Los comerciantes de cava y otros vinos catalanes, están preocupados. Los ecos de la política llegan hasta las bodegas y perturban la tranquilidad necesaria para que los caldos completen sus ciclos de fermentación. Al margen de las secuelas de la crisis, se barajan otros datos de descensos en las ventas que preñan de inquietud a un sector muy importante de la economía catalana y, por lo tanto, española. Descensos que sin ser dramáticos (se habla de algo similar a lo ocurrido en 2013, en el caso de Freixenet, la principal firma de cava, fue de un 10% y algo más del 3% en Codorníu, que es la segunda), prefiguran una posible dentellada a LAS cuentas de resultados de las que, entre otras cosas, dependen un número notable de puestos de trabajo. Los fijos y los temporales.
Algunos de los empresarios del sector han sido muy claros al decir en voz alta -con el consabido desgaste de imagen que eso apareja entre las filas soberanistas- que creían que Cataluña debía seguir formando parte de España. Lo han proclamado sin otro impulso que el que nace del sentido común. El cultivo de la viña, artesanía que crece en pericia y conocimientos como fruto del paso de los años, nos recuerda una verdad primordial: que en la Península Ibérica llevamos siglos juntos; siglos de conflictos y desencuentros, pero también de convivencia y afectos. Y el vino, o para el caso, su más poética versión que es el cava, siempre estuvo a mano para celebrar los mejores o simplemente los buenos momentos. En una y otra bandería suenan voces destempladas. Por razones opuestas, en un registro muy, pero que muy español -si se me permite la ironía- los unos claman para que se dejen de comprar productos catalanes (como represalia por la deriva independentista) y los otros excitan para que no se consuma cava de aquellas bodegas cuyos propietarios no se hayan significado por su adhesión a la estelada. En el caso de los partidarios de la secesión como castigo a aquellas empresas cuyos patrones se muestran tibios con la causa. En la otra orilla, expresado simplonamente «porque son catalanes, para que se enteren éstos separatistas». Es patético porque resulta que quienes no se enteran son quienes alientan tan miserable campaña puesto que, como digo, han sido precisamente algunos de los empresarios catalanes de la industria del cava quienes se han significado en público alertando acerca de los riesgos que aparejaría la secesión.
Parafraseando a Josep Fouché, el «genio tenebroso», cuando criticaba a Napoleón por haber ordenado el fusilamiento del duque de Enghein y dijo que más que un crimen había sido un error, a quienes predican el boicot al cava catalán hay que decirles que semejante campaña sería algo más que un error. Sería una estupidez.
Fermín Bocos