Qué difícil es esta España siempre. Mi generación ha visto como se pasaba de la mula al tractor, de la alpargata al 600, de la dictadura a la democracia. Y no todo fue sencillo ni hermoso. Franco murió en la cama y a duras penas llegó la democracia desde dentro, sin rupturas ni más sangre que la de los asesinados por ETA cuya memoria no debería nunca desaparecer. Ahora todo es cuestionar aquel camino, repudiar el pasado, cambiarlo sin que nadie nos explique exactamente por qué y se nos pasa el tiempo discutiendo la secesión de Cataluña, la España de «Yupi» de Podemos, el cese de un ministro, las camisas blancas que han sustituido a la pana y que proponen un federalismo inútil que nadie entiende. ¿Y el Gobierno? De perfil, que debe ser el lado bueno de Rajoy.
Nos rodean millones de parados y la corrupción se ha incrustado en el sistema sin que parezca que la Justicia tenga prisa alguna por poner a cada uno en su sitio y devolver al pueblo lo que al pueblo se robó. Todo aquí se eterniza, hasta la firma de la pintoresca Ley de Consulta aprobada por el Parlamento de Cataluña y que hasta este sábado seguirá flotando como un fantasma incorpóreo sobre todos. La explicación de este retraso es pueril: Mas quiere estampar la firma una vez pasado el Consejo de Ministros, la comparecencia de Pujol para explicar su fortuna y el partido del Barça. Aquí ya vale todo. Como si esta maniobra sirviera para algo. Da igual; lo que va a pasar está previsto salvo la sentencia del Constitucional que esa sí puede ser un encaje de bolillos que no convenza a nadie porque que más que satisfacer podría dar coartadas a unos y otros para evitar con cierta dignidad aparente, eso que algunos han llamado choque de trenes Y mientras todos miramos al dedo y no a la luna, la jueza Alaya sigue su instrucción sobre los EREs de Andalucía, Bárcenas se cansa de la cárcel, una infanta de España sigue en entredicho, el PP bajo sospecha y la familia Pujol tranquilamente preocupada pero sin que nadie haya ordenado ni siquiera un registro.
Todo esto parece un sinsentido. Es, y me van a perdonar, como lo del «encaje» de Cataluña en España, como el reconocimiento de lo que ya todos llaman su «singularidad». ¿Y eso qué es exactamente en el Siglo XXI además de la suerte de tener una lengua propia? ¿Por qué es más singular Cataluña que Extremadura o La Rioja? ¿Y cómo es posible que la izquierda, de siempre internacional, esa Esquerra Republicana abandere semejante elitismo discriminatorio reclamando la sentimentalidad arcaica de un identidad histórica que no existió o existió para todos?.
España no aburre nunca pero siempre cansa; aquí todo se eterniza, todo se perpetúa, todo se hereda y los que salen nuevos ofrecen soluciones antiguas, titulares sin texto, futuros sin proyectos que los respalden. Sueño con una España aburrida y monótona como país para poder disfrutar y divertirme como ciudadano.
Andrés Aberasturi