La crisis del ébola es de las que ponen a prueba la capacidad de liderazgo de un Gobierno. Bueno, la capacidad a secas, si lo pensamos mejor. Ver a la trémula, afligida y escaqueada Ana Mato al frente de esta crisis se hace directamente insostenible. El Ministerio de Sanidad probablemente sea el más hueco de todo el Consejo de Ministros que preside Rajoy. Todas las competencias están en las comunidades autónomas. No tiene presupuesto. Solo tiene el BOE. Y el liderazgo de Mato es irrelevante.
La decisión de traer misioneros españoles enfermos de ébola no fue tomada por los especialistas españoles en microbiología o enfermedades infecciosas. Ni siquiera se preguntó a los expertos, que en seguida habrían sacado el manual que dice que un enfermo infeccioso de esa naturaleza debe quedarse en el lugar y llevar allí los equipos que le cuiden. Tampoco parece que fuera una decisión tomada por la afligida Mato, ministra hueca de un Ministerio hueco.
Hay una mujer en España que ha acumulado 13 cargos hace unos días. El rey fuera, Rajoy en China, era presidenta, vicepresidenta, y jefa de innumerables comisiones, como solo un abogado del Estado sabe serlo. La macrocoordinadora ministerial Soraya Sáenz de Santamaría, a la que se espera aún en esta crisis.
Para traer a los religiosos alguien tuvo que poner a la orden a los militares, que volaron el avión a África, acondicionaron los aviones, llevaron sus equipos NBQ y de seguridad. Aquí había una ristra de policías (Interior), sanitarios, un hospital cerrado y evacuado solo para un enfermo de ébola (Sanidad y comunidad autónoma)… Exteriores hizo lo suyo también. Hasta el CNI echó una mano a la hora de elaborar cierta inteligencia a la hora de dar un paso con equipos NBQ por el corazón del África enfermo de ébola. Todo un follón ministerial.
La foto fue espectacular: un moderno avión de la Fuerza Aérea (que no lo es tanto. Moderno, se quiere decir), gente equipada para la guerra bacteriológica, ambulancias, un país fuerte y fiable que acoge bajo su ala a uno de sus hijos, enfermo mortal y lo trata en plan puntero de Occidente.
Pajares y García Viejo, los pobres, murieron al poco de pisar tierra patria. La foto ya ha pasado. Ahora llega la cuenta, la factura, que en forma de miedo y riesgo pagan los demás. La primera, Teresa Romero que, sin haber jurado bandera ni desfilar con el carnero legionario, acudió a su deber sin dudarlo, tras una charla de 45 minutos, con material inadcuado, a atender a un enfermo cargado de ébola y moribundo entre vómitos, hemorragias y diarreas. No cobró un euro más a cambio, ni siquiera le valió la heroicidad para poder ser fija y no interina en el servicio de salud público. Ni una medalla de esas que dan a la Policía por decenas.
Teresa Romero que, sin haber jurado bandera ni desfilar con el carnero legionario, acudió a su deber sin dudarlo, tras una charla de 45 minutos, con material inadecuado, a atender a un enfermo cargado de ébola y moribundo entre vómitos, hemorragias y diarreas
Ahora ciertos medios intentan cargar contra ella. Que si se tocó con un guante. Que si fue imprudente. Si la responsable de que no se propague el virus como el ébola en Europa es una auxiliar que malamente frisa los 1.000 euros de sueldo y es interina, uno va ya a firmar testamento.
Las medidas y protocolos de seguridad se establecen porque existe el error humano. No solo el error, también el accidente. ¿Una enfermera que se pincha con una aguja infectada de VIH es culpable de negligencia? Pues para eso debían llevar trajes y existen los cursos de capacitación y entrenamiento. No una charla de 45 minutos.
Las medidas y protocolos de seguridad se establecen porque existe el error humano. No solo el error, también el accidente
Si Teresa Romero estuvo seis días vagando con un virus mortal de centro de salud en consulta, sin que nadie se diera cuenta de que podía haberse infectado ni más ni menos que de ébola, esto no habla de la estulticia e incompetencia de unos profesionales. Habla de un sistema que difiere sin despeinarse nueve meses pruebas decisivas a pacientes, que ha domado a sus profesionales para que no atiendan las súplicas, sino que metan las angustias, los miedos, las preocupaciones y hasta la salud de los usuarios del sistema público de salud, de los pacientes, enfermos al fin, en una miserable y ruin lista de espera. Ahí fue el ébola de la infortunada Teresa Romero, diferido a ver si se le pasaba.
Nadie –ningún político, de esos que se cuelgan medallas ajenas– va a ir a dar la cara. La ministra Mato ni siquiera va a las reuniones que convoca. Nadie asume la responsabilidad de haber actuado sin preguntar a los especialistas sobre si se debe o no sacar pecho y traer a los misioneros. Un médico especialista NBQ explicaba a este diario que hay un hospital desmontable, médicos, enfermeros y personal de seguridad que hubieran ido encantados al corazón mismo de las tinieblas del ébola a atender las últimas horas de esos abnegados misioneros que ya agonizaban. Allí la foto era más jodida, porque no te llevan los coches oficiales.
La sensación en Madrid, que es donde uno vive y escribe, es que no hay nadie al mando. Se puede aceptar que se han hecho las cosas mal (las casualidades no existen en esto), pero al menos que se asuma y se sea valiente a la hora de tomar decisiones. Sufrimos ébola con paraláisis diletante aguda. Pésimo diagnóstico.
Los profesionales sanitarios están desconcertados, las unidades NBQ en sus bases, nadie habla ni se ocupa de los cientos de personas que han estado en contacto con una enferma activa de ébola. Todo queda en el azar de que Teresa Romero, auxiliar de enfermería, interina, haya actuado como una heroína con conocimientos superiores a los exigidos (y pagados) y se haya aislado incluso de su propio marido cuando los médicos le decían que se tomara un paracetamol.
Igual hasta tenemos suerte.
Joaquín Vidal