La muerte del doctor Manuel García Viejo es la noticia triste de la semana. Tenía 69 años y era un religioso que pertenecía a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Llevaba más de 30 años en África (Camerún, Ghana, Sierra Leona) ayudando a los más pobres de la Tierra. En Sierra Leona, dónde dirigía un hospital, resultó infectado de ébola, el virus que, a la postre acabó con su vida. La suya ha sido una historia paralela a la de Miguel Pajares, el otro hermano hospitalario fallecido hace dos semanas infectado también por este virus. No son los únicos miembros la Orden que han fallecido tras contraer la enfermedad al tratar a pacientes infectados.
Ignoro el rango que ocupa en los protocolos de santificación el hecho de haber dado la vida por los demás, pero debería ser el principal. No hace falta ser católico, ni siquiera es menester ser creyente para reconocer el valor de los hermanos Manuel y Miguel. Sabían que en la precarias condiciones de los hospitales en los que trabajaban (el primero en Sierra Leona, el segundo en Liberia), al tratar con los enfermos de ébola compartían un riesgo letal. Lo asumieron con la dignidad que caracteriza a quienes ha elegido servir a los demás con la convicción de que es su camino en la vida. En mis muchos años ya de oficio de periodista no he conocido personas más generosas, desprendidas y optimistas que los misioneros. Monjas y frailes.
También se da ese biotipo entre muchos cooperantes. Algunos de ellos, han protagonizado en casos recientes, similares historias de sacrificio. Cuando uno les conoce y trata de allegar la razón última de su forma de vida llega a la conclusión de que no estando hechos de otra pasta diferente al resto de los mortales, pero alienta en ellos una llama que les hace ser espontáneamente humildes, alegres y acogedores. Por haber renunciado voluntariamente a las comodidades a su alcance en nuestra sociedad -como médicos o enfermeros, profesiones que gozan de fama y crédito en España-, podrían haber elegido una vida confortable, es por lo que van por la vida ligeros de equipaje. Se juegan la vida -hasta perderla, como ha sucedido en estos casos-,sin torcer el gesto. Con humilde determinación.
De hecho, de no haber sido víctimas del ébola, el virus letal cuya sola mención genera pánico y abre los telediarios, probablemente ni nos habríamos enterado de la colosal obra que ellos y otros hermanos llevan a cabo en algunos de los países del África Occidental donde la epidemia se ha cobrado la vida de más de 2.000 personas. Son héroes que, de seguir con vida, rechazarían éste y cualquier otro homenaje. No estaría de más que la televisión que tantas horas dedica a la promover la nada, encontrara un hueco para divulgar la esforzada tarea de estos y de otros paisanos -religiosos o cooperantes- que como ellos, ayudan a los demás, sin estridencias y sin pedir nada a cambio. No sé si santos, pero para mí son los verdaderos héroes de nuestro tiempo.
Fermín Bocos