y de todas las prepotencias. O sea, la visión que desde la Generalitat se trata de expandir sobre España, capital Madrid, cuna, dicen, de todos los males.
No sabe usted, querido lector, cuánto me preocupa esa simplificación, ese juego de buenos y malos en el que se desempeña y se despeña el Molt Honorable President de la Generalitat, supongo que en un afán de difuminar los ecos de la presencia de su antecesor remoto para explicar sus fechorías ante el Parlament en el que otrora Jordi Pujol ejerció su reinado casi absoluto. Porque, claro, Pujol no podría, de manera alguna, beneficiarse del Alto Apoyo del que gozó David, porque ni siempre ha sido la parte más débil -hay que ver cómo negociaba sus apoyos a la 'gobernabilidad'- ni, ahora lo descubrimos, era virtuoso como el adolescente experto en manejar la honda en el que se inspiró el genio de Miguel Ángel; ni, claro, posee las virtudes estéticas que llevaron a Buonarotti a esculpir la maravillosa estatua ante la que tantas veces me he extasiado.
Las cosas son mucho más poliédricas que como las presenta Mas, empeñado en un juego que algo tiene de engaño al ciudadano de a pie. Claro que él no es David y claro que España, el resto de España, no es Goliat; debo decir, por cierto, que resulta casi sorprendente la manera, casi excesivamente paciente, como el Gobierno central trata de echar agua al incendio provocado por una parte de la clase política catalana, con el falso Goliat Mas al frente.
Convendría que Mas, que obviamente de esto no sabe mucho, estudiase la decisiva obra de Malcolm Gladwell 'David y Goliat. Desvalidos, inadaptados y el arte de lucha contra gigantes' (Taurus, 2007), en la que pone de manifiesto que David iba armado con una honda, instrumento de gran alcance ofensivo, mientras que Goliat, por su gran tamaño, estaba especializado en el cuerpo a cuerpo: era, desventajas de los grandullones, más lento y menos imaginativo, aunque también creía tener la razón. Además, el pequeño tenía a su lado, y esto no lo dice el autor de 'La clave del éxito', aunque lo sugiere, el victimismo del pez chico frente al grande. Solo que, en el caso de la comparación que nos atañe, aquí no hay pez grande ni chico, porque todos somos el mismo pez. ¿O no?
Si Mas quiere inventarse una obra de guerra, presentar a unos enfrentados a otros, que busque otro ejemplo. A mí, en esta parábola, quien me da más pena es Goliat, que trataba de luchar con armas convencionales. El pobre filisteo no sabía que se jugaba los cuartos con un tipo capaz de utilizar armamento no contemplado en la convención de Ginebra. Y además, ya digo: yo aquí no veo a David y Goliat por ninguna parte. Mas ha cometido un error más, ahora de tamaño bíblico.
Fernando Jáuregui